miércoles, 21 de mayo de 2008

Sentimiento de culpa: Vicente Leñero







“La misión del periodista, como la del escritor, es desentrañar el lado amargo de la vida. Sobre todo en un país tan lastimado. Lo mejor de La Divina Comedia no es el cielo, licenciado, es el infierno”. La cita pertenece a “El día en que Carlos Salinas…” uno de los dieciséis relatos contenidos en Sentimiento de culpa, el más reciente libro de cuentos de Vicente Leñero.
A lo largo de 167 páginas, Leñero nos regala fuentes de remordimiento: pecados, olvidos, crímenes, traiciones. Y es que en el conjunto de la obra narrativa de este autor la culpa es uno de los motores que disparan las acciones de los personajes. En Sentimiento de culpa se topa uno con ex presidentes, con curas descarriados, con filósofos adictos al pulque e incluso con un demonio que habla como chileno y concede deseos por adelantado. También circulan por sus páginas escritores como Juan Rulfo, como Rubén Bonifaz Nuño, como Juan José Arreola.
Pluma imprescindible en la literatura mexicana, Leñero nació en Guadalajara en 1933. Además de escritor ha sido ingeniero, periodista, guionista de cine, de radio y de televisión. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1961, 1963) y de la Fundación Guggenheim (1967). Ha obtenido, entre otros premios, el Juan Ruiz de Alarcón en 1969 y 1979, el de Literatura Mazatlán en 1987 y el Nacional de Literatura en 2001. Entre sus novelas más destacadas están Los albañiles (1963, Premio Biblioteca Breve Seix Barral), Estudio Q (1972), Los periodistas (1978) y La vida que se va (1999).
Sentimiento de culpa agrupa dieciséis piezas narrativas. Es cierto que el primero de los relatos se llama “Sentimiento de culpa”, pero sería injusto decir que sólo a éste se debe el título del libro: el desasosiego y sus posibilidades son material fundamental en los relatos que comprenden esta entrega. Basta recordar la obra previa de este Dostoievsky mexicano para darse cuenta de que el remordimiento es una constante que azuza a sus personajes, desde los trabajadores que recuerdan al difunto Don Jesús en Los albañiles, hasta los periodísticos actos de contrición de la abuela Norma en La vida que se va, novela que comentaré párrafos más adelante.
Conocedor de los secretos del oficio, Leñero narra con ritmo implacable, con prosa directa, sencilla y contundente (destaca en este plano “La ciudad en el centro”, una crónica capitalina armada desde el título con ritmo heptasilábico). El también autor de Redil de ovejas traza personajes que se recriminan a sí mismos acciones u omisiones. Por esta razón el título “Sentimiento de culpa” podría aplicarse a “Pieza tocada”, a “Santificado sea tu nombre”, a “Venganza”, a “Dónde puse mis lentes”.
Por lo mismo Leñero alude directamente al término sentimiento de culpa en varios relatos, como cuando el narrador de “Stanley Ryan” dice: “Stanley Ryan fue a parar al reclusorio oriente y dejamos de tener noticias de él durante varias semanas. A mí, el sentimiento de culpa me provocaba insomnios”. Sucede algo parecido en “El ladrón honrado”: “Azuzado otra vez por los sentimientos de culpa que lo picoteaban desde la muerte de su padre (¿Porque nunca aprendió ajedrez? ¿porque nunca se aficionó a la lectura? ¿Por qué maldecía en voz baja siempre que su padre le advertía esa pretina está mal hecha?) el sastre se levantó como a las cuatro de la madrugada…” Una advertencia recibe al lector desde la portada del volumen, lo pone al tanto de que éste contiene relatos donde la realidad y la imaginación conviven, se mezclan, se refuerzan. A fin de cuentas ingeniero, el autor traza ejes que van de un cuento a otro en el interior del libro, pero que se extienden aún más allá de los límites que hay entre la página legal y el colofón. Estos ejes van de una novela a otra, de la invención pura al periodismo exacto, del pasado al futuro. Leñero coloca allí menciones de números anteriores de Proceso, alusiones a La Divina Comedia, a las novelas de Patricia Highsmith, a la obra plástica de Isabel, su hija, e incluso a su propia obra narrativa. De este modo los dieciséis relatos se articulan y afianzan en la realidad. Una realidad provocadora, desafiante, en la que cada vez se puede confiar menos. La culpa es de Leñero.

1 comentario:

L.L.L. Laura Aguilar Jacinto dijo...

Hola, al leer él texto de Vicente Leñero, se absorben hasta las culpas de los personajes, cada uno de ellos te adentra y conlleva en los sentimientos de odio, coraje, suerte y envidias por los que nos rodean; por no poder tener y lograr lo que a otros se les da de manera natural y a uno no, por poseer y ser altruista o simplemente por no encajar adecuadamente en una sociedad, donde todos hacen y deshacen sin remordimientos y a otros nos remuerde la conciencia.Saludos. Laura.