jueves, 18 de diciembre de 2008

Tras el rastro de Lituma...


Rescaté de un baúl de fotos esta imagen. Fue tomada hace unos años durante un viaje al Perú. Para llegar a ese sitio hay que tomar un tren, luego caminar un día y al siguiente escalar una montaña de altura considerable. Al fondo se aprecian las ruinas de Machu Picchu. El libro que llevo no es la guía turística de Cuzco o de Piura, sino La Casa Verde de don Mario Vargas Llosa.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Fruta verde, autor maduro



El mundo está lleno de monstruos felices. La frase no es mía, es de Enrique Serna y forma parte de su novela Fruta verde. Con poco más de trescientas páginas, este libro se lee en un par de días, aún cuando hace falta mucho más tiempo para digerir todas las vitaminas que contiene. Porque esta Fruta cuenta los laberintos de tres vidas, pero en ese ejercicio cuenta mucho más que eso.
Los protagonistas de Fruta Verde son Germán Lugo, un joven aspirante a escritor; Mauro Llamas, un dramaturgo homosexual, y Paula Recillas, madre de Germán. La historia se desarrolla por tres líneas que se trenzan: el aparente equilibrio de la vida comienza a tambalearse cuando Germán pierde a su novia y Mauro, su compañero de oficina, se propone seducirlo. Paula, por su parte, intenta salir a flote de una crisis que desembocó en divorcio y en el trayecto se ve envuelta en una aventura con uno de los amigos de su hijo. El adolescente le escribe cartas, la corteja con atenciones y gestos caballerosos, y poco a poco la madre de familia va considerando los riesgos de asomarse al precipicio.
Nacido en el DF en 1959, Enrique Serna es uno de los narradores mexicanos más leídos y comentados en la actualidad. Ha publicado, entre otros libros, las novelas Uno soñaba que era rey, Señorita México, El miedo a los animales, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de literatura) y Ángeles del abismo (Premio de Narrativa Colima). En 2002, Gabriel García Márquez lo incluyó en una selección de los diez mejores cuentistas mexicanos del siglo XX.
Sin duda vale la pena pasar por todos los capítulos de Fruta verde, que cierra con un magnífico fragmento titulado ofrenda. En éste, Serna despliega sus dotes no sólo para crear imágenes y metáforas, sino para tocar las entrañas de lo humano. Aquí es donde su pluma nos receta cañonazos como la frase que abre esta columna: "el mundo está lleno de monstruos felices". Si así es, Fruta verde es la historia del nacimiento de uno, dos, tres de estas aberraciones cotidianas que es cualquiera de nosotros.
Lejos pues de las lágrimas fáciles que nos receta Azcárraga, Enrique Serna da una lección de lo que podemos llamar la ética del escritor. No hay temas prohibidos para quien pretende hacer literatura. Tampoco hay historias imposibles. Leyendo Fruta verde uno se cuestiona acerca del trabajo que debió implicar la construcción de personajes tan distintos como una mujer madura, un dramaturgo gay y un preparatoriano de clase media.
Una vez armados los personajes, viene un nuevo reto: hacer que interactúen sin hundirse o desmoronarse. Incapaces al mismo tiempo de comprenderse entre sí, Mauro, Germán y Paula (junto a otros personajes como Baldomero y Pável) declaran en algún momento una profunda necesidad de comunicación. Todos coinciden en que el amor debiera ser más un asunto de entendimiento que –para decirlo con las palabras de uno de ellos– "un capricho del culo".Formalmente, la novela exige del autor un dominio de las técnicas, pero los recursos están usados con tal tino que no distraen al lector, no le impiden entrar al mundo recreado en estas líneas. En resumen, Fruta verde es una excelente novela, escrita con honestidad y experiencia, que merece ser considerada más allá de un retablo de confesiones que atizan el morbo. Una fruta lista para hincarle el diente.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Intimidad masiva: Rabia, de Jaime Mesa


Durante las últimas semanas la lucha por la supervivencia me ha obligado a postergar mis comentarios sobre Rabia (Alfaguara 2008), ópera prima de Jaime Mesa protagonizada por un hombre adicto al Internet y a establecer relaciones conflictivas. Al fin ayer pude transcribir mis impresiones para subirlas a este espacio.
De acuerdo con la solapa del libro, Jaime nació en 1977 y estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Autónoma de Puebla, su estado natal. Además ha impartido talleres en la Casa del Escritor, y es actualmente coordinador de las ediciones de la Secretaría de Cultura de ese estado.
Rabia puede ser leída, en primera instancia, como una novela sobre el fenómeno de la masa en nuestros días. Nos han dicho hasta el cansancio que con el desarrollo tecnológico hemos mutado de los esquemas tradicionales de comunicación, que contemplan el uno a uno a esquemas que permiten el uno a muchos (periódicos, radio, TV) y de allí a formas que permiten la comunicación de muchos a muchos (Internet) Pero la dinámica ha trascendido y ahora se aplica a esferas que en otro momento se consideraron privadas, como el ámbito del amor y del sexo. Así, la masa ha trascendido la concentración de gente y se traduce ahora en flujos de mensajes (que no mera información) que van de un sitio a otro, o mejor, de un usuario a otro. La intimidad se ha convertido en asunto de las masas.
Sin embargo, más allá de la lectura inmediata de Rabia como testimonio de los nuevos fenómenos de la comunicación, podemos darnos cuenta de que esta novela aborda uno de los temas de siempre: la imposibilidad de conocer al otro con certeza. Somos lo que en un momento determinado creemos ser y lo que los demás creen de nosotros. Ante cada persona tenemos un perfil distinto, y se va formando una telaraña de expectativas y referencias con esas aportaciones colectivas. Podemos atisbar en la vida del vecino, pero al final nuestra concepción de ellos se basa en inferencias y suposiciones conectadas, y en muy pocos datos duros. Y eso lleva siglos ocurriendo.
Cuando, al inicio de la novela, vemos a Don y a su hijo en un juego de beisbol, tendemos a crear una bonita estampa familiar. Padre e hijo a la espera del gran juego. Más tarde, el autor nos hace caer en la cuenta de que las relaciones de todos los días no son ni más ni menos engañosas que las surgidas por el contacto en Internet. Don es un hombre depresivo, lleno de conflictos, que tiene una doble vida, pero sólo lo vemos cuando hemos traspasado la barrera de las apariencias.
Un poco a la manera del zapping, la novela de Jaime Mesa está construida como un cúmulo de historias distintas que sólo tienen a Foster como común denominador. No hay entonces un inicio, un desarrollo y un final, sino apenas momentos de mayor o menor tensión en la vida de los personajes. Y es que con Internet ha cambiado el sentido de la tensión, pues ésta no opera como en la TV o en el cine, espacios en los que la transmisión ocurre simultáneamente para todos los receptores. En Rabia, como en la red, la tensión continua proviene del un equilibrio que amenaza con romperse y que demanda la participación individual del receptor: no ocurre nada, todo existe simultáneamente. Precisamente por eso una de las premisas de la novela es también una de las premisas de la red. Aunque parezca que no hay reglas, las hay. Y en Internet, como en la mayoría de las relaciones que puedan establecerse hoy en día, la primera regla es no creer, no importa lo que se vea y lo que se escuche.

martes, 2 de diciembre de 2008

Descanse en paz Enriqueta Ochoa


Ayer falleció la maestra Enriqueta Ochoa, poeta esencial de México. Reproduzco aquí la entrevista que le hice en mayo pasado, un par de días antes de que le entregaran la medalla Bellas Artes, y que se publicó en Torreón -ciudad natal de la maestra, y mía también- el 18 de mayo:


Enriqueta Ochoa se interna en sus memorias
Por Vicente Alfonso


"Cuando vivíamos en Rabat, la capital de Marruecos, escondía los poemas porque tenía miedo de que mi esposo los rompiera. En ese tiempo se decía: ésta es mi mujer, es mía y no puede ser ni para la poesía ni para nada. A veces él me encontraba escribiendo y para que no se enojara le leía lo que había escrito, hasta que opté por ocultar en el jardín de la casa los poemas: cada vez que escribía uno lo arrugaba y lo enterraba. Se me quedaron muchos poemas enterrados en los jardines de Marruecos”, recuerda Enriqueta Ochoa en voz alta.Pausadamente, con la emoción salándole cada palabra, la maestra recuerda cómo literalmente ha sembrado poesía en al menos tres continentes. Con ochenta años recién cumplidos se interna en sus memorias. El pretexto, si se necesita un pretexto para conversar, es que el domingo 18 recibirá la Medalla Bellas Artes como homenaje a su brillante trayectoria. A los festejos se ha sumado el Fondo de Cultura Económica, que acaba de sacar de las prensas un volumen de más de cuatrocientas páginas que contiene la poesía reunida de la maestra, en una celebración en la que han brillado por su total ausencia las instituciones de Torreón.
Pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, viajera constante, estudiosa infatigable, Enriqueta Ochoa ha tenido una relación intensa con su ciudad natal. Fue en Torreón donde su primer poemario, Las Urgencias de un Dios, fue condenado por la Iglesia desde su salida en 1950: para muchos era difícil entender que una muchacha de 19 años se atreviera a hacer poesía a partir de misterios religiosos. Hubo incluso quienes llegaron a exigir que la edición completa de aquel libro se quemara públicamente, mismos que intentaron sobornarla para que se alejara de esos temas en la literatura. Pero la joven Enriqueta no se arredró y a ese primer trabajo le siguieron muchos otros: Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).Cincuenta y ocho años después, los homenajes y distinciones se multiplican y es ubicada por la crítica junto a Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño y Rosario Castellanos. Por las profundas reflexiones contenidas en su obra, ha sido emparentada con José Revueltas y hasta con Dostoyevski. Además es reconocida como influencia por poetas de la talla de Eduardo Langagne, Esther Seligson y Hugo Gutiérrez Vega, entre muchos otros.
Sin embargo Torreón, su tierra, parece negarle el lugar que por derecho tiene en la literatura mexicana: salvo sostener el Premio Nacional de Poesía que lleva su nombre, muy poco han hecho las actuales Autoridades de Cultura en el Ayuntamiento por promover su obra y por ayudar a la maestra a sobrellevar las dificultades de su edad.Doña Enriqueta comenta que jamás ha dejado de sentirse lagunera: “me siento muy feliz de haber nacido en Torreón, de tener todo lo que tuve, que es lo que tienen ahora ellos. Siento que Torreón me ha acogido siempre bien. Si me acogió mal, ya ha pasado mucho tiempo y está olvidado”. Tan es así, que la Comarca y el desierto han sido un disparador de su obra: “La luz de La Laguna fue para mí siempre muy importante. Antes de escribir cualquier cosa, el gran enigma, la gran interrogación era la luz que tenía Torreón. La luz y el desierto estuvieron siempre emparentados, en mi poesía, con Dios. ¿A dónde se van los que quieren santificarse? Pues hacia la luz del desierto. La luz es muy importante para adentrarse en uno mismo y en Torreón la luz es única”.
Arrugar hojas para no tirarlas
La invitación al homenaje de hoy muestra un retrato de la joven Enriqueta sobre un papel arrugado. Y es que además de aquellas que tuvo que enterrar en los jardines de Marruecos, han sido muchas las hojas que la maestra ha tenido que arrebujar con tal de salvar su obra. Recuerda sonriente una anécdota que le ocurrió en Jalapa: “yo me iba a trabajar y ya no me acordaba ni dé qué había escrito ni qué no, ni qué había dejado encima de mi escritorio. Cuesta mucho trabajo escribir un poema para que de pronto llegue alguien que ayuda en la casa, lo rompa y lo tire a la basura. Para que eso no sucediera se me ocurrió tomar los poemas, hacerlos bolita y mezclarlos con las bolas de estambre con las que estaba tejiendo en ese momento. Así salvé todos mis poemas. Recuerdo alguna lectura a la que llegué tarde y me senté ya frente al micrófono a deshacer mis bolitas de papel. Entonces alguien se me acercó y me preguntó: “maestra, ¿no puede leer poemas que no haya arrugado?”.
Por supuesto, aclara doña Enriqueta, no todos los poemas que se arrugan son valiosos: también han sido muchos los versos descartados, muchas las líneas que ha tenido que llevar al yunque para rehacerlas. Por eso asegura que la disciplina es muy importante para convertirse en escritor. Recuerda que su padre la ponía siempre a leer mucho, y que después Rafael del Río –quizá el maestro más influyó en su formación– terminó de forjarle esa disciplina. Con una sonrisa honesta, la autora de Retorno de Electra cuenta que Del Río le exigía que escribiera un soneto diario, y admite que no siempre salía bien librada de la crítica.Quizá por eso, a los jóvenes que aspiran a convertirse en escritores les aconseja que tengan siempre un maestro, alguien que los oriente, que les muestre las tradiciones: “Cuando yo me di cuenta de que para mí era muy importante escribir, que empecé a escribir, ya nunca volví a estar sin maestro. También les aconsejo mucho tesón, mucha disciplina en lo que sea”.
La referencia a los jóvenes no es infundada: a la maestra le gusta leer poesía de última generación. Asegura que se siente más cerca de los jóvenes que de sus contemporáneos. Tan es así que hasta hace muy poco sostenía un taller con cinco miembros que sesionaban en su casa: “antes lo estaba dando los sábados, luego lo cambiamos a los jueves. Estábamos trabajando con mucha intensidad. Tenía cinco elementos regulares, y nos enfocábamos únicamente a la poesía. Pero con la mudanza, como que se desmadejó”.
De La Laguna al mundo
Mientras se desarrolla la entrevista, el teléfono no cesa de sonar: son amigos que llaman para confirmarle que estarán allí el domingo. Amigos de Torreón, de Jalapa, de la Ciudad de México, de España, de Sudamérica. Y es que desde muy joven, Enriqueta tuvo que recorrer el mundo para encontrarse a sí misma: “Yo recorrí el mundo casi entero, y ahora pienso ¿sería que me estaban preparando para algo? Porque es muy raro: generalmente a esa edad uno busca los bailes, o estar con la familia. Yo viajé todo lo que podía. Quería conocer los lugares, encontrarme con la gente, con lo conocido y lo desconocido”.Otro de sus rincones preferidos en el mundo es Jalapa: “Jalapa es un lugar que yo quise entrañablemente. Lloré y sufrí mucho cuando tuve que dejarlo. El trabajo lo va a uno llevando por muchos lugares, y Jalapa fue como mi segundo rincón de cariño. Creo que es el único lugar al que le he escrito un poema. Para mí, ese lugar significó la renovación total, la alegría, el deseo de vivir”.
Con todo, no es Jalapa la ciudad que más evoca la poeta. Tampoco es Rabat, ni Tánger, ni Madrid: es Torreón. “Ése es mi talón de Aquiles. No soporto que hablen mal de mi ciudad. Siento mucha nostalgia por los atardeceres de allá”. De Torreón extraña, además, la comida. Sobre todo el cabrito y el menudo: “Torreón es un lugar que tiene mezclados platillos de toda la república. Allí la gente es muy feliz. Tengo un recuerdo muy grabado: cuando iba a La Laguna, recién llegaba y me invitaban a una carne asada. No había caminado ni tres o cuatro cuadras, me encontraba a otro amigo y me invitaba a una parrillada. Así, de invitación en invitación. Y me preguntaba yo por qué hacían tantas fiestas. Trataba de buscar en mis recuerdos y no hallaba por qué. Mis amigos respondían que siempre estaban buscando la manera de sentirse felices, de festejar algo, de tener invitados en casa ”. Hoy estamos invitados todos a su casa, porque su casa hoy se llama Bellas Artes.
Descanse en paz, Maestra.

martes, 25 de noviembre de 2008

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.


Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.











Francisco de Quevedo y Villegas

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Nace Páramo Ediciones






Comienzan a poblar ya las mesas de novedades los primeros dos títulos publicados por Páramo Ediciones. Se trata de una editorial independiente que lleva al timón, entre otros, a Geney Beltrán y Mijaíl Lamas. Abren la cuenta 17 tomates y otras historias de Cachemira, de Jaspreet Singh y Angustia, de Graciliano Ramos. Transcribo aquí los textos que ofrecen las cuartas de forros de ambos títulos.






En una ciudad del noreste brasileño, un burócrata sin futuro se enamora de una joven muy hermosa. Frívola, ella no tarda en rechazarlo para lanzarse a los brazos de un tipo arrogante y, por supuesto, con dinero. La trama austera de Angustia da lugar al despliegue de ese estado de convulsión adelantado en el título del libro. El valor de Angustia, considerada una obra maestra de la literatura brasileña, se halla en la capacidad de su autor para convertir a su protagonista (un pobre diablo) en un personaje universal, un paradigma de las aspiraciones frustradas.Luego de su primer libro, Graciliano Ramos publicó tres obras maestras: San Bernardo (1934), Angustia (1936) y Vidas secas (1938), novelas que desde perspectivas distintas conforman un retrato plural del noreste brasileño: la burguesía arribista, la burocracia con aspiraciones letradas, los campesinos expulsados por la sequía y el hambre. Sin embargo, más que un retrato social, ese tríptico es una inmersión en los temas del poder y el amor en conflicto, de los celos y la obsesión voyerista, de la prostitución de la palabra escrita, de la mezquindad y la búsqueda de la supervivencia.

Graciliano Ramos, cuya obra ha sido traducida a quince lenguas, en la década de 1930 apostó por una expresión pulida y depurada que le permitiera una introspección, por decir lo menos, perturbadora. No en vano expresó: “La palabra no fue hecha para embellecer o brillar como oro falso. La palabra fue hecha para decir”.Graciliano Ramos (1892-1953) nació en Quebrângulo, Alagoas, y murió en Rio de Janeiro. Fue también autor de narraciones infantiles, de un libro de cuentos (Insónia, 1947) y los tomos autobiográficos Infância (1945) y Memórias do cárcere (1953). Su obra se ha impuesto en la narrativa brasileña del siglo XX como una de las más sólidas y perdurables, al lado de las de João Guimarães Rosa y Clarice Lispector.



El primer libro de Jaspreet Singh, Diecisiete tomates y otras historias de Cachemira, ha tenido una recepción crítica excepcional en Canadá. Al igual que otros autores originarios de la India, como Salman Rushdie y Vikram Chandra, Singh trata el tema de la realidad poscolonial de su país, y lo hace valiéndose de un lenguaje elegante y sencillo que da fuerza y ritmo a la ficción, mientras como trasfondo se conoce, desde el punto de vista infantil, la violenta crueldad de la guerra entre India y Pakistán por la región de Cachemira.Irónicas, puntillosas y llenas de comicidad, las historias reunidas en este volumen muestran el carácter de personajes tan disímiles como Adi y Arjuna (inseparables amigos que conocen muchas aventuras), un árbitro de críquet que se enfrenta a grupos rebeldes y una niña que devora sus tomates en la escuela para varones. Todos ellos evocan la esencia mística y poco explorada de la India, al lado de sus conflictos políticos y humanos, sin caer en el exotismo.



Jaspreet Singh (1969) creció en la India y Cachemira y se mudó a Canadá en 1990, donde se graduó como doctor en ingeniería química por la Universidad McGill. Algunos de sus cuentos han aparecido en publicaciones como Walrus, World Cup Cricket Anthology, Aids Sutra y Zoetrope, ésta última dirigida por Francis Ford Coppola. Su obra también ha sido leída en la CBC Radio. Es autor de la obra teatral Speak, Oppenheimer y de la novela Chef. Diecisiete tomates ganó el premio Hugh MacLennan 2008 al primer libro publicado.

lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Te gusta el látex, cielo?


Acaba de salir de las prensas el libro de cuentos ¿Te gusta el látex, cielo? de Nadia Villafuerte. Se trata sin duda de un libro muy esperado. La primera presentación del mismo corrió a cargo de Geney Beltrán Félix y Héctor Cortés Mandujano dentro del Festival Internacional de Letras Jaime Sabines. Próximamente subiré, aquí mismo, información acerca de las presentaciones que se harán en todo el país. Por lo pronto, copio a continuación el texto de la cuarta de forros:

"Las narraciones que integran ¿Te gusta el látex, cielo? pueden ubicarnos en Nueva York, en Texas o La Habana, lo mismo que en geografías más próximas a la tierra natal de Nadia Villafuerte, en Chiapas. Este libro echa mano de la intensa migración que huye del sur y de los fenómenos sociales implicados en este proceso, como la prostitución, para contarnos historias de venganza, deseo y traición. Algunos son relatos breves, claramente íntimos y emocionales, donde sus protagonistas buscan y escapan hacia una situación indeterminada, al mismo tiempo que nos hablan de una femineidad exhausta, del deseo contenido, las expectativas fracasadas y el dolor. En estos diez cuentos suena una voz inteligente y clara que nos habla desde una realidad compartida".

lunes, 27 de octubre de 2008

Publicación y Nuevo Premio para Frino



El diez de octubre de 1950, un joven campesino llamado Cliserio Reyes se trepó a la cola de un avión DC-3 segundos antes de que éste despegara. Tras unos minutos, el avión tuvo que regresar. De acuerdo con las notas periodísticas de entonces, lo que motivó a Cliserio a viajar de mosca en un DC-3 fueron sus ganas de volar. Sus puras ganas de volar. Y eso ya da una idea de lo tercos que podemos ser los de La Laguna. No en vano le arrancamos flores al desierto.
Pero la historia de Cliserio no acaba allí: por poner en peligro la vida de los pasajeros, el aterrorizado campesino fue arrestado y llevado a los separos de la Prisión Municipal apenas el avión tocó tierra. Las ráfagas de viento que había enfrentado en las alturas le habían arrancado la ropa, y sólo le quedaban unos gogles y una gorra de aviador. Sin embargo, de acuerdo con el capitán Silvio Berrón Marín, la aventura del campesino “causó tal revuelo que, literalmente, llovieron miles de cartas y mensajes pidiendo el perdón para Cliserio Reyes. Fue tal el clamor, que la empresa aérea retiró los cargos y decidió costear todos los estudios hasta hacer realidad los sueños de Cliserio de convertirse en piloto”.
Publicada por el CONACULTA, la obra El vuelo de Cliserio nace de esa anécdota que sirve como punto de partida para esta aventura que involucra a Cliserio, a su novia Atzimba, a Fender, pato perdido en su viaje al norte, y a López, un cacto sabio y viejo que canta canciones de José Alfredo cada vez que puede. Por sus diálogos divertidos e ingeniosos, por su hábil uso de las herramientas del arte dramático y por su inteligente abordaje de problemas como la división de las familias por la migración forzada, la falta de agua y la escasez de recursos para trabajar el campo, El vuelo de Cliserio es mucho más que una anécdota insólita o chusca: es un símbolo de lo que son capaces los habitantes del desierto.
Sobre el autor de esta obra, podemos decir que le apodan Frino, que es músico y sociólogo, que es autor de los discos Rolas, De Vuelta a la Madera y De acordes y caracoles. Cursa la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y coordina el taller de lírica en la Escuela de Música del Rock a la Palabra... y que muy recientemente obtuvo otro Premio de Teatro para Niños, otrogado por el Gobierno de la Ciudad de México, por su pieza Cuando Canta un Alebrije. Enhorabuena.

jueves, 16 de octubre de 2008

Un thriller de la vida real


En la historia del arte hay capítulos llenos de contrastes que revelan al mismo tiempo la fragilidad y la grandeza humanas. Pasajes que en un libro o en la pantalla del cine serían calificadas de inverosímiles y que sin embargo, suceden. Uno de estos capítulos comenzó el 21 de junio de 1941, día en que las tropas de Hitler invadieron territorio soviético. En ese tiempo, el músico soviético Dimitri Shostakovich (1906-1975) vivía cerca de lo que hoy es San Petersburgo y que entonces se llamaba Leningrado. Preocupado por la invasión, Shostakovich solicitó enlistarse en el Ejército Rojo, pero la solicitud fue rechazada debido a su miopía. Entonces decidió componer una sinfonía que captara la atroz esencia del momento. En un mensaje que dirigió a la población a través de la radio en septiembre de ese mismo año, el compositor dijo:
“Queridos amigos. Les hablo desde Leningrado, al tiempo que se lucha encarnizadamente contra el enemigo ante las puertas de la ciudad. (…) Les hablo desde el frente. Ayer por la mañana terminé la partitura del segundo movimiento de mi nueva gran sinfonía. Si consigo llevar a buen término esta obra, si consigo finalizar también el tercero y el cuarto, podré calificarla como mi séptima sinfonía (…) Digo esto para que todo el mundo lo sepa: el peligro que acecha a la ciudad de Leningrado no ha conseguido acallar la vida que en ella late”.
Incomunicada, Leningrado debió soportar un sitio que duró más de novecientos días. El 27 de septiembre, justo cuando terminaba el tercer movimiento de su nueva sinfonía, Shostakovich recibió la orden de abandonar Leningrado. Con muy poco equipaje, salió de Leningrado hacia Moscú acompañado de su mujer y sus hijos. La madre del músico y su hermana mayor se quedaban en la ciudad en condiciones más que difíciles: al año siguiente, Dimitri recibiría una carta en donde su hermana le informaba que las carencias la habían obligado a ella y a su madre a comerse al perro de la familia y también a algunos gatos.
Exactamente tres meses después, el músico terminaba su séptima sinfonía, que lleva por titulo A la ciudad de Leningrado, conocida normalmente como Leningrado. La obra se estrenó en marzo siguiente en la ciudad de Kuibyshev, y ese mismo mes se transmitió por radio desde Moscú para todo el mundo. La obra se convirtió en un símbolo de la resistencia de Leningrado. Como se hacía con los documentos ultrasecretos, la partitura fue reproducida en microfilm. Así se envió por avión de Moscú a Teherán, de allí a El Cairo por tierra, otra vez por avión a Casablanca, donde la recogió un barco de guerra norteamericano que la llevó a Estados Unidos, donde la esperaban Toscanini, Kusewitski, Stokovski, Ormandy. Desde entonces, la Séptima es una de las obras más emblemáticas del siglo XX.
La vida de Shostakovich estuvo llena de misterios, de intrigas, de homenajes deslumbrantes y severas críticas. Sus desgracias se habían precipitado a partir de que Stalin en persona asistió a una función de su ópera Lady Macbeth, el 26 de diciembre de 1935. No importó que esta ópera tuviese más de un año de haber sido estrenada, tampoco que hubiese sido representada cientos de veces. No importó que en su momento los especialistas hubiesen opinado maravillas: a Stalin no le gustó y eso fue suficiente para condenarla.
A los pocos días de que Stalin salió disgustado del teatro en donde se representaba Lady Macbeth, el diario Pravda, que entonces era la publicación oficial del partido comunista, publicó un artículo titulado “Caos en vez de música” en donde se criticaba severamente la ópera de Shostakovich. La represión apenas comenzaba: la obra fue retirada de los repertorios en toda la Unión Soviética. Fue acusado de formalista y de “enemigo del pueblo”. Las desapariciones de estos “enemigos del pueblo” eran cosa de todos los días. Igual que muchos intelectuales de la época, Shostakovich preparó una maleta con sus pertenencias esenciales, y pasaba las noches angustiado a que los órganos de seguridad pasaran por él. Continúa aún el debate acerca de qué tan hondo calaron a partir de entonces las imposiciones del partido comunista en las creaciones del músico ruso. A quienes vislumbran un Shostakovich atormentado que acató con pesar y resignación los dictados estatales, hay quienes contraponen la visión de un genio que sólo asumió en la apariencia las reglas y que en realidad plasmó en su música todo el sufrimiento y la indignación que le provocaban las acciones del partido. Persisten entonces los enigmas en torno de la figura y la obra del maestro ruso. Lo que nadie duda es que su música es uno de los legados del siglo XX que no olvidaremos en mucho tiempo.

martes, 7 de octubre de 2008

A fuerza de palabras

Periodismo, literatura. Ambos tienen el lenguaje como herramienta. En plena Generación Ipod, cuando todo parece alejarse del texto, hay individuos que siguen retratando el mundo a fuerza de palabras, para decirlo con una frase del maestro Vicente Leñero. Hago aquí un muestreo entre quienes han sabido cultivar ambos. No es ni un top ten ni una monografía escolar, sino un catálogo de nombres de distintas épocas y latitudes que está lejos de pretender un trabajo sistemático. Tampoco es, por supuesto, exhaustivo. Faltan muchísimos: Vicente Riva Palacio, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Carlos Monsiváis, Mario Vargas Llosa, Juan Villoro…


Guillermo Prieto
“En la parte literaria, ofrece una enciclopedia; en la tipográfica, cuanto se ha inventado y descubierto desde los primeros moldes de Antuerpia hasta los más exquisitos primores de Didot; en la de noticias, lo temporal y lo eterno; y en lo mercantil, el oro y el moro”. (De Lecciones a un periodista novel).
Guillermo Prieto nació en la Ciudad de México en 1818. Murió en Tacubaya en 1897. En sus inicios trabajó como periodista y crítico teatral. Novelista, cuentista, poeta, cronista, ensayista y político. Creó periódicos y academias literarias. Sus fuertes críticas contra el dictador Antonio López de Santa Anna le ocasionaron persecuciones. Su apoyo a Juárez le provocó el destierro. Trabajó en “El Monitor Republicano”; creó el periódico satírico “Don Simplicio”. En 1890 el periódico “La República” convocó a un concurso para saber quién era el poeta más popular y Prieto ganó. Entre su obra periodística están varios volúmenes de crónica y la recopilación Lecciones a un periodista novel. En cuanto a la obra literaria destacan títulos como La musa callejera y el Romancero Nacional.

Federico Campbell
“El periodista es un cazador, alguien que establece conexiones: relaciona hechos e ideas, escoge datos con rigor y criterio, comprueba las fuentes, interpreta el acontecimiento y organiza por escrito lo mejor que puede su texto para disfrute del lector. Algo semejante, pero según otras reglas, hace el escritor, que es un agricultor y vive un ritmo mental más lento que el del periodista siempre acelerado por la presión de los hechos y el tiempo”(De Periodismo Escrito).
Federico Campbell nació en Tijuana, en 1941. En 1967 obtuvo la beca de The World Press Institute en Minnesota. En 1969 fue corresponsal en Washington, D.C., de la Agencia Mexicana de Noticias. En 1970 se fue a vivir a España, donde publicó su primer libro de entrevistas, Infame turba (1971), al que seguiría Entrevistas con escritores (1972). Ha colaborado en los principales diarios y revistas nacionales, como La Jornada, Proceso y Milenio. Ha publicado Todo lo de las focas (novela, 1978, edición completa, 1982), Pretexta (novela, 1979), Tijuanenses (cuento, 1989) La memoria de Sciascia (ensayo, 1989), Máscara negra (ensayo, 1994), La invención del poder (ensayo, 1994), Postscriptum triste (ensayo, 1995), Periodismo escrito (ensayo, 1995) y Transpeninsular (novela, 2000). Es considerado el mejor narrador bajacaliforniano de su generación y un intelectual que ha reflexionado extensamente sobre el poder y sus claroscuros, personajes e imposturas.

Ernest Hemingway
“No me cansaré de divulgar que todo cuanto escriba un periodista, todo, debe ser original, verdadero y estar acreditado. Hay prestigiosos ensayistas y famosos periodistas que son auténticos farsantes. Nunca han estado donde se producen los hechos, y se permiten el lujo de escribir crónicas como si las hubiesen vivido. Sólo plagian lo que otros hacen”.
Ernest Hemingway nació en 1899 en Oak Park, Illinois. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1954. Murió en Ketchum, Idaho, el dos de julio de 1961, suicidándose con una escopeta de caza. Hemingway es reconocido no sólo por su obra literaria, sino por su trabajo periodístico. Comenzó escribiendo en periódicos escolares cuando era pequeño. Más tarde fue reportero en el Kansas Star. En 1921 se estableció en París como corresponsal del Toronto Star. Parte de su obra periodística fue publicada en 1967 bajo el título Enviado especial. Entre sus obras literarias más representativas están El viejo y el mar, Por quién doblan las campanas y París era una fiesta.

Vicente Leñero
“El periodismo me ayudó mucho, me contó muchas historias. Yo las he saqueado de allí y de mis experiencias personales. El periodismo en ese sentido es muy generoso: te hace conocer gente de todos los niveles (…) No me planto como un novelista, me he desperdigado por muchos otros géneros. Tengo una tesis: las historias piden el género”.
(De una entrevista para El Siglo de Torreón)
Vicente Leñero nació en 1933 en Guadalajara. Ha incursionado en diversos géneros literarios (narrativa, ensayo, teatro) y ha trabajado en periodismo en Revista de Revistas y en el semanario Proceso, donde fue subdirector hasta 1996. En su novela Los periodistas (1978) narra los sucesos que desembocaron en el golpe a Excélsior ocurrido en julio de 1976, cuando se expulsó a don Julio Scherer y a otros socios. En solidaridad con él, reporteros y colaboradores también abandonaron el diario. Leñero es autor de Asesinato, novela sin ficción en donde combina técnicas periodísticas y literarias para relatar un crimen y la posterior investigación. Se ha publicado la recopilación de sus crónicas en Talacha periodística. En su obra literaria sobresalen Los albañiles, (1963); El evangelio de Lucas Gavilán (1979), La vida que se va (1999). Entre sus guiones de cine destacan El callejón de los milagros (1994) y El Crimen del Padre Amaro (2002).

Truman Capote
“Soy un apasionado de los periódicos. Leo todos los diarios de Nueva York todos los días y además las ediciones dominicales y las revistas extranjeras. Las que no compro las leo de pie en los puestos de revistas”.(De la entrevista con Pati Hili para The Paris Review).
Truman Capote (Truman Streckfus Persons) nació en Nueva Orleans, Louisiana, en 1925. Fue “office boy” en la redacción de The New Yorker. A los 23 años publicó su primera novela, Otras voces, otros ámbitos (1948). Su novela más famosa es A sangre fría (1966), novela sin ficción que relata el asesinato de los cuatro miembros de una familia de Garden City, Kansas. Otras de sus obras son: Un árbol de noche y otros cuentos (1949), El arpa de hierba (1951), y Desayuno en Tiffany's (1958). Su obra fue aclamada por la crítica por su virtuosismo técnico y la agudeza de sus observaciones. Murió el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles.

Gabriel García Márquez
“Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural (…) La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo, como nosotros mismos lo llamábamos”. (Ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa SIP, octubre de 1996).
Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, en 1928. Ganó el Premio Nobel de literatura en 1982. Cuando era muy joven, su amistad con el médico y escritor Manuel Zapata Olivella le permitió acceder al periodismo. Ha escrito reportajes extensos como Historia de un náufrago (que se publicó por entregas), Miguel Littin, clandestino en Chile (1986) y Noticia de un secuestro (1996). Entre su obra narrativa destacan novelas como Cien años de soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975). Publicó parte de sus memorias bajo el título Vivir para contarla (2002). Su obra periodística se ha publicado en las recopilaciones: Textos costeños, Entre cachacos, Europa y América, Notas de prensa, Por la libre. Es además el impulsor de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.



Tomás Eloy Martínez
“Perdemos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado (…) Los editores de periódicos llegan a sus oficinas preguntándose cómo van a contar la historia que sus lectores han visto y oído decenas de veces en la televisión o en la radio, ese mismo día. ¿Con qué palabras narrar, por ejemplo, la desesperación de una madre a la que todos han visto llorar en vivo delante de las cámaras? (…) Ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto desde hace varios siglos por las novelas, que todavía están vendiendo millones de ejemplares a pesar de que los teóricos decretaron, hace dos o tres décadas, que la novela había muerto para siempre”. (Conferencia pronunciada ante la asamblea de la SIP el 26 de octubre de 1997, en Guadalajara, México).
Tomás Eloy Martínez nació en Tucumán, Argentina, en 1934. Ha publicado, entre otras, las novelas La mano del amo y El cantor de Tango; el volumen de relatos Lugar común la muerte. En títulos como Santa Evita y La novela de Perón, conjuga técnicas periodísticas y narrativas para producir un efecto de incertidumbre al mezclar ficción y realidad. Un proceso parecido utiliza en El vuelo de la Reina (2002), donde personajes imaginarios interactúan con personalidades de la política mundial. Es columnista en La Nación de Buenos Aires, El País de Madrid y The New York Times. Dirige la colección Nuevo Periodismo, que reúne los mejores textos de toda América Latina.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Dialéctica de la pasión


Celulares, Beethoven, insomnios, una ventana y mucha entraña humana forman Dialéctica de la pasión, volumen de poesía de Saúl Rosales publicado por la Universidad Autónoma de Coahuila dentro de la colección Siglo XXI Escritores Coahuilenses.
Nacido en Torreón en 1940, el Maestro Rosales es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de los libros de cuentos Autorretrato con Rulfo y Memoria del Plomo, de la novela Iniciación en el relámpago (que ya ha sido comentada en este blog) y de los volúmenes de poesía Floración del sueño y Esquilas Domésticas, así como de la obra de teatro Laguna de luz. Es director de la revista de literatura Estepa del Nazas. En 1998 se le concedió el reconocimiento como Creador Emérito de Coahuila, y en dos ocasiones se le ha nombrado ciudadano distinguido de Torreón.
Como apunta Jaime Muñoz Vargas en la cuarta de forros, “la madurez, la hondura, la agudeza crítica y el dolor bien asumido imprimen a Dialéctica de la pasión un valor que trasciende lo meramente estético y se desborda hacia lo humano, de suerte que es un libro completo”. Así, la división de este poemario en segmentos subtitulados al estilo de las obras musicales no es arbitraria: si el arte de los sonidos y los silencios se arma a partir de variaciones, contrastes y repeticiones, el maestro Rosales nos muestra que en la poesía también son posibles el allegro y el adagio. Más todavía: al leer este poemario que se nutre de lo cotidiano, no es extraño caer en la conciencia de que, sin los altibajos de lo que amamos y de lo que no nos ama, la vida tendría un tono uniforme, gris tedioso.
Para quienes leen este blog en La Laguna, Dialéctica de la pasión y otros títulos de la serie Siglo XXI Escritores Coahuilenses se encuentran en Torreón en la librería del Teatro Isauro Martínez. Además, todos los sábados al mediodía Rosales Carrillo dirige en ese teatro un taller literario de primera, a donde puede asistir cualquiera que desee acercarse a los misterios de la literatura.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Instinto y creación


Reproduzco aquí un texto publicado en el más reciente número de Intermezzo, Revista Mexicana de Música Clásica.

Digamos que por un camino avanza Gabriel Atlan-Ferrara, legendario director de orquesta conocido como el anti-Karajan: en su historial hay cero grabaciones, cero películas, cero transmisiones radiales o televisivas. Si el director nacido en Salzburgo grabó más de novecientos discos, Atlan-Ferrara se niega a ser grabado porque eso equivaldría a “ser enlatado como una sardina”. Es un hombre difícil, que despotrica contra los críticos, contra el público, contra quienes asumen la música como performance. En la página 31, reproduciendo el flujo de pensamientos del director, el novelista escribe: “El límite era el público. El artista estaba a merced del auditorio. Ignorante, vulgar, distraído o perspicaz, conocedor intransigente o nada más tradicionalista, inteligente pero cerrado a la novedad, como el público que no soportó la Segunda Sinfonía de Beethoven, condenada por un crítico vienés del momento como un monstruo vulgar que azota furiosamente con su cola levantada hasta que el desesperadamente aguardado finale llega (…) Con razón no existe, en ninguna parte del mundo, un monumento en honor de un crítico”.
Por otro sendero camina Inés Rosenszweig, una joven que con el tiempo llegará a ser Inez Prada. Se trata de una pelirroja de origen mexicano sobre la que existen muchos rumores y muy pocas certezas. Se dice, por ejemplo, que para interpretar La Bohème contrajo la tuberculosis, que se encerró un mes en los subterráneos de la pirámide de Gizeh para cantar Aída, que se hizo puta para alcanzar el patetismo de La traviata. De un plumazo Fuentes la instala en el ambiguo territorio de la leyenda, al catalogarla como “una diva surgida del país de los mitómanos (…) un país pobre y devastado que exige como contraste la abundancia de personalidades riquísimas. México: las manos vacías de pan pero la cabeza llena de sueños”.
Instinto de Inez, novela publicada por Carlos Fuentes en el inicio del siglo XXI, se suma a una extensa obra que, ordenada bajo el título de La edad del tiempo, contiene libros como La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra y Los años con Laura Díaz, por citar sólo algunos. Cabe comentar que durante este 2008 celebramos el ochenta aniversario de este autor, así como cincuenta años de la primera edición de La región más transparente, novela que representa un parteaguas en la narrativa mexicana.
En Instinto de Inez los pasos de Gabriel y la señorita Rosenszweig se cruzan en una situación poco común: una tarde, al salir de un ensayo, el joven director siente “la más indigna de las urgencias”. Minutos más tarde la cantante lo sorprende orinando en un callejón. Así el autor humaniza al sujeto, pues la importancia que Gabriel Atlan-Ferrara se atribuye hubiese impedido el acercamiento de hombre y mujer en otras condiciones. Pero este primer contacto es apenas la chispa que inicia una cadena de encuentros y ausencias que se prolongarán a lo largo de una vida. O mejor dicho, de dos vidas.
En una línea distinta de Instinto de Inez, Carlos Fuentes retoma otra de sus obsesiones: la prehistoria. Esta línea de la novela nos recuerda a Aura, una de las novelas más emblemáticas del escritor mexicano nacido en 1928. El novelista imagina el momento en que una mujer (a-nel) y un hombre (ne-el) se topan por primera vez. De ese encuentro nace la necesidad de nombrar, de nombrarse, de organizar el mundo a partir de la palabra, del tiempo. Nacen así el antes y el después como referencias fundamentales para abrirse paso en la naturaleza. Y aunque Fuentes no lo dice, con el tiempo y la abstracción nace una nueva posibilidad: hacer música.
En la página 88 parece vislumbrarse una conexión directa entre las dos historias cuando Atlan-Ferrara recomienda a los miembros del coro: “Imaginen, si eso les sirve, que al cantar están repitiendo sonidos de la naturaleza”. Sin embargo, se trata de un deslinde, pues cuando el asunto se toca abiertamente, el director dice: “Mentira. La música no es una sustitución de sonidos naturales sublimados por sonidos artificiales (…) divorcien sus voces de todo sentimiento o pasión reconocible, conviertan esta ópera en una cantata a lo desconocido, a la palabra y al sonido sin antecedentes, sin más emoción que la de sí mismos”.
Así, en Instinto de Inez la música se revela como una creación profundamente humana. Es precisamente su humanidad lo que la hace valiosa. Fuentes parece enunciar, en boca de Gabriel Atlan-Ferrara, su definición del arte de los sonidos y los silencios: “La música está a medio camino entre la naturaleza y Dios. Con suerte, los comunica”.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Morras salvajes en Guanajuato


Hace unas semanas fui con mi buen amigo, el poeta Mijail Lamas, a participar en una mesa de literatura en Cuévano, ciudad que algunos conocen todavía como Guanajuato. Después, en un café, nos encontramos con que se podían ordenar, con los postres, algunas morras (¿?) De no ser porque la propia carta especificaba que son muy salvajes, quizá me hubiese atrevido...
En fin, pronto regresaré a aquellas tierras. Ya me estoy preparando para ello: del cronista de Cuévano, Jorge Ibargüengoitia, estoy leyendo Sálvese quien pueda.

martes, 9 de septiembre de 2008

Presentación de la revista Tierra Adentro...

A ochenta años del nacimiento de Jorge Ibargüengoitia, la revista Tierra Adentro le rinde homenaje al cronista mayor de Cuévano. Además, este número contiene textos de J.M. Servín, Bernardo Esquinca y una entrevista con César López Cuadras.
Editada bimestralmente por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el más reciente número de esta revista será presentada el jueves 11 de septiembre a las 19:00 horas en el Salón Principal de la Casa Universitaria del Libro, en Orizaba 24, esquina Puebla, Colonia Roma. Participan Bernardo Esquinca, Mónica Nepote y un servidor.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Tres mosqueteros, veinte años después



Las historias se repiten. Si los tres mosqueteros eran cuatro -Athos, Porthos, Aramís y D’Artagnan-, no tendría por qué extrañarnos que el mejor trío de rock haya sido siempre un cuarteto: Metallica. Aquellos jóvenes rebeldes que escuchábamos antes hoy son cuarentones atribulados …y mejores que nunca.
Some Kind of monster, documental que recién se distribuye, expone a la banda en sus entrañas y revela asuntos importantes no sólo para quienes hemos seguido a Metallica desde los ochentas, sino para aquellos quienes recién se acercan al trabajo de estos músicos demoledores.
Fundado a inicios de los ochenta por James Hetfield (guitarra, voz) y por Lars Ulrich (batería), Metallica lleva poco más de veinte años haciendo ruido sobre la corteza terrestre. A ellos les debemos álbums imprescindibles como …and justice for all (1988) y Master of Puppets (1986). En todo este tiempo sus integrantes han tenido que superar obstáculos como la muerte del bajista Cliff Burton o la salida de elementos como Dave Mustaine o Ron McGovney. La crisis más reciente fue el abandono de Jason Newsted, bajista que llevaba trece años con la banda.
Esa rabia los empujó a una búsqueda que se extendió por más de dos años. Para enfrentarse a sus fantasmas, los músicos contrataron a Phil Towle, un sicólogo que los hizo zambullirse en ellos mismos. Allí el documental cobra valor porque nos muestra que Kirk, James y Lars no son inmunes a complejos cotidianos que compartimos muchos de nosotros: la angustia de no poder recuperar tiempos perdidos, el dolor de no ser respetado, el peso de ser huérfano, la presión de ser padre.
En dos horas y media somos testigos del proceso de composición y grabación de St. Anger, el disco más reciente de Metallica. Por primera vez las letras no son sólo responsabilidad de James Hetfield: son resultado de terapias colectivas, de sesiones profundas y difíciles, de no pocas discusiones. El producto son canciones potentes, honestas, cargadas de una vitalidad que comenzábamos a extrañar. Temas como Frantic, Dirty Window o la misma St. Anger son auténticas declaraciones de principios de estos cuarentones atribulados.
Asistimos también a una histórica reunión entre ellos y Dave Mustaine, actual vocalista de Megadeth. Allí continúa un capítulo que llevaba casi veinte años pendiente. Conocemos a las familias de cada uno, sus espacios domésticos.
Las heridas no podían sanar del todo mientras la silla de Jason Newsted siguiera vacía. La última parte del video muestra las audiciones para alinear a un nuevo bajista: el elegido fue Robert Trujillo, ex miembro de Suicidal Tendencies, excelente grupo con raíces hispanas que tiene música efectiva y letras contundentes. Con Trujillo, los tres mosqueteros vuelven a ser cuatro. Y veinte años después, siguen dando pelea.

viernes, 22 de agosto de 2008

Las armas y las letras, un acertijo.



En el capítulo XXXVIII de la primera parte de El Quijote, Cervantes pone en boca de su personaje una serie de ideas que conocemos con el nombre de discurso de las armas y las letras. El pasaje sigue el trote mental de don Quijote, quien busca resolver cuál de los oficios es mejor: soldado o escritor. En primer lugar, dice, hay que tomar en cuenta que son muchos menos los premiados por la guerra que los que mueren en ella. No cabe la comparación: los muertos son incontables, los beneficiados son apenas unos cuantos que permanecen en la sombra.
Viene después un contrapunto de argumentos: dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes, letras, al fin.. Sin embargo, con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de sicarios (perdón, de corsarios).
No se detiene allí el flaco caballero. No hay entre los estudiosos un temor comparable al del soldado que sufre el fuego enemigo y no puede huir del peligro. Hasta aquí, pues, la discusión la ganan los soldados y las armas. Pero en realidad Cervantes nos está planteando un acertijo sobre el que volveré más adelante.
Hoy más que nunca sirve rescatar las cavilaciones de don Quijote porque la realidad nos pone frente a la misma encrucijada: “aunque no lo parezca, vamos ganando la guerra contra el crimen organizado”, dicen algunos altos funcionarios del gobierno federal y para respaldar sus informaciones sueltan una parrafada que huele a sangre y pólvora. Queda claro: la apuesta son las armas, los soldados, la mencionadísima mano dura. Lo vemos todos los días en Torreón, en México, en el mundo. Un duelo de calibres, de muertos, una competencia por ver cuál de los bandos causa más dolor en el contrario. Pero el sufrimiento no tiene límites, y bien visto es estúpido pensar que un día arribaremos a la felicidad con una bazuca al hombro, a punta de balazos.
Quiero pensar entonces que la versión contemporánea del conflicto que enfrentaba don Quijote amerita una respuesta compleja, incluyente, que rebase las apariencias. Y lo que se me ocurre es que no se trata de optar por las armas o las letras, se trata de que las armas son las letras. No es esta la respuesta de Cervantes, esa me la reservo todavía. Es apenas una sugerencia ya que nos hemos metido a discutir con un loco de cuatrocientos años.
Las letras son armas si logramos rebasar el viejo esquema que concibe a la ficción como lo opuesto a la realidad y comenzamos a entenderlo como germen de la misma. Las letras son la semilla del mundo porque son una variación que construimos a partir de los componentes esenciales de la vida. Nada se crea a partir de la nada. Para transformar el mundo primero hay que visualizarlo de otro modo y eso se consigue con letras. Las ficciones que más nos conmueven –El Quijote, Crimen y Castigo, Cien años de Soledad- son aquellas en que nos reconocemos.
Borrada esta frontera incómoda entre ficción y realidad, las letras son armas cuando se asume que escribir es peligroso. Si no, por qué razón ser reportero en México entraña igual o más peligro que ejercer el oficio en Irak o Afganistán. Ser reportero es peligroso porque se trabaja todos los días con letras, porque se cambia el entorno a fuerza de palabras.
Las letras se vuelven armas si nos permiten ver que vivimos inmersos en un ambiente que en muchas ocasiones puede ser hostil, persecutorio, intolerante. Se vuelven armas si nos permiten ver que muy pocas veces se solucionan los misterios y casi nunca se encuentra a los culpables. En el mejor de los casos a los mexicanos siempre nos falta una pieza del rompecabezas. Las historias del México actual están llenas de vacíos e interrogantes. Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Colosio, de Ruiz Massieu, del cardenal Posadas, por mencionar tres ejemplos que pudieran ser treinta, trescientos, tres mil. Las víctimas de la guerra son incontables, como dijo el loco de Cervantes.
Lo que Cervantes no dice pero es fácil advertir, es que se trata de un libro y no un arma lo que tenemos en las manos cuando don Quijote concluye un discurso que logra convencernos. En este último verbo, convencernos, radica la solución al acertijo de Cervantes. Con letras nos inyecta la idea de la supremacía de los soldados. Cuando alguien nos convence nos acerca a él y él se acerca a nosotros. Este acercamiento puede trascender el tiempo, pues de otro modo no estaríamos ahora mismo dialogando con un soldado que perdió una mano hace cuatro siglos. Aquí es donde nuevamente se juntan la España del siglo XVII y el Torreón que hoy habitamos: en la celebración de la superioridad que tienen las letras sobre las armas. Las palabras convencen, transforman, construyen y acercan. Las armas nomás matan.

lunes, 18 de agosto de 2008

Los ángeles no vuelan: saltan




Yelena Isinbáyeva, de Rusia, consiguió hoy tres triunfos en uno: su décima medalla de oro en grandes campeonatos, su récord mundial número 24 (5,05) y por segunda vez el título olímpico de pértiga. Isinbáyeva mostró una enorme superioridad sobre las demás competidoras. Compartirá el podio con la estadounidense Jennifer Stuczynski (4,80) y otra rusa, Svetlana Feofanova (4,75). A partir de los Mundiales en sala de Budapest 2004, Isinbáyeva, que hoy se permitió el lujo de empezar a competir con el listón ya en 4,70, ha ganado los diez campeonatos en los que ha participado.

Tras dos años sin elevar un sólo centímetro su plusmarca, Isinbáyeva ha sumado tres récords esta temporada (5,03 en Roma, 5,04 en Montecarlo, 5,05 en Pekín) a una lista que alcanza ya los 24: catorce al aire libre y diez en pista cubierta. La estadounidense Jennifer Stuczynski, segunda en el ránking de todos los tiempos con sus 4,92 de junio pasado en Eugene, parecía constituir la única amenaza seria para Isinbáyeva, pero Svetlana Feofanova, subcampeona olímpica, terció en la contienda al superar los 4,75 en su mejor salto del año.

Isinbáyeva se fue quedando sin rivales a medida que se elevaba el listón. A partir de 4,80 nadie le discutió la victoria. Stuczynski había arrebatado por cinco centímetros la plata a Feofanova con 4,80 y ambas se dispusieron a contemplar el remate de Isinbáyeva, que pidió 4,95. Necesitó tres saltos para batir el récord olímpico, pero lo hizo. El récord mundial se le resistió hasta el tercer intento. La pertiguista de Volvogrado es la reina indiscutible del atletismo femenino. Desde la caída en desgracia de la estadounidense Marion Jones, condenada a seguir los Juegos desde la cárcel por perjurio, ninguna atleta puede compararse en carisma a la rusa, que ha amasado una fortuna (más de un millón de dólares) con los premios que le han reportado sus récords. (con información del diario El País)

sábado, 9 de agosto de 2008

Revista de la Universidad



La Revista de la Universidad de México publica en su nuevo número (agosto 2008) un relato de Geney Beltrán, en un dossier de literatura joven que incluye un relato de Geney Beltrán, poemas de Francisco Alcaraz, Mijail Lamas y Daniel Saldaña París, ensayos de Enrique Díaz Álvarez, Alejandro García Abreu, Mayra Luna y Paola Velasco y un relato de su servidor.

lunes, 4 de agosto de 2008

La partitura en Cuévano...


En días pasados, gracias a la generosidad de Luis Felipe Pérez, estuvimos presentando Partitura para mujer muerta en Cuévano. Tenía ya un buen rato de no pasar por esa entrañable ciudad, y la encontré como siempre. Por eso me sirve mucho la descripción que de ella hace el cronista oficial de Cuévano (J.I.):


"Los cuevanenses son grandes innovadores, siempre lo han sido. A eso se debe en parte que la ciudad no tenga más forma que la que le dieron los cerros, ni domine en ella otro estilo que el llamado cuevanense, que es fácil de reconocer pero imposible de definir".


En la foto (afuera de uno de los edificios más representativos de esa ciudad) me acompaña el excelente poeta Mijail Lamas, quien ese mismo día, a esa misma hora y en la misma mesa, presentó su poemario Contraverano. Gracias a todos los que asistieron a la doble presentación, y a los que ya habían leído la novela y aportaron sus valiosos comentarios al final de la actividad, en la Escuela Normal Superior de Cuévano (ENSOC).

miércoles, 30 de julio de 2008

Una de vaqueros con Ignacio Trejo




En días pasados estuve de visita en Pachuca, la mítica ciudad hidalguense. Es un territorio que he visitado muchas veces desde que era pequeño, y cada vez que paso por allí regreso reconfortado, tranquilo, casi casi optimista. Debo aclarar que esta última visita fue distinta porque fue doble: viajé a Pachuca dentro de Pachuca. Más de uno pensará que me comí unos pastes de peyote. Juro que no fue así. El “viaje” a Pachuca con escala en Pachuca se debió a que leí El Vaquero más Auténtico que Existió, novela de Ignacio Trejo Fuentes publicada por Ficticia, la editorial que dirige con muy buena puntería Marcial Fernández.
A Ignacio Trejo no hace falta presentarlo: sabemos bien que es narrador, ensayista y cronista. Que nació en Hidalgo en 1955 y que tiene más de veinte libros publicados. También que ha ganado premios como el Nacional de Periodismo Cultural Comitán de Domínguez y el Internacional de Ensayo Sergio Galindo, y que es sin duda uno de nuestros críticos literarios más respetados.
Siempre contada a través de la mirada de un narrador-personaje que recuerda sus años de juventud, El Vaquero más Auténtico que Existió puede ser leído como una crónica de la violencia implícita en el despertar al mundo adulto. En un centenar de páginas, Ignacio Trejo Fuentes nos convierte en testigos de cómo una parvada de jóvenes buscan su sitio en un mundo que no acaban de comprender.
En esos trances se hallan cuando llega a la ciudad un tipo al que apodan El Vaquero y cambia la vida de todos para siempre.
El protagonista recuerda sus primeros amoríos con Inés, una morenaza tan joven como él, también ávida de descubrir el mundo en el cuerpo del prójimo. Conforme las páginas van avanzando, la Pachuca que el autor construye se va poblando de personajes marcados por sus obsesiones. Algunos son entrañables, como Carmela; otros rabiosos, como Zedillo, quien goza de una posición privilegiada (por ser el niño rico del rumbo y por el rifle que carga consigo); otros presentan patologías habituales, como Papelito Colorado, un niño que deambula por las calles hidalguenses en busca de alguien que le ponga atención.
Finalmente, casi todos los personajes que habitan esta novela cargan un impulso vital tan poderoso que no les cabe en el cuerpo. Es el caso del narrador, de Inés y de Eloísa, quienes descubren el erotismo como un oasis en un entorno marcado por la muerte. El amor es, en este caso, un pecado que salva.
Como una crónica genial, El Vaquero más Auténtico que Existió abre con una frase contundente, un machetazo certero: “Inés, la luna y yo perdimos nuestra virginidad al mismo tiempo”.
De un plumazo nos ubica, sin necesidad de mencionar fecha alguna, 21 de julio de 1969, día en que Neil Armstrong pisó la Luna. Más que un detalle, esta evocación construye un puente entre la realidad y la ficción, borrando así las fronteras entre éstas.
Trejo Fuentes vuelve a utilizar estos recursos, tan propios de la crónica, en el paréntesis que abre en mitad de la novela para narrar una historia que liga al primer hombre que pisó la luna, Neil Armstrong, con una anécdota sexual.
El aprendizaje de la vida es, inevitablemente, el aprendizaje de la muerte. Los personajes de El Vaquero más Auténtico que Existió lo descubren por el camino difícil. Sus rituales van del erotismo a la violencia en un ambiente que combina ambos con la insólita naturalidad con que se mezclan en el México de nuestros días. El asombro viene sólo hasta que los hechos son “recordados” por el narrador, como ocurre con los habitantes de esta novela, acostumbrados a ver un viejo yate encallado en un basurero, a cientos de kilómetros de la playa más cercana. ¿Cómo llegó allí? Nadie lo sabe, pero tampoco nadie lo pregunta.
Ignacio Trejo Fuentes reconstruye así un sistema poroso con huecos, vacíos y contradicciones que le dan verosimilitud a la novela. Como los vaqueros de los western, El Vaquero es un personaje que sólo está de paso por Pachuca. Nadie sabe bien de dónde viene ni a dónde va. Bien mirado el asunto, no conocemos ni siquiera su nombre. Pero es el que abre fuego y precipita el final de esta entrañable historia.
El morbo que a los jóvenes personajes les provocan los misterios de la vida (que toman forma en los fetos que flotan en frascos llenos de formol del anfiteatro, en los habitantes de las cantinas y en los cadáveres que aparecen en distintos rincones de este libro), también se los provocan los misterios de la muerte. Mueren muchos personajes en este Pachuca literario, y casi todos con muertes violentas.

lunes, 21 de julio de 2008

Revelaciones tras la Máscara negra


En Pacto de sangre, James M. Cain ofrece tres elementos esenciales para un asesinato perfecto. El primero es la ayuda: nadie mata solo. En segundo lugar enlista lo que los manuales de derecho conocen como alevosía, y que consiste básicamente en que el procedimiento, el sitio y la hora de la muerte sean conocidos de antemano por los verdugos. Sin embargo, lo que realmente distingue a los profesionales de los advenedizos es la audacia. El crimen perfecto no es aquel cuyo autor jamás llega a descubrirse, sino la ejecución pública donde los homicidas tienen preparada una colección de coartadas infalibles, a prueba de investigación.

Así pues, el asesino ideal no evita las leyes porque puede torcerlas en su favor. El poder es, siempre, poder matar. La resaca viene cuando se hace conciencia de que estas seis palabras, que en el papel aparecen como fórmula ingeniosa, son además regla no escrita en el México de nuestros días. De allí que esas seis palabras sean también una de las premisas de Máscara negra, de Federico Campbell.

Como el autor aclara en el texto introductorio, este libro nació de textos periodísticos. En un principio los contenidos se movían en la esfera de la literatura policíaca: Los inquilinos habituales de estas páginas se llaman Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Raymond Chandler y Dashiell Hammet. El nombre mismo de la columna es un tributo a Black mask, la publicación norteamericana de historias policiacas fundada por en abril de 1920 por H. L. Mencken y George Jean Nathan.

Como invariablemente sucede en la mejor literatura, la realidad no tardó en asomarse. No cabe aquí el viejo esquema que concibe a la ficción como contrapunto de la realidad. Ya en la página treinta, Campbell nos recuerda que la ficción policíaca es una parodia, “un juego organizado que no podría darse sin los componentes más determinantes de la vida, puesto que nada se crea a partir de la nada”. En las ficciones –asegura el autor– los lectores se reconocen a sí mismos y al mundo que los rodea. Un ejemplo: escritos en su mayoría en una época marcada por la guerra fría, los textos que componen Máscara negra se internan en los laberintos de la novela de espionaje, género que nació en el siglo pasado como una forma de incorporar en la trama la política y “meditar veladamente” acerca de que estaba ocurriendo en el plano internacional. Se equivoca quien piensa que las novelas de espionaje eran consideradas inofensivas: no en vano tanto la CIA como la KGB sostienen desde esa época centros de investigación literaria que analizan los volúmenes del género en busca de filtraciones.

Pero el mejor ejemplo, quién lo niega, lo tenemos en México: vivimos inmersos en un ambiente hostil, persecutorio. Un ambiente de novela criminal. Una novela que se caracteriza porque muy pocas veces se solucionan los misterios y casi nunca se encuentra a los culpables. Las historias del México actual que Federico Campbell consigna en este libro están llenas de vacíos e interrogantes porque en la vida real no existen certezas completas, perfectas. Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Luis Donaldo Colosio, de Francisco Ruiz Massieu, del cardenal Posadas. Seguimos esperando que se proceda contra los autores intelectuales de los asesinatos de periodistas como Héctor “el Gato” Félix, codirector del semanario Zeta, acribillado en Tijuana la mañana del 20 de abril de 1988. O Manuel Buendía, ejecutado en la avenida Insurgentes de la capital durante la noche del 30 de mayo de 1984.

Máscara negra narra también los alcances del poder corruptor que deriva del crimen organizado. Poder capaz de invertir los papeles: militares y policías que fabrican culpables, que venden impunidad, que se vuelven traficantes, que persiguen a un capo para proteger a otro, sicarios que se disfrazan de agentes.

En México esto sucede con frecuencia: todos los días atestiguamos crímenes que quedarán impunes. Los noticieros y los diarios están llenos de sangrientos enigmas que nadie soluciona, porque los encargados de realizar las investigaciones y de hacer respetar la ley son a menudo quienes primero la infringen. Si esto sucede es porque en México las autoridades son, en muchos casos, aquellos perfectos asesinos que definió James M. Cain. Tienen la ayuda necesaria para torcer la ley en su favor y ejercer el poder con brutalidad y alevosía. Porque, como dice Federico Campbell en este gran libro que es Máscara negra, en México el poder es, siempre, poder matar.

martes, 15 de julio de 2008

Marina Herrera y El cuerpo incorrupto



En la epístola a los pisones, conocida también como Arte Poética, Horacio hace una serie de recomendaciones a los jóvenes autores. En algún momento escribe que “es necesario regresar al yunque el verso mal forjado”. Compara así el oficio de las letras con el arte de trabajar el hierro. Una comparación que podemos aplicar a la joven autora que hoy nos ocupa y que en su apellido lleva la vocación: Marina Herrera.
Lo digo no porque la conozca, pues no tengo el gusto, sino porque hace unas semanas cayó en mis manos El Cuerpo Incorrupto, su primer libro. De inmediato se advierte que sus cuartillas han sido forjadas con paciencia, utilizando las herramientas del oficio, golpeando aquí, puliendo allá, torneando más allá. Es de celebrarse que Marina publique sus cuentos en la colección La Fragua, pues como sabemos una fragua es un fogón que se utiliza para forjar metales.
Hay que señalar también la impecable labor de edición que nos entrega el Icocult: con un esqueleto en primer plano, filtrado por una pantalla rojo sangre, ya la portada nos anticipa algo de lo que encontraremos en las líneas de esta hábil escritora.
Marina Herrera, de acuerdo con la ficha incluida en la solapa del volumen, nació en Saltillo en 1977 y es Licenciada en Lengua y Literatura Españolas. Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en 2004-2005 y tiene menciones honoríficas en distintos premios, entre ellos el Criaturas de la Noche y el Nacional de Cuento ¿El Crimen como una de las Bellas Artes?
Usaré algunos puntos de la epístola de Horacio como carta de navegación para diseccionar El Cuerpo Incorrupto. Entre los consejos que lanza como botella al tiempo tenemos primero que debe procurarse la unidad de conjunto en toda la obra. Como muchos años después lo aconsejara Edgar Allan Poe, en los cuentos de Marina se advierte una firme intención de emboscar a sus lectores y sorprenderlos con un final inesperado, aplastante. La mayoría de las veces lo logra con pericia, pues todas las fuerzas de su pluma apuntan hacia el mismo sitio. Y si bien hay un par de cuentos en los que se advierten resabios de ingenuidad juvenil (Dios ya no es Noticia y Las Mujeres Araña), la mayoría transpiran madurez estilística y buen oficio.
Sumado a esta primera unidad está la cercanía de las atmósferas y temas tratados en los trece cuentos: exploraciones del cuerpo y sus posibilidades, estos trece cuentos son variaciones del instante definitivo que es frontera entre la vida y la muerte. Escritos en su mayoría en un registro oscuro, propicio para tratar las situaciones narradas, algunos hacen gala de un realismo descarnado y otros son ejercicios de literatura maravillosa, entendiendo lo maravilloso como un estado en donde imperan leyes distintas a las que nos rigen en la realidad real.
Pero los cuentos de Marina también hurgan en busca de la partícula de ternura que oculta el asesino, en la santidad que muy a su modo ejercen las matronas, en la devoción que puede ligar a dos extraños que, como ocurre en "A Tientas el Amor", se ignoran cuando se encuentran a plena luz del día mientras que a oscuras son viejos conocidos. Cuentos que se apoyan en lo sobrenatural para acentuar lo que nos hace humanos: el temor al rechazo, la debilidad, la incertidumbre.
La segunda de las recomendaciones que Horacio lanza es tratar el lenguaje con cuidado, buscar las palabras adecuadas al estado de ánimo y a la situación que se evoca en cada texto. Marina lo hace: su prosa es rica, expresiva, bien trabajada. Reproduzco unas líneas de "Eucaristía", que con "La Trenza", "Invocación" y "El Gordo", es una de las mejores piezas que han salido de la fragua de Marina:
“La muerte recogió a Otilia al momento en que mi líquido se vació, anegando su vulva. Su corazón de vaca se detuvo. Me regocijé con su partida a las alturas, beata, canonizada y santa en un solo acto: la presentación de su sangre a Dios, consumada y consumida en mi persona”.
El Cuerpo Incorrupto es un magnífico libro que merece leerse y releerse con atención. Esperemos nuevas entregas de esta narradora implacable y orgullosamente coahuilense.

lunes, 14 de julio de 2008

Toquín en Puebla



El jueves 3 de julio, Perla Cantú, Alí Calderón, Ignacio Sanchez Prado y su servidor dimos un concierto de cámara en la Casa del Escritor, en Puebla Puebla. Gracias a todos los que hicieron posible el recital... por cierto, la próxima cita es en Pachuca el sábado 19, en el Museo del Ferrocarril, a las siete de la tarde.




jueves, 10 de julio de 2008

No narrarás



Geney Beltrán publica, en el más reciente número de Nexos, una excelente reflexión sobre los rumbos que ha tomado en nuestros días la labor del narrador. O que han tomado algunos escritores, que no narradores. O que algunos quieren que tome la narrativa. O sobre lo que otros desean que no suceda.
Necesario leerla.Transcribo los primeros párrafos:



Últimamente he leído y escuchado numerosas exigencias de lo experimental en la ficción. El dogma: una novela o un libro de relatos deben experimentar rompiendo el marco de las convenciones narrativas, pues el riesgo técnico es sinónimo de innovación literaria. Lo demás se vería como epigonismo clasicista. La raíz del coraje se entiende: por su leal fijación en los números negros de los estados de venta, las grandes editoriales publican demasiadas “novelas de entretenimiento” —predecibles y sin exigencia— y las promueven como fulgurantes logros artísticos. Sergio Pitol despotrica en El mago de Viena: “Los creadores de literatura light exigen el trato que sería normal dar a Stendhal, a Proust, a la Woolf. ¡Qué tal!”.
En su ensayo Un montón de lápices chatos, Rafael Lemus adjudica el estancamiento de la narrativa contemporánea a su incapacidad para desembarazarse del humanismo. ¿Cómo es esto? La pintura y la música han llevado la vanguardia de la primera mitad del siglo XX hasta sus últimas consecuencias: hoy, en gran parte, no representan, no significan, no narran. Sólo son colores, sonidos. La literatura, por su lado —plantea el autor—, ha perdido el impulso aventurero de 1922 y se empeña en representar, en significar, en narrar. En (gloso, torpemente) ser fiel a la naturaleza dialoguista del lenguaje. En ser otra cosa más que sólo lenguaje abstraído en el embeleso de su propia contemplación.
Hay sin embargo un detalle que me salta....

miércoles, 9 de julio de 2008

Enriqueta Ochoa se adentra en sus memorias


Reproduzco íntegra una entrevista que hice hace unos días con una de las poetas más importantes de México: Enriqueta Ochoa. La entrevista se publicó en el diario El Siglo de Torreón el domingo 18 de mayo, día en que la escritora -torreonense por cierto- recibió la medalla de oro de Bellas Artes.


"Cuando vivíamos en Rabat, la capital de Marruecos, escondía los poemas porque tenía miedo de que mi esposo los rompiera. En ese tiempo se decía: ésta es mi mujer, es mía y no puede ser ni para la poesía ni para nada. A veces él me encontraba escribiendo y para que no se enojara le leía lo que había escrito, hasta que opté por ocultar en el jardín de la casa los poemas: cada vez que escribía uno lo arrugaba y lo enterraba. Se me quedaron muchos poemas enterrados en los jardines de Marruecos”, recuerda Enriqueta Ochoa en voz alta.
Pausadamente, con la emoción salándole cada palabra, la maestra recuerda cómo literalmente ha sembrado poesía en al menos tres continentes. Con ochenta años recién cumplidos se interna en sus memorias. El pretexto, si se necesita un pretexto para conversar, es que el domingo 18 recibirá la Medalla Bellas Artes como homenaje a su brillante trayectoria. A los festejos se ha sumado el Fondo de Cultura Económica, que acaba de sacar de las prensas un volumen de más de cuatrocientas páginas que contiene la poesía reunida de la maestra, en una celebración en la que han brillado por su total ausencia las instituciones de Torreón y de Coahuila.
Pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, viajera constante, estudiosa infatigable, Enriqueta Ochoa ha tenido una relación intensa con su ciudad natal. Fue en Torreón donde su primer poemario, Las Urgencias de un Dios, fue condenado por la Iglesia desde su salida en 1950: para muchos era difícil entender que una muchacha de 19 años se atreviera a hacer poesía a partir de misterios religiosos. Hubo incluso quienes llegaron a exigir que la edición completa de aquel libro se quemara públicamente, mismos que intentaron sobornarla para que se alejara de esos temas en la literatura. Pero la joven Enriqueta no se arredró y a ese primer trabajo le siguieron muchos otros: Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).
Cincuenta y ocho años después, los homenajes y distinciones se multiplican y es ubicada por la crítica junto a Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño y Rosario Castellanos. Por las profundas reflexiones contenidas en su obra, ha sido emparentada con José Revueltas y hasta con Dostoyevski. Además es reconocida como influencia por poetas de la talla de Eduardo Langagne, Esther Seligson y Hugo Gutiérrez Vega, entre muchos otros. Sin embargo Torreón, su tierra, parece negarle el lugar que por derecho tiene en la literatura mexicana: salvo sostener el Premio Nacional de Poesía que lleva su nombre, muy poco han hecho las actuales Autoridades de Cultura en el Ayuntamiento por promover su obra y por ayudar a la maestra a sobrellevar las dificultades de su edad.
Doña Enriqueta comenta que jamás ha dejado de sentirse lagunera: “me siento muy feliz de haber nacido en Torreón, de tener todo lo que tuve, que es lo que tienen ahora ellos. Siento que Torreón me ha acogido siempre bien. Si me acogió mal, ya ha pasado mucho tiempo y está olvidado”. Tan es así, que la Comarca y el desierto han sido un disparador de su obra: “La luz de La Laguna fue para mí siempre muy importante. Antes de escribir cualquier cosa, el gran enigma, la gran interrogación era la luz que tenía Torreón. La luz y el desierto estuvieron siempre emparentados, en mi poesía, con Dios. ¿A dónde se van los que quieren santificarse? Pues hacia la luz del desierto. La luz es muy importante para adentrarse en uno mismo y en Torreón la luz es única”.
Arrugar hojas para
no tirarlas
La invitación al homenaje de hoy muestra un retrato de la joven Enriqueta sobre un papel arrugado. Y es que además de aquellas que tuvo que enterrar en los jardines de Marruecos, han sido muchas las hojas que la maestra ha tenido que arrebujar con tal de salvar su obra. Recuerda sonriente una anécdota que le ocurrió en Jalapa: “yo me iba a trabajar y ya no me acordaba ni dé qué había escrito ni qué no, ni qué había dejado encima de mi escritorio. Cuesta mucho trabajo escribir un poema para que de pronto llegue alguien que ayuda en la casa, lo rompa y lo tire a la basura. Para que eso no sucediera se me ocurrió tomar los poemas, hacerlos bolita y mezclarlos con las bolas de estambre con las que estaba tejiendo en ese momento. Así salvé todos mis poemas. Recuerdo alguna lectura a la que llegué tarde y me senté ya frente al micrófono a deshacer mis bolitas de papel. Entonces alguien se me acercó y me preguntó: “maestra, ¿no puede leer poemas que no haya arrugado?”.
Por supuesto, aclara doña Enriqueta, no todos los poemas que se arrugan son valiosos: también han sido muchos los versos descartados, muchas las líneas que ha tenido que llevar al yunque para rehacerlas. Por eso asegura que la disciplina es muy importante para convertirse en escritor. Recuerda que su padre la ponía siempre a leer mucho, y que después Rafael del Río –quizá el maestro más influyó en su formación– terminó de forjarle esa disciplina. Con una sonrisa honesta, la autora de Retorno de Electra cuenta que Del Río le exigía que escribiera un soneto diario, y admite que no siempre salía bien librada de la crítica.
Quizá por eso, a los jóvenes que aspiran a convertirse en escritores les aconseja que tengan siempre un maestro, alguien que los oriente, que les muestre las tradiciones: “Cuando yo me di cuenta de que para mí era muy importante escribir, que empecé a escribir, ya nunca volví a estar sin maestro. También les aconsejo mucho tesón, mucha disciplina en lo que sea”.
La referencia a los jóvenes no es infundada: a la maestra le gusta leer poesía de última generación. Asegura que se siente más cerca de los jóvenes que de sus contemporáneos. Tan es así que hasta hace muy poco sostenía un taller con cinco miembros que sesionaban en su casa: “antes lo estaba dando los sábados, luego lo cambiamos a los jueves. Estábamos trabajando con mucha intensidad. Tenía cinco elementos regulares, y nos enfocábamos únicamente a la poesía. Pero con la mudanza, como que se desmadejó”.
De La Laguna al mundo
Mientras se desarrolla la entrevista, el teléfono no cesa de sonar: son amigos que llaman para confirmarle que estarán allí el domingo. Amigos de Torreón, de Jalapa, de la Ciudad de México, de España, de Sudamérica. Y es que desde muy joven, Enriqueta tuvo que recorrer el mundo para encontrarse a sí misma: “Yo recorrí el mundo casi entero, y ahora pienso ¿sería que me estaban preparando para algo? Porque es muy raro: generalmente a esa edad uno busca los bailes, o estar con la familia. Yo viajé todo lo que podía. Quería conocer los lugares, encontrarme con la gente, con lo conocido y lo desconocido”.
Otro de sus rincones preferidos en el mundo es Jalapa: “Jalapa es un lugar que yo quise entrañablemente. Lloré y sufrí mucho cuando tuve que dejarlo. El trabajo lo va a uno llevando por muchos lugares, y Jalapa fue como mi segundo rincón de cariño. Creo que es el único lugar al que le he escrito un poema. Para mí, ese lugar significó la renovación total, la alegría, el deseo de vivir”.
Con todo, no es Jalapa la ciudad que más evoca la poeta. Tampoco es Rabat, ni Tánger, ni Madrid: es Torreón. “Ése es mi talón de Aquiles. No soporto que hablen mal de mi ciudad. Siento mucha nostalgia por los atardeceres de allá”.
De Torreón extraña, además, la comida. Sobre todo el cabrito y el menudo: “Torreón es un lugar que tiene mezclados platillos de toda la república. Allí la gente es muy feliz. Tengo un recuerdo muy grabado: cuando iba a La Laguna, recién llegaba y me invitaban a una carne asada. No había caminado ni tres o cuatro cuadras, me encontraba a otro amigo y me invitaba a una parrillada. Así, de invitación en invitación. Y me preguntaba yo por qué hacían tantas fiestas. Trataba de buscar en mis recuerdos y no hallaba por qué. Mis amigos respondían que siempre estaban buscando la manera de sentirse felices, de festejar algo, de tener invitados en casa ”.
Hoy todos estamos invitados a una fiesta en su casa. Porque su casa hoy se llama Bellas Artes.

Enriqueta Ochoa ‘en breve’
Torreón, Coahuila, 1928. Poeta viva esencial de Coahuila, su trabajo es considerado por la crítica como uno de los más personales escritos en México. Ha ejercido el periodismo y la docencia en varias universidades nacionales e internacionales.
Ha formado a gran cantidad de escritores y poetas. Es autora, entre otros títulos, de Las Urgencias de un Dios (1950), Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Enriqueta Ochoa de bolsillo (1990), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).
Su poesía ha sido incluida en varias antologías y forma parte de la colección Voz Viva de México, UNAM, 1992.
En 2004 se publicó Que me Bautice el Viento, un volumen para niños formado por poemas de Doña Enriqueta e ilustraciones hechas por pequeños coahuilenses inspirados en el trabajo de la autora.
El Fondo de Cultura Económica está por publicar sus obras completas. Entre los muchos homenajes que ha recibido dentro y fuera de México, vale la pena destacar que fue nombrada Hija Predilecta de Torreón en 1976.
En 1985, fue colocado un busto de bronce con su efigie en la Calzada de los Escritores en la misma ciudad. Existe también el Certamen Nacional de Poesía “Enriqueta Ochoa”, convocado anualmente a partir de 1994, por el Conaculta, el INBA y el Seminario de Cultura Mexicana