Como el niño se da, me doy al viento
desatando mi grito
Enriqueta Ochoa
El domingo 18 de mayo al mediodía, la poetisa torreonense Enriqueta Ochoa recibirá la Medalla Bellas Artes como un reconocimiento a su trayectoria. Participarán en el homenaje Esther Hernández Palacios, Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Montemayor. Es un buen pretexto para compartir con los lectores de este blog una crónica imaginaria que escribí a raíz de la publicación de Que me bautice el viento, volumen de poesía hecho por niños y para niños, inspirado en la poesía de doña Enriqueta:
Quienes vimos avanzar aquel ejército de niños sobre el asfalto céntrico de la calzada Colón, desfasando el tráfico torreonense y desquiciando aún más la errática vialidad del mediodía, pensamos que debía ser una artimaña para protestar por las muchas carencias que tiene la ciudad. Sin atisbo de duda, los pequeños invadieron el edificio de cantera que está en la esquina de Juárez y Colón. Con más sorpresa que miedo, quienes allí trabajan abandonaron sus oficinas sin resistencia.
En total el asalto duró catorce días. Desde el tercero, la policía se declaró incompetente para descifrar la estrategia del grupo de escolares. Mientras tanto los niños trabajaban sin pausas: sacaron al patio los escritorios y las computadoras, esparcieron los archivos desde las ventanas, hicieron avioncitos con las facturas y comenzaron a pintar las paredes con crayones y acuarelas. Un olor de dátiles y de polvorones recién horneados llenaba el área.
Posteriores investigaciones dejaron en claro que la líder del escuadrón se llamaba Enriqueta Ochoa, y que antes de ser niña había sido poeta, periodista y orfebre. También trascendió que ella había urdido las frases inolvidables que los otros pequeños trazaban con rabia feliz en las paredes del edificio:
Quiero otro aire,
otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo.
Enriqueta había convocado no sólo a niños de Torreón, también de San Pedro de las Colonias y de otros municipios coahuilenses. En sus travesuras incendiaban los geranios de metáforas, empujaban al sol estancado en medio del desierto y pizcaban recuerdos esponjados y blancos:
Las mujeres se ataron la cabeza
y partieron a perderse entre las sábanas
del algodonal nevado,
donde reverberan como una
hornaza viva
bajo el sol restallante.
En las dos semanas que pasaron de pinta, Enriqueta les enseñó a sus compañeros a dominar la luz para darle forma de lágrima. También les contó de Marruecos, ese sueño que tuvo y se detuvo en el tiempo con sus murallas y sus cestos grandes de mimbres copados de flores de todos los colores. Les habló de cómo su tía Vense le daba las buenas noches con un beso, cómo su abuelo leía en el firmamento los fenómenos atmosféricos; de cómo su tatarabuelo raudo se desplazaba de las majadas a las pailas y regresaba con sus peones llevando la tarde al hombro. A su vez, ellos le enseñaron a Enriqueta nuevos juegos cocinados en las calles polvorientas de Torreón y en los patios de la escuela Primara General Lázaro Cárdenas, en el Ejido La Victoria.
Después de tanto pintar palabras y chorrear sílabas, a los adultos desconcertados les quedó clara la razón de aquel movimiento: forjar un libro de poesía. La tarea, por supuesto, no fue fácil. Cualquiera puede orquestar una manifestación (hay una sola receta: entre más caos mejor), en cambio para armar un poemario hay que hacer un esfuerzo excepcional.
Los niños estuvieron a la altura de la empresa: bajo la voz vital de Enriqueta Ochoa, Frida Cassandra se amarró un trapo en la cabeza y salió con sus lápices de colores a capturar un pedazo de campo, Sonia Salum juntó alas y raíces y las repartió entre todos, Tamara Chamud afinó el tenor de sus crayones y logró una ilustración perfecta, Gaby Nava Femat cuidó afanosa los detalles de aquella travesura histórica, Esther Hernández coleccionó con paciencia los versos de Enriqueta que habían salido volando como mariposas al mundo, Reynaldo Rivas cedió y se dio al grito desenfrenado de sus impulsos de pintor; Sofía García Camil se hizo cargo de que nada faltara en el cuartel de operaciones y Renata Muñoz le hizo al mundo un retrato de cuerpo presente. Cuando tuvieron el libro terminado, los niños regresaron a sus casas en medio de un bullicio de versos y colores inolvidables, cantando que el corazón es un enjambre de música haciendo luz las palabras. La policía no pudo hacerles nada, porque aunque ser poeta es peligroso, no es delito. Antes de despedirse, decidieron la fecha y el lugar de su próximo asalto. Para celebrar esos quince días con Enriqueta, acordaron reunirse de nuevo en el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, el primero de agosto para presentar el libro Que me bautice el viento.
1 comentario:
Hola Vicente:
Soy Eduardo (para más señas particulares D Música en Torreón). Cosas de Internet, con la muerte de Antonio Jáquez llegué al post que tu hermano le dedicó en su blog, y en consecuencia llegué al tuyo.
Qué gusto saber que también ahora piensas escribir por este medio. Leí todos tus post y ni hablar, tendrás que disculparme el comentario; me parecen muuuuuy bien escritos. Síguele así. Y como dicen los blogueros; ya estás en mis "feeds".
Aprovecho para decirte lo mismo que a todos los buenos escritores laguneros que han publicado; ¿dónde o cómo conseguir sus, tus libros? Hace pocos días me propuse buscar algunos y...nada...Ojalá y no te suene a recriminación pero, ya sabés, en eso de la distribución el asunto sigue pintando mal. En fin.
No me despido, te seguiré leyendo. Un caluroso saludo.
Publicar un comentario