viernes, 5 de diciembre de 2008

Intimidad masiva: Rabia, de Jaime Mesa


Durante las últimas semanas la lucha por la supervivencia me ha obligado a postergar mis comentarios sobre Rabia (Alfaguara 2008), ópera prima de Jaime Mesa protagonizada por un hombre adicto al Internet y a establecer relaciones conflictivas. Al fin ayer pude transcribir mis impresiones para subirlas a este espacio.
De acuerdo con la solapa del libro, Jaime nació en 1977 y estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Autónoma de Puebla, su estado natal. Además ha impartido talleres en la Casa del Escritor, y es actualmente coordinador de las ediciones de la Secretaría de Cultura de ese estado.
Rabia puede ser leída, en primera instancia, como una novela sobre el fenómeno de la masa en nuestros días. Nos han dicho hasta el cansancio que con el desarrollo tecnológico hemos mutado de los esquemas tradicionales de comunicación, que contemplan el uno a uno a esquemas que permiten el uno a muchos (periódicos, radio, TV) y de allí a formas que permiten la comunicación de muchos a muchos (Internet) Pero la dinámica ha trascendido y ahora se aplica a esferas que en otro momento se consideraron privadas, como el ámbito del amor y del sexo. Así, la masa ha trascendido la concentración de gente y se traduce ahora en flujos de mensajes (que no mera información) que van de un sitio a otro, o mejor, de un usuario a otro. La intimidad se ha convertido en asunto de las masas.
Sin embargo, más allá de la lectura inmediata de Rabia como testimonio de los nuevos fenómenos de la comunicación, podemos darnos cuenta de que esta novela aborda uno de los temas de siempre: la imposibilidad de conocer al otro con certeza. Somos lo que en un momento determinado creemos ser y lo que los demás creen de nosotros. Ante cada persona tenemos un perfil distinto, y se va formando una telaraña de expectativas y referencias con esas aportaciones colectivas. Podemos atisbar en la vida del vecino, pero al final nuestra concepción de ellos se basa en inferencias y suposiciones conectadas, y en muy pocos datos duros. Y eso lleva siglos ocurriendo.
Cuando, al inicio de la novela, vemos a Don y a su hijo en un juego de beisbol, tendemos a crear una bonita estampa familiar. Padre e hijo a la espera del gran juego. Más tarde, el autor nos hace caer en la cuenta de que las relaciones de todos los días no son ni más ni menos engañosas que las surgidas por el contacto en Internet. Don es un hombre depresivo, lleno de conflictos, que tiene una doble vida, pero sólo lo vemos cuando hemos traspasado la barrera de las apariencias.
Un poco a la manera del zapping, la novela de Jaime Mesa está construida como un cúmulo de historias distintas que sólo tienen a Foster como común denominador. No hay entonces un inicio, un desarrollo y un final, sino apenas momentos de mayor o menor tensión en la vida de los personajes. Y es que con Internet ha cambiado el sentido de la tensión, pues ésta no opera como en la TV o en el cine, espacios en los que la transmisión ocurre simultáneamente para todos los receptores. En Rabia, como en la red, la tensión continua proviene del un equilibrio que amenaza con romperse y que demanda la participación individual del receptor: no ocurre nada, todo existe simultáneamente. Precisamente por eso una de las premisas de la novela es también una de las premisas de la red. Aunque parezca que no hay reglas, las hay. Y en Internet, como en la mayoría de las relaciones que puedan establecerse hoy en día, la primera regla es no creer, no importa lo que se vea y lo que se escuche.

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