miércoles, 27 de enero de 2010

El vaquero más auténtico que existió


Hace unas semanas se lanzó la segunda edición de El Vaquero más Auténtico que Existió, novela de Ignacio Trejo Fuentes publicada por Ficticia, la editorial que dirige con muy buena puntería Marcial Fernández. Eso me da un pretexto para volver a trepar en el lomo de la red este texto.

A Ignacio Trejo no hace falta presentarlo: sabemos bien que es narrador, ensayista y cronista. Que nació en Hidalgo en 1955 y que tiene más de veinte libros publicados. También que ha ganado premios como el Nacional de Periodismo Cultural Comitán de Domínguez y el Internacional de Ensayo Sergio Galindo, y que es sin duda uno de nuestros críticos literarios más respetados.

Siempre contada a través de la mirada de un narrador-personaje que recuerda sus años de juventud, El Vaquero más Auténtico que Existió puede ser leído como una crónica de la violencia implícita en el despertar al mundo adulto. En un centenar de páginas, Ignacio Trejo Fuentes nos convierte en testigos de cómo una parvada de jóvenes buscan su sitio en un mundo que no acaban de comprender.

En esos trances se hallan cuando llega a la ciudad un tipo al que apodan El Vaquero y cambia la vida de todos para siempre.

El protagonista recuerda sus primeros amoríos con Inés, una morenaza tan joven como él, también ávida de descubrir el mundo en el cuerpo del prójimo. Conforme las páginas van avanzando, la Pachuca que el autor construye se va poblando de personajes marcados por sus obsesiones. Algunos son entrañables, como Carmela; otros rabiosos, como Zedillo, quien goza de una posición privilegiada (por ser el niño rico del rumbo y por el rifle que carga consigo); otros presentan patologías habituales, como Papelito Colorado, un niño que deambula por las calles hidalguenses en busca de alguien que le ponga atención.

Finalmente, casi todos los personajes que habitan esta novela cargan un impulso vital tan poderoso que no les cabe en el cuerpo. Es el caso del narrador, de Inés y de Eloísa, quienes descubren el erotismo como un oasis en un entorno marcado por la muerte. El amor es, en este caso, un pecado que salva.

Como una crónica genial, El Vaquero más Auténtico que Existió abre con una frase contundente, un machetazo certero: “Inés, la luna y yo perdimos nuestra virginidad al mismo tiempo”.

De un plumazo nos ubica, sin necesidad de mencionar fecha alguna, 21 de julio de 1969, día en que Neil Armstrong pisó la Luna. Más que un detalle, esta evocación construye un puente entre la realidad y la ficción, borrando así las fronteras entre éstas.

Trejo Fuentes vuelve a utilizar estos recursos, tan propios de la crónica, en el paréntesis que abre en mitad de la novela para narrar una historia que liga al primer hombre que pisó la luna, Neil Armstrong, con una anécdota sexual.

El aprendizaje de la vida es, inevitablemente, el aprendizaje de la muerte. Los personajes de El Vaquero más Auténtico que Existió lo descubren por el camino difícil. Sus rituales van del erotismo a la violencia en un ambiente que combina ambos con la insólita naturalidad con que se mezclan en el México de nuestros días. El asombro viene sólo hasta que los hechos son “recordados” por el narrador, como ocurre con los habitantes de esta novela, acostumbrados a ver un viejo yate encallado en un basurero, a cientos de kilómetros de la playa más cercana. ¿Cómo llegó allí? Nadie lo sabe, pero tampoco nadie lo pregunta.

Ignacio Trejo Fuentes reconstruye así un sistema poroso con huecos, vacíos y contradicciones que le dan verosimilitud a la novela. Como los vaqueros de los western, El Vaquero es un personaje que sólo está de paso por Pachuca. Nadie sabe bien de dónde viene ni a dónde va. Bien mirado el asunto, no conocemos ni siquiera su nombre. Pero es el que abre fuego y precipita el final de esta entrañable historia.

El morbo que a los jóvenes personajes les provocan los misterios de la vida (que toman forma en los fetos que flotan en frascos llenos de formol del anfiteatro, en los habitantes de las cantinas y en los cadáveres que aparecen en distintos rincones de este libro), también se los provocan los misterios de la muerte. Mueren muchos personajes en este Pachuca literario, y casi todos con muertes violentas.

lunes, 25 de enero de 2010


Este fin de semana terminé de leer Habla de lo que sabes, del Geney Beltrán Félix, publicada por Jus.
Geney nos había sorprendido con El sueño no es un refugio sino un arma, un lúcido libro de ensayos...





viernes, 22 de enero de 2010








Textual, una nota publicada hace cuarenta años:


Sábado 18 de julio de 1970

EL SIGLO DE TORREÓN


Otro golpe a los narcotraficantes en esta ciudad

 

Aprehenden a la hija del Güero Chon

y a otra mujer.- Crimen aclarado.

 

Torreón, Coah.- Gracias a una coordinada investigación, la policía local logró detener a dos miembros más de una bien organizada banda de narcotraficantes que desde hace tiempo venía operando en gran escala en esta comarca y que era dirigida desde el interior de la cárcel local, por los tristemente célebres traficantes de estupefacientes J. Encarnación Alvarado (a) “El Güero Chon” y Adolfo Quezada Vázquez, y además logró el esclarecimiento de un crimen registrado en Matamoros Coah., hace ocho años.

El comandante de la policía, Capitán Manuel Calero Salazar, que fue quien encabezó la investigación, junto con el Jefe del Servicio Secreto, sr, Ismael de Anda, y el jefe de grupo J. Isabel López Esquivel, informó ayer de la detención de la hija del “Güero Chon”, Elisa Alvarado Domínguez, de 33 años de edad, y de la esposa de Quezada Vázquez, María Reyes Cereceda de Quezada, que eran quienes, siguiendo instrucciones de sus respectivos familiares continuaban con el tráfico de estupefacientes.

La madeja de este caso tuvo su origen en la detención, llevada a cabo la semana pasada, del cargador Inés Ruiz Esparza y del albañil Pedro de la Rosa Silva (cuñado de Elisa) en cuyo poder se encontraron treinta y cinco kilos de mariguana “en greña”, lo que llevó a la policía a ahondar en sus investigaciones, pues de antemano suponía que todo aquello podía tener relación con alguna banda bien organizada de narcotraficantes, como así sucedió al llegar a la punta de este enredo.

Además, al ahondarse en principio las investigaciones y someterse a estrechos interrogatorios a Ruiz Esparza y De la Rosa Silva, la policía logró aclarar que éste último, en agsto de 1962 dio muerte al campesino Gilberto Sifuentes Ramírez en el poblado de Congregación Hidalgo, Municipio de Matamoros, Coahuila.

Origen de la investigación

A principios de la semana pasada, el Jefe de los Servicios Secretos, sr. De Anda, y el agente López Esquivel, entre otros, lograron detener a Ruiz Esparza y De la Rosa Silva, incautando en esa ocasión dos costales conteniendo no menos de treinta y cinco kilos de maléfica yerba, que se encontraba empaquetada en bolsas de polietileno.

En su descargo, De la Rosa Silva al ser interrogado declaró a la policía que la mariguana se la había dado a guardar días antes su cuñada Elisa, por lo que los agentes enfocaron sus pesquisas hacia ella, pero sin lograr de momento resultados positivos, pese a que se sabía que no había abandonado la región.

A mediados de la presente semana, Elisa promovió una demanda de amparo ante el Juzgado de Distrito en La Laguna contra la orden de aprehensión, que, afirmaba, sabía que existía en su contra.

En el Juzgado de Distrito se dio entrada a la demanda e inclusive se concedió a la promoviente, que tiene su domicilio en la calle 18 número 1704 norte de esta ciudad, la suspensión provisional de los actos reclamados, pero sin notificarse de momento oficialmente a las autoridades señaladas como responsables.

En consecuencia, la policía que por su parte continuaba con la pesquisa de la hija del Güero Chon logró saber que ésta se hallaba oculta con unos familiares que radican en el ejido Congregación Hidalgo, y hasta allá se dirigieron la mañana del pasado miércoles.

La detención de Elisa se efectuó a las nueve de la mañana del miércoles, conduciéndosele a la jefatura de los Servicios Secretos, y dos horas después, esto es a las 11 de la mañana, la Comandancia de Policía recibió la notificación de la demanda de amparo promovida por aquella, que ya estaba tras las rejas.

Denunció a su otra cómplice

Durante la mayor parte del miércoles Elisa estuvo sujeta a estrecho interrogatorio y fue así como terminó por confesar sus actividades que, dijo, se veía precisada a llevar a cabo por indicaciones de su padre “El Güero Chon” y al mismo tiempo mencionó a María Cereceda de Quezada como la persona  que la “surtía” de la maléfica yerba, esta última acatando instrucciones de su esposo Adolfo Quezada Vásquez.

Elisa, quien dijo ser “una víctima de las circunstancias” e “instrumento” de su padre para proseguir el tráfico de estupefacientes a pesar de que “El Güero Chon” se encontraba desde hace tiempo recluido en la cárcel local, relató a la policía y reporteros la forma en que operaba la banda.

Declaró que desde el interior del penal, tanto su padre como Quezada Vásquez les hacían llegar a ella y a María las instrucciones sobre a quién debían venderle la mariguana, así como el precio que deberían cobrar por la misma.

Elisa mencionó que para surtirse de la maléfica yerba periódicamente iba a casa de María, que vive en la colonia Francisco González de la Vega (o) “El Cinco”, de Gómez Palacio.

Cuando por alguna circunstancia no contaba de momento con existencias de mariguana, ambas se trasladaban hasta un rancho cercano a Gómez Palacio sobre la carretera a Francisco I. Madero, allí se abastecían de la cannabis.

Después de eso, Elis se traía la mariguana a su domicilio en esta ciudad, en donde se encargaba de venderla, a razón de seiscientos pesos el kilo, sin expender “carrujos” debido a que no sabía cómo elaborarlos ni la cantidad que deberían llevar.

Posteriormente, y ello ocurría regularmente cada ocho o quince días, María enviaba a una persona a casa de Elisa para que ésta le entregara parte de las ventas de la mariguana, y el resto, dice la declarante, que se lo hacía llegar a su padre y a Adolfo.


sábado, 9 de enero de 2010

Décimas para borrachos (Trejo & Frino)



Trejo:

Raspo un envase de fanta

Con moneditas de a peso,

Es por no sentirme tieso.

Guapéale, Frino, canta,

Y si está el virus que espanta

Me arrimaré el tapaboca

Chicu, chichicu, que toca

La banda, y ya sin vergüenza

Bailo en honor a la influenza.

Te paso el güiro, te toca.

Frino:

Sigue sonando la orquesta

pero no encuentro al cantante

¿Estará, el puesto, vacante?

¿La plaza estará dispuesta?

Siempre quise, en una fiesta

echar mis versos a andar

como Sinatra cantar

disfrazado de pingüino

con una copa de vino

en el centro del lugar

Pero, aunque se sienta gacho

nuestra carrera es distinta

porque tenemos más pinta

para entretener borrachos

¡Poetas de populacho

échense una de Paquita!

El mundo no necesita

más divos con frac y guantes

eso -repito- era antes

y aunque es la verdad, me agüita.


Trejo:

¿En serio? a un gramy le tiro

¿Y me vienes a ubicar

con que un Furia Musical

le viene más a mi güiro?

Yo por Beethoven me inspiro

y por las letras de Paz,

tres acordes por compás

y algunos versos sencillos

para hacer el estribillo

que a todos pone a bailar.