jueves, 22 de mayo de 2008

Diabulus in musica: Espido Freire

Laura Espido Freire



Dice la sabiduría popular que el diablo se esconde en los detalles. Así lo creían ya los músicos antiguos: al armonizar sus trabajos evitaban combinar ciertas notas, pues estaban convencidos de que un pequeño descuido podían abrirle la puerta al demonio. Para figuras como Guido d´ Arezzo o Claudio Monteverdi, incluir una cuarta aumentada era un terrible error que debía ser evitado por todos los medios. Aún hoy, en muchas facultades de música de todo el mundo, los estudiantes de armonía que incluyen cuartas aumentadas son reprendidos por sus maestros, pues ese intervalo es un amargo recordatorio de que somos mortales e imperfectos. Vista así, la música es un juego de vida o muerte en donde la perfección consiste en torear al maligno, en bailar con las sombras, en saber qué tan cerca se puede estar del fuego sin quemarse. Este hechizo, por supuesto, no es característica exclusiva del arte de las corcheas y los silencios. Se encuentra también en algunos óleos y grabados, en ciertas danzas, en la mejor literatura. Muestra de ello es la novela Diabulus in musica, de la novelista española Espido Freire.
No es frecuente encontrar autores que combinen música y literatura con tanta naturalidad como lo hace Laura Espido Freire. Nacida en Bilbao en 1974, estudió música y canto desde su infancia hasta los dieciocho años. Debido a esta circunstancia hizo varias giras con la compañía de ópera de José Carreras. Después, su vocación por las letras la condujo a estudiar Filología Inglesa en la Universidad de Deusto. En 1998 publicó su primera novela, Irlanda. Un año más tarde y con otra novela, Melocotones helados, obtuvo el premio Planeta. Otros de sus títulos son el volumen de ensayos Primer amor y la novela policial La diosa del pubis azul. En México, la mayoría de estos títulos -incluida Diabulus in musica- han sido distribuidos recientemente en formato de bolsillo bajo el sello Booket.
No es fácil explicar por qué los antiguos músicos vivían tan convencidos de evitar las cuartas aumentadas. Sin embargo, a inicios del siglo XXI aún creemos que hay actos cotidianos tras los que se agazapan peligros que preferiríamos no enfrentar. Pequeñísimos detalles capaces de romper el balance y colapsar todo en una disonancia olorosa a azufre. La mujer que protagoniza Diabulus in musica también intuye que su vida se sostiene de hilos frágiles. A pesar de eso hurga donde sabe que hay riesgo. Después de una infancia de imposiciones y de una adolescencia marcada por el suicidio de Mikel, su primer amor, decide alejarse de su tierra y de su familia. Es quizá la única forma de exorcizar sus fantasmas. Entonces conoce a Christopher Random, un actor quince años mayor que ella, y cae en el espejismo de ver en él al ex novio suicida. No es una comparación gratuita: Random es un actor que ha estado de moda en otros tiempos, y el suicida Mikel procuraba parecerse a una de las caracterizaciones de este actor.
Sin pecar de erudición innecesaria, Espido Freire aporta las informaciones necesarias para apoyar la historia que nos cuenta. Aun cuando es difícil explicar en qué consiste el diabulus in música a quienes no tienen nociones de armonía, ella lo logra con términos muy sencillos: “Lo único que me había quedado claro y se enganchaba a mi mente como una rémora desde el primer día era que había que evitar las cuartas aumentadas. Que al componer había que desconfiar de la nota Si, la séptima nota, porque, a poco que nos descuidáramos podíamos romper el orden: podía aparecer el diabulus in musica”. Del mismo modo habla de otras artes, de las distintas versiones pictóricas de San Jorge y el dragón, de El caballero de Olmedo y otras piezas literarias del Siglo de Oro. Aborda también los conflictos de identidad que deben resolver quienes optan por el difícil camino de las artes escénicas: cantantes de ópera, actores de cine y de teatro, bailarines. Quienes actúan también se enfrentan, a su modo, con los demonios internos.
Sin sabor de moraleja, sin hacer homilías, Espido Freire nos deja la idea de que aún hoy el diablo sigue habitando en la música. Como otras formas de sacerdocio, el arte de las corcheas y los silencios es un ritual que no cualquiera puede oficiar: el joven Mikel toma la decisión de suicidarse cuando su familia es incapaz de asimilar que quiere convertirse en un violonchelista profesional. La convivencia forzada con la música también puede ser un asunto sombrío: no es casual que protagonista de Diabulus in musica viva sumergida en conflictos a partir de que la obligan a estudiar canto (“Las clases tallaban, pulían, terminaban cepillando. Dolían”, dice la narradora al recordar sus lecciones de vocalización.) Una serie de giras prematuras con una compañía de ópera terminan de formarle el carácter y la convencen de que cantar es un ritual peligroso que quizá ella sea incapaz de manejar. Es mejor alejarse. En la página 74, la voz narrativa dice:

“Se canta como se sangra. No existen más trucos: sin sangre, sin alma, el mejor oído, la disciplina más feroz, la técnica más depurada, se estrellan, como las notas, contra el vacío. Quien canta se enfrenta a una enfermedad terminal, a una hemofilia. Es, por tanto, una enfermedad sagrada, una enfermedad de reyes, como la locura; se venera a quien es capaz de sacrificarse en aras de la belleza, del servicio a los demás, del arte. Una hermosa voz recibe las mismas ofrendas que se le brindaban a los dioses: fuego, alimentos, oro, fama. En ocasiones, vidas humanas”.

En otros niveles, Diabulus in musica revela una estructura muy bien pensada. Si al final la historia se precipita, si por momentos se tiene la impresión de que han quedado algunos asuntos no muy claros, jamás parece que la autora esté manipulando a sus personajes para llevarlos hacia rumbos que les son ajenos. Mucho menos utilizando el viejo recurso deus ex machina: los fantasmas que habitan este libro justifican plenamente su presencia.
Espido Freire aprovecha su conocimiento natural de la psicología femenina: todo lo que nos narra su personaje nos llega pasado a través de ese filtro. El uso de la primera persona para contar la historia aparece aquí tan natural, que quizá buena parte de los lectores ni siquiera se den cuenta de que jamás sabemos como se llama la protagonista de esta historia. Las motivaciones masculinas, en cambio, quedan siempre como resortes ocultos, zonas oscuras sobre las que podemos sólo armar suposiciones.
Con prosa ágil, con una linealidad quebrada por paréntesis cuya función es aclarar hechos pasados o consignar reflexiones, Diabulus in musica es una novela que se lee en dos días. Aquí conviene hacer una advertencia: ágil no quiere decir ligero. Tal como los viejos maestros del contrapunto sabían que un mínimo error podía ser suficiente para condenarlos, da la impresión de que al escribir esta novela de doscientas veinte páginas Espido Freire se jugó el alma en cada teclazo. Las atmósferas sombrías, opresivas, sumadas a los recursos del thriller y a un sólido conocimiento de las artes hacen de Diabulus in música un recital silencioso que merece un nutrido aplauso.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Sentimiento de culpa: Vicente Leñero







“La misión del periodista, como la del escritor, es desentrañar el lado amargo de la vida. Sobre todo en un país tan lastimado. Lo mejor de La Divina Comedia no es el cielo, licenciado, es el infierno”. La cita pertenece a “El día en que Carlos Salinas…” uno de los dieciséis relatos contenidos en Sentimiento de culpa, el más reciente libro de cuentos de Vicente Leñero.
A lo largo de 167 páginas, Leñero nos regala fuentes de remordimiento: pecados, olvidos, crímenes, traiciones. Y es que en el conjunto de la obra narrativa de este autor la culpa es uno de los motores que disparan las acciones de los personajes. En Sentimiento de culpa se topa uno con ex presidentes, con curas descarriados, con filósofos adictos al pulque e incluso con un demonio que habla como chileno y concede deseos por adelantado. También circulan por sus páginas escritores como Juan Rulfo, como Rubén Bonifaz Nuño, como Juan José Arreola.
Pluma imprescindible en la literatura mexicana, Leñero nació en Guadalajara en 1933. Además de escritor ha sido ingeniero, periodista, guionista de cine, de radio y de televisión. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1961, 1963) y de la Fundación Guggenheim (1967). Ha obtenido, entre otros premios, el Juan Ruiz de Alarcón en 1969 y 1979, el de Literatura Mazatlán en 1987 y el Nacional de Literatura en 2001. Entre sus novelas más destacadas están Los albañiles (1963, Premio Biblioteca Breve Seix Barral), Estudio Q (1972), Los periodistas (1978) y La vida que se va (1999).
Sentimiento de culpa agrupa dieciséis piezas narrativas. Es cierto que el primero de los relatos se llama “Sentimiento de culpa”, pero sería injusto decir que sólo a éste se debe el título del libro: el desasosiego y sus posibilidades son material fundamental en los relatos que comprenden esta entrega. Basta recordar la obra previa de este Dostoievsky mexicano para darse cuenta de que el remordimiento es una constante que azuza a sus personajes, desde los trabajadores que recuerdan al difunto Don Jesús en Los albañiles, hasta los periodísticos actos de contrición de la abuela Norma en La vida que se va, novela que comentaré párrafos más adelante.
Conocedor de los secretos del oficio, Leñero narra con ritmo implacable, con prosa directa, sencilla y contundente (destaca en este plano “La ciudad en el centro”, una crónica capitalina armada desde el título con ritmo heptasilábico). El también autor de Redil de ovejas traza personajes que se recriminan a sí mismos acciones u omisiones. Por esta razón el título “Sentimiento de culpa” podría aplicarse a “Pieza tocada”, a “Santificado sea tu nombre”, a “Venganza”, a “Dónde puse mis lentes”.
Por lo mismo Leñero alude directamente al término sentimiento de culpa en varios relatos, como cuando el narrador de “Stanley Ryan” dice: “Stanley Ryan fue a parar al reclusorio oriente y dejamos de tener noticias de él durante varias semanas. A mí, el sentimiento de culpa me provocaba insomnios”. Sucede algo parecido en “El ladrón honrado”: “Azuzado otra vez por los sentimientos de culpa que lo picoteaban desde la muerte de su padre (¿Porque nunca aprendió ajedrez? ¿porque nunca se aficionó a la lectura? ¿Por qué maldecía en voz baja siempre que su padre le advertía esa pretina está mal hecha?) el sastre se levantó como a las cuatro de la madrugada…” Una advertencia recibe al lector desde la portada del volumen, lo pone al tanto de que éste contiene relatos donde la realidad y la imaginación conviven, se mezclan, se refuerzan. A fin de cuentas ingeniero, el autor traza ejes que van de un cuento a otro en el interior del libro, pero que se extienden aún más allá de los límites que hay entre la página legal y el colofón. Estos ejes van de una novela a otra, de la invención pura al periodismo exacto, del pasado al futuro. Leñero coloca allí menciones de números anteriores de Proceso, alusiones a La Divina Comedia, a las novelas de Patricia Highsmith, a la obra plástica de Isabel, su hija, e incluso a su propia obra narrativa. De este modo los dieciséis relatos se articulan y afianzan en la realidad. Una realidad provocadora, desafiante, en la que cada vez se puede confiar menos. La culpa es de Leñero.

lunes, 19 de mayo de 2008

El rabioso equilibrio: Necrologías, de Antonio Ramos



En rigor, la necrología es la noticia biográfica de una persona célebre fallecida recientemente. Es una de las áreas en las que se suelen especializar los periodistas. Recordamos, por ejemplo, a Pereira, ese humanísimo personaje de Antonio Tabucchi que prepara notas fúnebres con enfermiza anticipación. Encargado de la página cultural del diario Lisboa, Pereira mezcla en su cabeza los asuntos del arte con las sombras de la muerte.
Sin embargo, no es el periodista esbozado por Tabucchi quien nos entrega el libro que es objeto de este comentario. Necrologías, colección de ficciones y reflexiones acerca del dolor, de la fugacidad, de los lentos avances y los escarceos que la muerte tiene con nosotros es de Antonio Ramos Revillas (Monterrey, Nuevo León, 1977). De Los Zetas a Polifemo, de la irrepetibilidad de Macondo a las correrías nocturnas de los jóvenes regios y del recuerdo a la incertidumbre, Necrologías es un volumen publicado originalmente dentro de la colección Anaquel de la Universidad de Guanajuato, recientemente reeditado por la editorial Jus.
Antonio Ramos es narrador, poeta, ensayista. Ha sido colaborador de las revistas El Polemista, Armas y Tierra Adentro, entre otras. Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Con el libro de cuentos Todos los días atrás obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2003, y por Dejaré esta calle se hizo merecedor del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2005. Recientemente obtuvo también los premios de literatura Juan B. Tijerina y Salvador Gallardo Dávalos.
En alrededor de un centenar de páginas distribuidas en cinco segmentos, Ramos se aproxima desde diferentes perspectivas a la única certeza que tenemos, saber que al mismo tiempo es la duda fundamental que nos carcome, de allí el papel central que tiene en nuestras obsesiones. Nadie duda que vaya a morir pero tampoco hay alguien que tenga completa seguridad de cómo, cuándo y dónde dejará de existir. Es de este contrapunto entre el ser y el no ser de donde el libro de Antonio exprime más y mejores líneas.
Se hace evidente, a lo largo de los cinco libros que conforman Necrologías, el oficio que Toño ha adquirido como autor a pesar de su juventud: aunque el mismo lo desdeñe como el nervio central de la labor literaria, encontramos aquí búsquedas de ritmo, esmero por buscar palabras precisas e imágenes indelebles. Si bien en la página 39 dice que los escritores primerizos van tras la metáfora como si ésta fuera una perla de palabras, sus textos confirman que no desdeña la tarea de pulir, rehacer, trabajar, volver al yunque cuando el texto no ha fraguado a conformidad.
Pero hay un asunto más, y creo que allí radica uno de los mayores méritos de este libro. Necrologías es un libro de muerte escrito desde el ímpetu de la vida, desde la rabia de la juventud, desde el balance de las primeras experiencias. Voy con cuidado, y antes de seguir recuerdo a un Octavio Paz anciano pero lúcido, enfermo pero cargado de vivencias, que se pregunta en la nota introductoria a La llama doble si no es un poco ridículo, al final de sus días, escribir un libro sobre el amor. Sin pretender una respuesta, el Nobel mexicano consigna cómo una mañana hizo la duda a un lado y se lanzó a escribir “en una suerte de alegre desesperación”.
Toda proporción guardada, encuentro puentes entre estas dos obras. El ensayo paciano es una carta de creencias, afirmaciones acumuladas a lo largo de las décadas: testamento. En Necrologías, en cambio, no hay afirmaciones absolutas, y en lugar de la “alegre desesperación” del poeta de Mixcoac encontramos un rabioso equilibrio que se interesa más por preguntar, por provocar, por hurgar en el resto del mundo: signos vitales. Ambos libros comparten –además de un indiscutible amor por la palabra– las contradicciones aparentes, las constantes interpelaciones al lector, las preguntas como herramienta retórica.
Generaciones en diálogo, si se ponen frente a frente, La llama doble y Necrologías parecen preguntarse, desde extremos distintos de la vida: ¿Qué hace a un hombre, en el tramo final de su existencia, reflexionar sobre el motor vital del erotismo? ¿Qué hace a otro, en el arranque de su vida productiva, cavilar sobre el final?

sábado, 17 de mayo de 2008

Antonio Jáquez: el venado que cazaba leones



“Para ser un venadito bajado de la sierra, me parece que no le he hecho mal”, dijo Jáquez. Eran las tres de la mañana y estábamos en la sala de su departamento: habíamos pasado del whisky al sotol y de Bob Dylan a Mozart. La misa en do menor había terminado y Jáquez soltó la frase así, sin que viniera a cuento. Supe que estaba haciendo cuentas con él mismo. Y estaba orgulloso, como lo estamos todos los que lo conocimos.
Antonio Jáquez fue un gran ser humano, un gran maestro y un gran amigo. Periodista brillante, pelao fino y audaz, diría el Piporro. Según su propia definición, era un venado. Yo diría un venado que cazaba leones. Un venado al que no le temblaba el pulso para escribir, ya fuera sobre los malos manejos de Raúl Salinas ―el hermano incómodo del entonces presidente―, o sobre Vicente Fox y Marta Sahagún que reviven escenas de Lo que el viento se llevó. O sobre el caso Colosio. O sobre el Fobaproa. O sobre narcotráfico. Un venado con instinto cazador, que olfateaba la noticia a kilómetros y se lanzaba tras ella.
Disfrutaba las series de televisión: 24, Los soprano, Prison Break, Don gato y su pandilla. Amaba la música, de Jimmy Page a Conlon Nancarrow, de las cantatas de J.S. Bach a la ópera contemporánea de Osvaldo Golijov. Amaba la literatura, de Cabrera Infante a Dino Buzzati. Lo suyo eran también los viajes: se tomó un café con Borges en el Tortoni, navegó el Támesis, siguió en Rusia el rastro de Dostoievsky. Admiraba a Jack Bauer. A Octavio Paz. A Karajan. A don Julio Scherer, su maestro y amigo por muchos años.
El año pasado, Jaime Muñoz envió un cuestionario a varios laguneros radicados fuera de la Comarca. Yo contesté rápido, Jáquez no hallaba el tiempo. Una tarde de julio resolvimos el pendiente, él dictando y yo tecleando las respuestas. Reproduzco aquí esa entrevista, inédita hasta hoy:

Nombre: Antonio Jáquez Enríquez.

¿Qué razones te llevaron a radicar fuera de La Laguna?
Siempre oportunidades de estudio o de trabajo lo suficientemente tentadoras como para dejar lo que tenía. Además, leo mucho desde que era muy joven y eso me fue despertando la curiosidad, las ganas de conocer otras regiones.

¿Qué encontraste fuera de La Laguna?
El mundo. Muchísimas cosas a las que jamás hubiera tenido acceso en Torreón. Me gusta mucho viajar, y no pierdo la oportunidad de hacerlo, porque eso me permite encontrar más cosas. Entre las ciudades norteamericanas la que más me gusta es Nueva York, conozco buena parte de Europa, voy a Londres cada que es posible, he visitado algunas regiones de Sudamérica.

¿Cuál ha sido tu trashumancia?
Estudié fuera de La Laguna, después volví a la Comarca, fui maestro universitario y reportero en La Opinión (hoy Milenio). Luego vino la invitación para ser corresponsal del semanario Proceso en Monterrey. De allí emigré a la Ciudad de México por invitación del mismo semanario.

¿En qué trabajas actualmente?
Soy Asesor de la Dirección en Proceso, labor que disfruto mucho.

¿Cuáles son los logros más significativos que has obtenido fuera de La Laguna?
Hay muchas notas que considero memorables. Para la edición conmemorativa de 30 años de Proceso, hice un texto en donde recuerdo cómo unas semanas antes de que Carlos Salinas de Gortari dejara el poder, el semanario publicó un reportaje (edición 942, del 21 de noviembre de 1994). Allí di a conocer el rastro sucio que Raúl Salinas dejó durante su sexenio: tráfico de influencias, negocios ilícitos, complicidades, beneficiario de la privatización bancaria.

¿Allá tienes o has tenido convivencia con laguneros? ¿Qué tipo de relación?
Tengo contacto permanente con muchos laguneros que están dentro y fuera de la Comarca; con algunos por cuestiones de trabajo, con otros por amistad. Cuando es posible, voy a La Laguna a pasar las fiestas de fin de año.

¿Tienes la intención de regresar o tu salida es definitiva?
Es definitiva.

¿Hay algún detalle que sepas que es muy lagunero y que te hayan resaltado las personas con las que convives donde estás?
Conservo algunos giros en la forma de hablar, el gusto por algunos platillos.

¿De qué manera el hecho de habitar lejos de La Laguna ha definido o disuelto tu identidad de lagunero?
Creo que en algunas cosas la ausencia ha fortalecido mi identidad de lagunero. También he adquirido rasgos de otras regiones, pero los he incorporado como lo haría un lagunero fuera de su tierra.

En términos gastronómicos, ¿qué platillo(s) extrañas de aquí y qué te gusta de allá?
El menudo y la carne asada de acá no saben igual. Y no acabo de acostumbrarme a que me pregunten si quiero quesadillas de queso.

¿Te ha sido difícil entablar amistad con las personas de allá?
No ha sido ni más fácil ni más difícil hacer amigos afuera de La Laguna que en la región.

¿Tenían de ti algún prejuicio como lagunero?
No. A veces quienes tienden a alimentar más los prejuicios son los laguneros que se quedan, y no pocas veces sus prejuicios apuntan hacia los laguneros que salen.

¿Qué le podrías recomendar al escritor que no ha salido de La Laguna?
Que salga, que explore, que no se limite. Que no tenga miedo.

¿Eres feliz allá?
Mucho. También lo era cuando vivía en La Laguna.

Descanse en Paz, Antonio Jáquez.

jueves, 15 de mayo de 2008

Convocatoria Fundación para las Letras Mexicanas (f,l,m) Becas 2008-2009


Se invita a los jóvenes mexicanos de todo el país que deseen seguir el camino de la creación literaria, a participar en el Programa de Becas para la formación de jóvenes escritores.

BASES•

Podrán solicitar beca todos los jóvenes mexicanos menores de 30 años de edad a la fecha de la publicación de la presente convocatoria.• Los candidatos deberán trabajar en un proyecto de dramaturgia, ensayo literario, narrativa o poesía, durante el periodo que va del 1° de octubre de 2008 al 30 de septiembre de 2009.• Los beneficiarios no podrán gozar de ninguna otra beca literaria en el mismo lapso.• Se otorgarán hasta 16 becas.• El monto de la beca será de $10,000.00 (diez mil pesos 00/100 M.N.) mensuales.• Los candidatos seleccionados dispondrán de las instalaciones y los recursos que faciliten su trabajo.• La Fundación proporcionará a los becarios tutorías, seminarios, conferencias, cursos y talleres, impartidos por reconocidos escritores.• Los becarios adquieren el compromiso de dedicar tiempo completo al desarrollo de su proyecto y residir en la ciudad de México; se obligan a asistir diariamente a la sede de la Fundación y a participar en todas las actividades del programa.

REQUISITOS

1. Los candidatos deberán enviar por correo o mensajería, con fecha límite del 30 de junio de 2008, su solicitud a la Fundación para las Letras Mexicanas. Para las solicitudes que se reciban con posterioridad se considerará la fecha del envío.

2. La solicitud deberá incluir los siguientes datos:

3. Nombre que utiliza como escritor, en su caso.

4. Nombre completo, lugar y fecha de nacimiento.

5. Datos de localización: domicilio, teléfono y dirección electrónica (si cuenta con ella).

6. Fotocopia del acta de nacimiento, credencial de elector o pasaporte. En caso de ser seleccionado, el candidato deberá presentar el original de alguno de estos documentos de identificación.

7. Los candidatos deberán:

a) Remitir un texto, que no rebase las dos cuartillas, en el cual expresen las razones por las que desean obtener la beca y expongan brevemente su proyecto de trabajo. Anexar un curriculum vitae sucinto.

b) Indicar en la primera página de su solicitud el área de creación en la que desean desarrollarse:• Dramaturgia• Ensayo literario• Narrativa• Poesía

c) Presentar de 20 a 30 cuartillas de su autoría, inéditas, en el género literario en el que participan. En el caso de dramaturgia se requiere presentar una obra completa sin importar su extensión.

8. No se devolverán los trabajos presentados para optar por la beca. No se harán excepciones.

9. La evaluación y selección de los candidatos será realizada por un jurado nombrado por la Fundación para las Letras Mexicanas. El fallo será inapelable.

10. Los candidatos deberán remitir el material descrito al siguiente domicilio:
FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS, A.C.

Programa de Becas para la formación de jóvenes escritores

Liverpool 16, Col. Juárez, Delegación Cuauhtémoc,C.P. 06600, México D.F.Tel: 57 03 02 23
11. Los resultados del dictamen serán dados a conocer a más tardar en septiembre de 2008.12. Cualquier situación no prevista por la presente Convocatoria será resuelta por la Fundación para las Letras Mexicanas.
http://www.fundacionletrasmexicanas.org/
becas@fundacionletrasmexicanas.org

miércoles, 14 de mayo de 2008

Crónica con Enriqueta Ochoa




Como el niño se da, me doy al viento

desatando mi grito

Enriqueta Ochoa




El domingo 18 de mayo al mediodía, la poetisa torreonense Enriqueta Ochoa recibirá la Medalla Bellas Artes como un reconocimiento a su trayectoria. Participarán en el homenaje Esther Hernández Palacios, Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Montemayor. Es un buen pretexto para compartir con los lectores de este blog una crónica imaginaria que escribí a raíz de la publicación de Que me bautice el viento, volumen de poesía hecho por niños y para niños, inspirado en la poesía de doña Enriqueta:


Quienes vimos avanzar aquel ejército de niños sobre el asfalto céntrico de la calzada Colón, desfasando el tráfico torreonense y desquiciando aún más la errática vialidad del mediodía, pensamos que debía ser una artimaña para protestar por las muchas carencias que tiene la ciudad. Sin atisbo de duda, los pequeños invadieron el edificio de cantera que está en la esquina de Juárez y Colón. Con más sorpresa que miedo, quienes allí trabajan abandonaron sus oficinas sin resistencia.
En total el asalto duró catorce días. Desde el tercero, la policía se declaró incompetente para descifrar la estrategia del grupo de escolares. Mientras tanto los niños trabajaban sin pausas: sacaron al patio los escritorios y las computadoras, esparcieron los archivos desde las ventanas, hicieron avioncitos con las facturas y comenzaron a pintar las paredes con crayones y acuarelas. Un olor de dátiles y de polvorones recién horneados llenaba el área.
Posteriores investigaciones dejaron en claro que la líder del escuadrón se llamaba Enriqueta Ochoa, y que antes de ser niña había sido poeta, periodista y orfebre. También trascendió que ella había urdido las frases inolvidables que los otros pequeños trazaban con rabia feliz en las paredes del edificio:

Quiero otro aire,
otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo.

Enriqueta había convocado no sólo a niños de Torreón, también de San Pedro de las Colonias y de otros municipios coahuilenses. En sus travesuras incendiaban los geranios de metáforas, empujaban al sol estancado en medio del desierto y pizcaban recuerdos esponjados y blancos:

Las mujeres se ataron la cabeza
y partieron a perderse entre las sábanas
del algodonal nevado,
donde reverberan como una
hornaza viva
bajo el sol restallante.

En las dos semanas que pasaron de pinta, Enriqueta les enseñó a sus compañeros a dominar la luz para darle forma de lágrima. También les contó de Marruecos, ese sueño que tuvo y se detuvo en el tiempo con sus murallas y sus cestos grandes de mimbres copados de flores de todos los colores. Les habló de cómo su tía Vense le daba las buenas noches con un beso, cómo su abuelo leía en el firmamento los fenómenos atmosféricos; de cómo su tatarabuelo raudo se desplazaba de las majadas a las pailas y regresaba con sus peones llevando la tarde al hombro. A su vez, ellos le enseñaron a Enriqueta nuevos juegos cocinados en las calles polvorientas de Torreón y en los patios de la escuela Primara General Lázaro Cárdenas, en el Ejido La Victoria.
Después de tanto pintar palabras y chorrear sílabas, a los adultos desconcertados les quedó clara la razón de aquel movimiento: forjar un libro de poesía. La tarea, por supuesto, no fue fácil. Cualquiera puede orquestar una manifestación (hay una sola receta: entre más caos mejor), en cambio para armar un poemario hay que hacer un esfuerzo excepcional.
Los niños estuvieron a la altura de la empresa: bajo la voz vital de Enriqueta Ochoa, Frida Cassandra se amarró un trapo en la cabeza y salió con sus lápices de colores a capturar un pedazo de campo, Sonia Salum juntó alas y raíces y las repartió entre todos, Tamara Chamud afinó el tenor de sus crayones y logró una ilustración perfecta, Gaby Nava Femat cuidó afanosa los detalles de aquella travesura histórica, Esther Hernández coleccionó con paciencia los versos de Enriqueta que habían salido volando como mariposas al mundo, Reynaldo Rivas cedió y se dio al grito desenfrenado de sus impulsos de pintor; Sofía García Camil se hizo cargo de que nada faltara en el cuartel de operaciones y Renata Muñoz le hizo al mundo un retrato de cuerpo presente. Cuando tuvieron el libro terminado, los niños regresaron a sus casas en medio de un bullicio de versos y colores inolvidables, cantando que el corazón es un enjambre de música haciendo luz las palabras. La policía no pudo hacerles nada, porque aunque ser poeta es peligroso, no es delito. Antes de despedirse, decidieron la fecha y el lugar de su próximo asalto. Para celebrar esos quince días con Enriqueta, acordaron reunirse de nuevo en el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, el primero de agosto para presentar el libro Que me bautice el viento.

viernes, 2 de mayo de 2008

En la noosfera con Jaime Muñoz



En Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, documento distribuido por la UNESCO en todo el mundo, el filósofo francés Edgar Morin aborda la urgencia de comprender que las creencias y las ideas no sólo son productos de la mente, también son seres que tienen vida y poder. Seres que pueden poseernos.
Debemos tener presente, escribe Morin, que “desde el comienzo de la humanidad nació la noosfera –esfera de las cosas del espíritu– con el despliegue de los mitos, de los dioses; la formidable sublevación de estos seres espirituales impulsó y arrastró al homo sapiens hacia delirios, masacres, crueldades, adoraciones, éxtasis, sublimidades desconocidas en el mundo animal. Desde entonces, vivimos en medio de una selva de mitos que enriquecen las culturas. Procedente por completo de nuestras almas y de nuestras mentes, la noosfera está en nosotros y nosotros estamos en la noosfera. Los mitos han tomado forma, consistencia, realidad a partir de fantasmas formados por nuestros sueños y nuestras imaginaciones (…) Los humanos poseídos son capaces de morir o de matar por un dios, por una idea”.
Me parece importante recordarlo porque esta noosfera o esfera de las cosas del espíritu es el ambiente natural de los cuentos que componen Ojos en la sombra, de Jaime Muñoz Vargas. En las 212 páginas que integran este libro, presentado apenas el miércoles pasado en el Teatro Nazas, los personajes son a la vez defensores y víctimas del mundo de las ideas.
Decir que Jaime tiene la habilidad para armar cuentos que se leen de un jalón sería lo mismo que elogiar a Maradona porque corre sin caerse. Que tiene un ritmo implacable como narrador y que coloca los adjetivos con precisión de astronauta, se ha dicho ya también. El autor de novelas geniales como El principio del Terror y Juegos de amor y malquerencia es una especie de globtrotter literario que se desplaza por las frases con la elegancia de quien se sabe dueño del balón y de la cancha.
Quizá por eso prefiero decir que en este nuevo libro, publicado por la Universidad Autónoma de Coahuila dentro de la colección Siglo XXI, Escritores Coahuilenses, Muñoz Vargas prefiere mostrar a demostrar: aparecen retratados boxeadores a los que la derrota les sabe a triunfo, estudiantes que consumen toneladas de filosofía como si se tratara de pastelillos, exiliados que décadas después regresan a su patria a retomar la lucha. Y todos tienen como común denominador el compromiso con su visión del mundo.
En Ojos en la sombra, Jaime describe ambientes sórdidos habitados por un muestrario de personajes que intentan sobreponerse a la frustración. El contrapunto viene cuando el lector se da cuenta de que estos personajes se enfrentan al abismo con la dignidad de quien no vende sus ideas. Es precisamente un asunto de congruencia lo que amarra el conflicto en “Tras el rastro del orgullo”, una ficción policial que, estoy seguro, se ha concretado muchas veces en la realidad mexicana.
Las ideas mueven también a los estudiantes de “La insoportable mezquindad del ser” a fundar un periódico estudiantil de la misma forma que movieron en 1973 a Pinochet a asaltar La Moneda. Las ideas mueven al calvo doctor Iparrea a buscar un cubículo para realizar sus investigaciones como mueven a las argentinas Madres y abuelas de Plaza de mayo a seguir reclamando por sus hijos desaparecidos. Las ideas mueven al chileno Antar Lynch del mismo modo que, en un clásico de la literatura coahuilense, movieron a Olga a quedarse en Rusia. Hablo de un cuento al que Muñoz Vargas le rinde homenaje: “Amor en Moscú”, impecable ficción del maestro Saúl Rosales contenida en Autorretrato con Rulfo. Los hombres crean ideas y las ideas crean hombres. Si la sabiduría popular aconseja que cada acción cuenta, por mínima que sea, el más reciente libro de Jaime Muñoz Vargas muestra que las ideas cuentan igual o más, por que estas últimas generan las primeras. Muestra que aún dentro de cada uno de nosotros, incluso en los momentos en que nos pensamos solos, siempre hay ojos en la sombra que registran hasta las mínimas variaciones que sumadas componen la historia universal.

jueves, 1 de mayo de 2008

La soledad y el perdón:


Una entrevista con Eliseo Alberto


Hay dos tipos de hombres: los que están lejos y los que están cerca. Eliseo Alberto es de estos últimos. Enorme, con el cabello revuelto y con un inconfundible acento caribe, este cubano del mundo es poeta por nacimiento y novelista por vocación. Lichi, como le llaman sus amigos, heredó la poesía no sólo de su padre (Eliseo Diego, voz esencial de la cultura hispanoamericana), sino de una cadena de experiencias que lo han templado sin robarle la capacidad de observar los detalles. Y esos fragmentos de vida son el material con que forja sus historias como novelista.
Eliseo conoce los secretos del oficio: es capaz de hacer reír a un presidente o de dejar a un payaso abatido en una salsa de lágrimas. Cuando se le pregunta por sus satisfacciones, no ostenta los premios internacionales que su obra ha cosechado. Más bien se muestra orgulloso de sus novelas, del legado de su padre y de ser un genuino carpintero de historias.

Vicente Alfonso: Vamos a hacer una excepción y vamos a empezar por el principio. Como hijo de Eliseo Diego ¿qué significan la literatura y la poesía para Eliseo Alberto desde el inicio de su vida?
Eliseo Alberto:
Tengo que remontarme ya muchos años. Yo tuve un enorme privilegio en la vida que es haber nacido en una familia que fue y es una de las columnas principales de la cultura cubana. De eso no cabe la menor duda. Por azares del destino o por las magias de la poesía coincidieron en una misma generación un grupo de muchachos que tuvieron la suerte de encontrarse, muchos de ellos se casaron entre ellos.
Ahí está la figura de mi padre, ahí está la figura de Cintio (Vitier) mi tío. Eran amigos desde que tenían ocho años y acaban casándose con dos hermanas: Fina García Marruz, que es una de las poetas principales de Hispanoamérica y mi madre Bella. Y conocen a José Lezama Lima, a Virgilio Piñera y a tantos otros.
Todo eso arma uno de los momentos más luminosos de la cultura cubana y a la larga fue un momento radical. Ahí empieza una de las ramas principales de la cultura cubana, no la única, pero sí una de las principales. Yo tengo la fortuna inmensa de nacer allí, de nacer en esa familia de músicos, de pintores, de gente de circo, de poetas y además de gente humilde. Ese grupo hizo de la amistad una especie de religión, ellos eran una especie de apóstoles de esa religión que era la amistad.
En ese ámbito la poesía era el aire que se respiraba. La poesía, no sólo el poema: como hablábamos el otro día, mi papá siempre decía “no se escribe poesía, se escriben poemas”. Vamos a guardar la palabra poesía para una especie de estado de gracia, de iluminación de la realidad que también está por supuesto en un poema, pero está en un atardecer o en la muerte o en la vida, no sólo exclusivamente en la belleza.
Yo tuve la suerte de nacer allí. Era una generación alegre. Todos eran maestros, así que había un magisterio de la poesía, una enseñanza de la poesía. Las parejas de papá y mamá y Cintio y Fina fueron los únicos que tuvieron hijos. Así que todos nos vieron como una especie de sobrinos.
Para mí la poesía es una cosa muy habitual, por eso también le he perdido el miedo a muchas cosas. Como han visto en mi taller, lloro cada cinco minutos. Entre otras cosas esa es una de las grandes enseñanzas de mi familia. Mi madre tenía una frase muy bonita que decía “ah qué linda tarde la de ayer, estuve toda la tarde llorando”.
A mamá le decían el lagrimómetro. Los poetas de su generación, Lezama por ejemplo, iba y le leía a mi madre sus poemas. Y según el torrente de lágrimas que de mi madre brotara, se medía la calidad del poema. Muchos poemas buenos seguramentese perdieron porque mamá no lloró lo suficiente y los poetas decidieron que el poema era una mierda y lo rompían. Papá a veces se encabronaba y decía “yo no sé, el poema de Cintio es mucho más malo que el mío, y a mí tu madre sólo me echó tres lagrimitas y a Cintio le echó como nueve”.
La poesía en mi casa era como el pan. Como la leche, como el aire que se respiraba. Además todos mis parientes son muy dramáticos, un poco actores.

Abordemos ahora sus novelas, que están llenas de personajes en tránsito. Casi ningún personaje parece estar en su sitio. Con frecuencia su conflicto parece justo ese: que no encuentran su lugar ¿tiene esto algo que ver con vivencias personales?
Te voy a empatar esta pregunta con la anterior: como hijo era muy fácil ser hijo de Eliseo Diego, muy fácil. Sobre todo porque era un pésimo padre. Un padre malcriador. Una vez le reproché eso, cuando yo tenía como diecisiete años. Le dije: “tú eres un canalla, un hijo de puta, maricón. Nunca me has ayudado cuando he tenido necesidad de ti, cuando tenía crisis de sensualidad o sexualidad, ese mundo. Nunca me llevaste de putas, me debiste de haber llevado de putas para no sufrir tanto”. Él me miraba. Yo estaba muy borracho y le dije hasta el mamín.
Me dijo “mira mijo, los padres tenemos que ser apenas suficientes. Apenas. Los padres varones, no las madres. Yo te miro con el rabito del ojo y veo que estás en la escuela. Me da igual que saques diez, que saques seis, que saques cinco. Yo confío en que tú vas a pasar. Tú eres un hombre bueno”. Luego me dijo una frase muy bonita: que los hijos son flechas. “Lo único que tengo que hacer como papá es apuntar en la dirección correcta, darle a la cuerda el máximo impulso que yo pueda, y ahí se va. El resto es tuyo”.

Es cierto, en sus novelas todos los personajes reflexionan mucho sobre el entorno familiar y cómo esto los determinó a estar en esa búsqueda.
Papá me dijo: “¿sabes? En todo caso si soy mal padre es que yo no tuve el mío”. Lezama decía una cosa, y ahora uso las flechas de papá para hablar de las flechas de Lezama. Él decía “lo importante no es el blanco, lo importante es la flecha”.
Como escritor, te lo digo rápido y mal porque sé que lo vas a entender: la muerte de mi padre fue para mí una liberación. Dicho así suena como una canallada, pero es verdad. El peso de papá era fuerte. Sobre todo para mí que era un insolente que publicaba poemas. Publiqué tres libros de poemas horribles.
Desde la muerte de papá me viene esa herencia. Ya yo vivía en México y mi padre muere en México. Con la muerte me viene una furia de escribir. Ya había terminado la eternidad. Escribo “Informe (contra mi mismo)”, escribo “Caracol (Beach)”, escribo “La fábula (de José)” reescribo “La eternidad (por fin comienza un lunes)”. Y allí es donde nacen estos personajes en busca de un espacio. Que tampoco les interesa como tú dices muy bien llegar a alguna parte.
Entre tanto hay qué decir que a la figura de mi padre se suma la figura de García Márquez. A García Márquez tuve la fortuna de conocerlo siendo un joven periodista, muy joven, cuando el visita Cuba por primera vez. Gabriel me toma una simpatía muy grande y se convierte en mi maestro. Empiezo a trabajar con Gabriel, a escribir cosas para cine. Él empieza a enseñarme muchísimo. Y yo tuve esa otra suerte, no sólo tuve de papá y de maestro a un gran poeta, sino tuve de segundo maestro a quien es para mí el narrador más importante del siglo veinte americano.
Hablando con Gabriel, siempre decía que todos los pueblos de la literatura latinoamericana –en primerísmo lugar el suyo, Macondo- todos son pueblos de fundación. Ahí nació tu bisabuelo, tu abuelo, tu padre, ahí va a nacer tu hijo, ahí va a nacer tu nieto, ahí van a estar enterrados todos. Ese Comala, ese Macondo, ese Santa Marta, todos los pueblos del imaginario latinoamericano.
Pero a mí ya esos mundos no me interesaban. Yo llego como novelista a la literatura en un mundo posmoderno: uno de los escenarios principales para los cubanos es Miami, que es de alguna manera Caracol Beach, o por lo menos Santa Fe, la ciudad de la novela. Miami es una ciudad totalmente posmoderna. Nadie es de Miami. Nadie es de Caracol Beach. Todo el mundo está de paso. Aunque te quedes, estás de paso. Es una ciudad muy especial donde no hay fechas patrias porque cada uno tiene la suya.

Eso se ve también en La fábula de José…
Sí, hay una confusión tremenda, en La fábula está todavía más claro, porque ya yo tenía más impresiones sobre eso. Ahí yo lo digo en la fábula: la patria acaba siendo un plato de comida. Yo lo he dicho muchas veces, yo me como la patria todos los días. La patria es un plato de arroz con frijoles, carne de puerco y unos platanitos fritos. Como para mi vecino son las enchiladas, como para el otro, que es un uruguayo es un asado.
A mí me interesaban mucho no pueblos de fundación, sino ciudades en expansión o incluso que vivieran en estallido. Y eso es un poco Caracol Beach y también la fábula que son mis dos novelas que suceden en esos ambientes. Nadie es de allí. Hay coreanos, rusos, panameños, haitianos blancos. Puras minorías. A lo que se suma algo que ya estaba desde mi primera novela que quiero mucho que se llama La eternidad por fin comienza un lunes, que son otro tipo de marginados, que son los feos. Los feos, los gordos, gente sin suerte. Suicidas, buscavidas, ese policía que anda buscando a su hijo por todo Caracol Beach porque le quiere pedir perdón y el hijo es un travesti. Todos son unos pobres diablos.
Se trata de hombres y de historias en escenarios que no son de nadie. Eso te lleva de la mano a dos de los temas que más me obsesionan como escritor por lo menos ahora. Uno es la soledad. En medio de la modernidad, todos los personajes viven en una soledad. El ejemplo máximo es quizá La fábula de José, cuando gracias a que meten a José en la jaula del zoológico todos los personajes se empiezan a dar cuenta de que ellos también viven en una jaula. Y son jaulas invisibles, porque viven en la jaula de los prejuicios, en la mazmorra de la soledad, en la cárcel del desamor. Incluso jaulas de oro, pero cada cual en su soledad.
El otro es un tema en el que los cubanos deberíamos reflexionar más, que es el tema del perdón. En Caracol Beach es clave, así empieza la novela: “Clemencia es una palabra que se usa poco”.
¿Cuál es el tema del perdón? para mí el tema del perdón tiene mucho que ver con la política. Mis novelas no son políticas porque no quiero que sean políticas, a mí no me gusta que las novelas sean políticas. Todo lo que pienso de la política lo pongo en un libro aparte: Informe contra mí mismo.
Tengo un libro también que se llama Dos Cubas Libres, como dos tragos. Ahí están mis ensayos políticos, mis artículos políticos, lo que yo pienso. Pero ¿cuál es el tema del perdón para mí? A todos nos enseñan a pedir perdón. Desde niños nos dicen “pide perdón, pide perdón”. En el fondo lo que no nos enseñan es a concederlo. Uno suele conceder el perdón cuando el otro se arrepiente y si se arrodilla mejor, y si se arrodilla en público, mejor todavía.

Eso viene a ser una variante de la venganza, más que perdón
También, también. ¿Cuál es el tema para Cuba? Sólo los hombres grandes lo consiguen, y yo que he conocido muchos hombres grandes porque he conocido muchos poetas sé que se puede. ¿Cómo perdonar a alguien que no se arrepiente? Cómo perdonarte a ti por lo que me hiciste si tú ni siquiera te arrepientes? Yo creo en eso, y creo que en términos políticos eso es fundamental para Cuba. ¿Cómo perdonarnos unos a otros sin exigir a una de las dos partes que se humille, que se arrodille? ¿Cómo hacerlo de igual a igual? Pero bueno, ése es otro tema.
Volviendo a los personajes, son solitarios en espacios reales pero no suyos, donde quizás lo que importa es la flecha, no el blanco. En Caracol Beach, en una de las frases que a mí más me gustan y que ha pasado un poquito inadvertida para mi vanidad, en un momento un personaje le dice a otro: en este mundo hay fundamentalmente dos tipos de personas: los que están cerca y los que están lejos.
No puedes querer a alguien que no tengas cerca. Esa es la lección que uno hace en la vida. A su vez tú haces lo mismo. Nos se puede querer a quién no está cerca. Eso les pasa a mis personajes, siempre se están acercando o a veces creen que están cerca y se están alejando, porque eso pasa mucho con los exilios, con la migración.
Decía Alberti: “el exilio es una tristeza obligada”. No es que tú estés triste por algo que pasó. Es que te obligan a estar triste por algo que es siempre injusto porque el exilio es siempre una violación. Todo exilio es una violación porque el hecho de que no te permitan vivir en tu país es siempre una violación.
Todos los finales de mis novelas son iguales: hay una catástrofe multitudinaria. Una guerra en La eternidad. Pongo también una especie de guerra en Caracol Beach cuando la cacería. También en la fábula. Pero de alguna manera siempre hay una pequeña esperanza que yo siempre me impongo. Por ejemplo en Caracol Beach la parte esperanzadora es cuando el viejo, ya casi al final de la novela, antes del epílogo, le pone la diadema a su hijo el trasvesti, como en una minúscula, ridícula e insignificante victoria. Pero es quizá la única victoria de la novela.

Hay una idea que de alguna manera todos los personajes de Caracol Beach mencionan: “El miedo es una camisa de fuerza”. La pongo en boca del policía Sam Ramos porque al final el hace un alegato a favor del miedo.
Peleé en cinco guerras y si aún sigo vivo es porque en todas me morí de miedo, dice.

Exacto. Entonces de allí obtengo yo la premisa de que el miedo humaniza.
Mucho más que la valentía. Es una idea que está en muchos de los escritores que yo admiro. Esta en Saint-Exúpery, está en Oscar Wilde. En el planeta en general hay culto por los valientes, como si los valientes fueran la máxima expresión del ser humano. En el fondo ser valiente es una suma insoportable de defectos. Es un poco de vanidad, mucho de arrogancia, mucho de irresponsabilidad. En el cine casi siempre son guapos además, no hay valientes feos.
A mí me conmueve mucho más el cobarde, que tampoco me gusta la palabra pero en fin. Digamos la humanidad del miedo. En el fondo el sentimiento que más claramente siente el ser humano desde que nace es el miedo.
Yo tengo un título que me llena de honra. Soy bombero honorario de Asturias. Todo sucedió porque, cuando yo estaba allá para presentar Caracol Beach me invitaron a una entrevista de radio. Hablando justo de esos capítulos y de este tema, hice una apología del cobarde, del temeroso, del indefenso. Dije una frase disparatada que está también en alguno de mis libros: “por los únicos valientes que yo pondría las manos en el fuego es por los bomberos”. Porque los bomberos apagan el fuego.
Frente a la estación de radio había una estación de bomberos y cruzaron la calle y me hicieron bombero honorario. Yo me sentí entonces el hombre más valiente del mundo. Porque estoy exagerando, tampoco es que tenga nada contra los valientes.

¿A qué le tiene miedo Eliseo Alberto?
A muchas cosas. Yo me he pasado la vida contando mi vida en mis libros. En Informe, en Dos Cubas Libres. Pero hay algo que yo nunca cuento, que son los cinco años que yo me pasé en el ejército cubano. Tampoco voy a contarlo en esta entrevista. Fueron años muy tristes para mí, muy duros. Eran los años de la guerra de Angola, de la guerra de Nicaragua. Yo estuve de alguna manera, en una posición muy discreta, involucrado en eso. Se me murieron amigos, conocidos. Tuve amigos que los vi salir a la guerra y cuando regresaron ya eran otras personas. Entre ellos un poeta cubano que es el modelo de Beto Milanés. Afortunadamente en la vida el no muere, pero vive un proceso parecido al que yo cuento en la novela.
Yo le tengo miedo a la guerra, le tengo miedo a la injusticia. También hay prófugos de la injusticia, digo yo. Siempre se dice. “Fulano es prófugo de la justicia” bueno, también se es prófugo de la injusticia. Yo soy un prófugo de la injusticia.
Le tengo miedo a la intolerancia, le tengo miedo al poderoso, le tengo miedo a lo que todo mundo le tiene miedo: a los mafiosos, a los narcotraficantes, a los secuestradores. Le tengo miedo a la pobreza. Le tengo miedo a la riqueza.
Para decirlo rápido, el miedo en el hombre es un sentimiento epicéntrico. Es decir que es un sentimiento central en el hombre en el cual giran otros sentimientos paralelos. Por es, cuando iniciamos la conversación, te decía que me interesa también la relación miedo-perdón., porque todo eso está hermanado.

Hablemos ahora de otro miedo común entre poetas y novelistas. La contaminación del lenguaje poético. Y con ello también hay una contraparte. Hace rato comentábamos un adjetivo que utiliza en La Fábula de José. Llama a un burrito “juanramónico”. Eso es poesía…
Es verdad, es un hallazgo eso del burrito juanramónico ¿no? Uno de los problemas agravado ahora con eso del internet es la debilidad del idioma, de las palabras, del vocabulario. El hombre ha ido resolviendo su vida con vocabularios muy pequeños. Los políticos por su parte han destruido, con el abuso, palabras preciosas. Cuando una las dice, hasta pena le da.
Por ejemplo si tu dices, o yo digo. “Yo soy un pacifista”. Te miran como si fueras maricón. O como si fueras ecologista, o vegetariano, o defensor del esperanto. Las palabras han sido destruidas, diluidas, simplificadas. Cuando hablo de Internet hablo de los chat, que es donde se comunican los solitarios. Yo no sé si tú has entrado a chats…

Tengo un cuento sobre eso…
La cantidad de soledad, las calidades de soledad que hay allí. En los chats de cibersexo, en los chats de amistad, en los chats de gays o lesbianas. Los chats de lesbianas están llenos de heterosexuales haciéndose pasar por mujeres los chats de gays están llenos de mujeres haciéndose pasar por policías. Es gente que busca palabras, que alguien le diga algo.
Yo como escritor a veces me atrevo a inventar algunas palabritas, a poner, una al lado de otra, dos palabras que nunca se han visto al lado de otra. Una de las tareas de los escritores es hacer algo por la salud de las palabras.
Esta no es una tarea planetaria, es una tarea modesta de los escritores. Porque la contaminación de las palabras es la simplificación de las ideas. Mi padre decía una cosa que tiene también que ver con la cuestión de los cobardes: en estos tiempos en donde las grandes revistas en donde las grandes publicaciones le dedican sus portadas a los hombres malos, la gente olvida que un hombre bueno es un espectáculo tremendo. Un hombre humilde es un espectáculo tremendo. Nadie lo ve, y nunca aparece en la portada del Times o del Newsweek. La tarea del escritor por ahora, por lo menos la mía, es poner en la portada de mis libros a esa tropa de gente buena.
Por ahí va un poco mi reflexión con eso de la contaminación. Yo hablo con mi hija, y mi hija es una afortunada porque ella es lectora. Su amigos son muy buenos muchachos. Su lenguaje les alcanza para decir te quiero, pero creo que nunca alcanzan a decir sus verdaderos sentimientos porque las palabras no alcanzan. Tenemos que rescatar más la palabra alegría, la palabra risa, la palabra beso.

Dicen que en estos tiempos no querer a nadie, es lo único inmoral.
Eso es, ah, qué bien que te acuerdes de mis libros. Es bonita esa frase, porque es real: no querer a nadie es una inmoralidad.