domingo, 22 de diciembre de 2013

Entre petroleros te veas


                                                   Dado que en la semana no hubo asuntos de relevancia para el país, y que últimamente todo en México marcha a la perfección, tuve alguna dificultad para seleccionar el tema de este artículo. Está bien, exagero al decir que nada ocurrió: ayer se disputó la final de futbol. Cómo se me iba a pasar eso que los líderes de opinión llaman la guerra en calzoncillos. Pero ni modo de hablar de eso en este espacio. Nunca he sido un buen analista deportivo, y además, en algún rincón interno, una voz me decía: petróleos mexicanos. No sabía por qué. Era una vocecilla apenas, algo así como un chapulín perdido en la sierra Del Sarnoso, pero de todos modos decidí rastrearla. Entonces me acordé que una de las mejores novelas que leí este año es Muertes de Aurora (1980, Ediciones de Cultura Popular), de Gerardo de la Torre, estupendo escritor mexicano que en marzo pasado cumplió 75 años, de los cuales ha dedicado 50 a la literatura. Guionista, crítico literario y maestro de muchas generaciones, De la Torre aprendió de los grandes los secretos del oficio: fue miembro del taller de Juan José Arreola y alumno indirecto de autores como Juan Rejano y José Revueltas.
Aquella voz interna, petróleos mexicanos, cobró sentido en cuanto invoqué Muertes de Aurora porque los lectores asociamos a Gerardo con el béisbol y con la novela policiaca, por supuesto, pero también con la mayor industria de este país: la petrolera. Ese vínculo es natural si revisamos su biografía, pues hacerlo es repasar también algunos momentos significativos para nuestra soberanía en materia de hidrocarburos. Por ejemplo: Gerardo de la Torre nació en marzo de 1938, apenas tres días antes de que Lázaro Cárdenas nacionalizara el petróleo. A los quince años entró a trabajar a la refinería de Azcapotzalco. A los treinta y dos publicó su primera novela, Ensayo General (Joaquín Mortiz, 1970), cuyos protagonistas son trabajadores petroleros. En 1988 ganó el Premio de Novela Pemex, que se convocó para celebrar 50 años de la expropiación, por supuesto con una historia sobre petroleros. De su amplia obra podemos citar la ya mencionada Muertes de Aurora y Los Muchachos Locos de Aquel Verano (Premio de Novela José Rubén Romero 1994). En ambas se aborda la participación de los trabajadores del petróleo en la vida pública de nuestro país.
Enmarcada en 1968, Muertes de Aurora se centra en un grupo de cuatro trabajadores petroleros que simpatizan con el movimiento estudiantil y buscan aportar su grano de arena para construir una realidad más justa. En 209 páginas narradas con maestría, con una prosa poderosa, De la Torre nos sumerge en un país convulso donde la represión se convierte en la respuesta sistemática a las demandas juveniles. Un México de profundos contrastes: mientras en las dependencias oficiales hay delincuentes de cuello blanco que son intocables, en la calle las manifestaciones son disueltas violentamente. En el centro del cuadro distinguimos a Jesús de la Cruz, extrabajador petrolero que trabaja en una agencia de noticias y sueña con convertirse en escritor. Él y sus compañeros de lucha asisten a las manifestaciones, intentan concientizar a otros obreros de lo necesario que resulta involucrarse en los asuntos públicos en ese momento de la vida nacional. Actuar, no sólo quejarse. Sin embargo, los personajes que De la Torre nos entrega no son ángeles con casco y herramienta: a lo largo de la novela, se sienten tentados por las comodidades y dudan respecto a abandonar la lucha. A eso hay que agregar que no siempre comprenden el carácter de las contiendas en que se ven inmiscuidos, y que en su entorno laboral son continuamente traicionados por los dirigentes sindicales.
No es casual que tanto Vicente Leñero como José Woldenberg hayan calificado a Muertes de Aurora como "la mejor novela que se ha escrito sobre el 68". Y mientras en mi cabeza rebotan como un eco aquellas dos palabras, petróleos mexicanos, sigo preguntándome en qué se basará, de dónde sacará Gerardo de la Torre el material para escribir su próxima novela.


Un TIC TAC y todo cambió...


Un ciudadano promedio de nuestra época oye muchas más veces Las Cuatro Estaciones que aquellas que pudo escucharla Vivaldi. La razón es sencilla: para oír sus piezas, el compositor veneciano necesitaba reunir una orquesta y montar la obra, hoy, en cambio, basta buscar la grabación. Esta idea, que escuché cuando estudiaba en la Facultad de Música, nos recuerda que nuestro acceso a las artes es muy distinto del que tuvieron nuestros antepasados. Ya en 1936 el filósofo y crítico alemán Walter Benjamin reflexionaba sobre las consecuencias que acarreó esta posibilidad de reproducir las obras artísticas una y otra vez. Sobre todas, Benjamin destacaba la posibilidad de poner la réplica, en forma de fotografía o de sonido grabado en disco, en situaciones inalcanzables para el original. ¿Qué quiere decir esto? Muy sencillo: que hoy cualquiera puede tener en casa una réplica de Las Meninas, escuchar una orquesta mientras corre o ver Psicosis en su celular.
He recordado el asunto porque el miércoles estuve en el toquín de presentación de Tic Tac, la más reciente grabación de Los Enanitos Verdes. Más adelante explicaré por qué hablo de grabación y no de disco. Mientras tanto quiero destacar que se trata de una de las mejores grabaciones de esta banda, un poderoso trabajo que recupera el sonido que forjaron en Big Bang, otro de sus trabajos clásicos. Armados con bataca, bajo y guitarra, coloreando las atmósferas con cuerdas, metales, órgano y una pizca de percusión latina, los enanos nos meten en un viaje que bien vale cada una de las 12 horas del reloj que aparece en la portada.
Efectivamente: como en otras obras de los enanitos, hay en Tic Tac un reloj involucrado, objeto que evoca una de las obsesiones de estos músicos mendocinos: la relación espacio-tiempo. Algunos dicen que todo terminó, otros dicen que la vida es larga… Veintisiete años después de la aparición de Contrarreloj, su segundo disco, Los Enanitos Verdes parecen evocar aquel álbum que los puso en la cima, pero no para vivir de viejas glorias, sino para demostrar que pueden superarse a sí mismos. "En un tic tac todo se transforma en nada (…) un tic tac y todo cambió", dice la letra del octavo track, el que da nombre a esta grabación. Y sí, el tiempo cambia todo.
          No es fácil ser estrella de rock, escribí hace unas semanas refiriéndome a Lou Reed y a Metallica. Lo repito. No cualquiera mantiene ese estatus por más de treinta años. Los enanitos verdes lo han hecho: los 34 años que Marciano Cantero (bajo, voz) y Felipe Staiti (guitarra) llevan tocando juntos se reflejan en Tic Tac. Acopladísimos. Certeros. Todo ese kilometraje se nota en la grabación. Mientras escribo escucho Cocktail, la cuarta rola del trabajo: un track que corre sin prisas, pero sin pausas. A la impecable ejecución vocal hay que sumar que Marciano Cantero está en su mejor momento como bajista: escuchamos un músico más arriesgado, más creativo, que por momentos emprende descargas casi jazzísticas. El solo de guitarra en esa canción demuestra por qué Staiti es una de las liras más cotizadas del continente.
Ahora, ¿por qué hablo de grabación y no de disco? Porque las disqueras, como los dinosaurios, están sentenciadas a transformarse o desaparecer. Con la aparición de nuevas tecnologías que permiten replicar la música muy fácilmente, el eje de la industria musical ha vuelto a ser el concierto, no el CD ni el MP3. Las señales del apocalipsis están allí: no es casualidad que David Bowie haya gastado sólo nueve dólares en la filmación de su último video, ni que Metallica acabe de fundar su propia disquera, ni que Café Tacvba haya bautizado su trabajo más reciente como "Ese objeto antes llamado disco". En ese tenor Los Enanitos Verdes decidieron lanzar Tic Tac como banda independiente bajo el sello Serafita Music, es decir, al margen de las grandes compañías disqueras. Evidentemente todos estos artistas están explorando una nueva forma de relacionarse con sus escuchas, que en el fondo es aquella que tenía Vivaldi: una dinámica que vuelve a poner en el centro al músico y su público, no a un enorme aparato de distribución plagado de intereses. Muy bien por Los Enanitos. Por cierto, algunos tracks de Tic Tac se pueden escuchar en la página de la banda (www.losenanitosverdes.net). También allí aparecen las formas en que se puede adquirir la grabación.