lunes, 19 de mayo de 2008

El rabioso equilibrio: Necrologías, de Antonio Ramos



En rigor, la necrología es la noticia biográfica de una persona célebre fallecida recientemente. Es una de las áreas en las que se suelen especializar los periodistas. Recordamos, por ejemplo, a Pereira, ese humanísimo personaje de Antonio Tabucchi que prepara notas fúnebres con enfermiza anticipación. Encargado de la página cultural del diario Lisboa, Pereira mezcla en su cabeza los asuntos del arte con las sombras de la muerte.
Sin embargo, no es el periodista esbozado por Tabucchi quien nos entrega el libro que es objeto de este comentario. Necrologías, colección de ficciones y reflexiones acerca del dolor, de la fugacidad, de los lentos avances y los escarceos que la muerte tiene con nosotros es de Antonio Ramos Revillas (Monterrey, Nuevo León, 1977). De Los Zetas a Polifemo, de la irrepetibilidad de Macondo a las correrías nocturnas de los jóvenes regios y del recuerdo a la incertidumbre, Necrologías es un volumen publicado originalmente dentro de la colección Anaquel de la Universidad de Guanajuato, recientemente reeditado por la editorial Jus.
Antonio Ramos es narrador, poeta, ensayista. Ha sido colaborador de las revistas El Polemista, Armas y Tierra Adentro, entre otras. Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Con el libro de cuentos Todos los días atrás obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2003, y por Dejaré esta calle se hizo merecedor del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2005. Recientemente obtuvo también los premios de literatura Juan B. Tijerina y Salvador Gallardo Dávalos.
En alrededor de un centenar de páginas distribuidas en cinco segmentos, Ramos se aproxima desde diferentes perspectivas a la única certeza que tenemos, saber que al mismo tiempo es la duda fundamental que nos carcome, de allí el papel central que tiene en nuestras obsesiones. Nadie duda que vaya a morir pero tampoco hay alguien que tenga completa seguridad de cómo, cuándo y dónde dejará de existir. Es de este contrapunto entre el ser y el no ser de donde el libro de Antonio exprime más y mejores líneas.
Se hace evidente, a lo largo de los cinco libros que conforman Necrologías, el oficio que Toño ha adquirido como autor a pesar de su juventud: aunque el mismo lo desdeñe como el nervio central de la labor literaria, encontramos aquí búsquedas de ritmo, esmero por buscar palabras precisas e imágenes indelebles. Si bien en la página 39 dice que los escritores primerizos van tras la metáfora como si ésta fuera una perla de palabras, sus textos confirman que no desdeña la tarea de pulir, rehacer, trabajar, volver al yunque cuando el texto no ha fraguado a conformidad.
Pero hay un asunto más, y creo que allí radica uno de los mayores méritos de este libro. Necrologías es un libro de muerte escrito desde el ímpetu de la vida, desde la rabia de la juventud, desde el balance de las primeras experiencias. Voy con cuidado, y antes de seguir recuerdo a un Octavio Paz anciano pero lúcido, enfermo pero cargado de vivencias, que se pregunta en la nota introductoria a La llama doble si no es un poco ridículo, al final de sus días, escribir un libro sobre el amor. Sin pretender una respuesta, el Nobel mexicano consigna cómo una mañana hizo la duda a un lado y se lanzó a escribir “en una suerte de alegre desesperación”.
Toda proporción guardada, encuentro puentes entre estas dos obras. El ensayo paciano es una carta de creencias, afirmaciones acumuladas a lo largo de las décadas: testamento. En Necrologías, en cambio, no hay afirmaciones absolutas, y en lugar de la “alegre desesperación” del poeta de Mixcoac encontramos un rabioso equilibrio que se interesa más por preguntar, por provocar, por hurgar en el resto del mundo: signos vitales. Ambos libros comparten –además de un indiscutible amor por la palabra– las contradicciones aparentes, las constantes interpelaciones al lector, las preguntas como herramienta retórica.
Generaciones en diálogo, si se ponen frente a frente, La llama doble y Necrologías parecen preguntarse, desde extremos distintos de la vida: ¿Qué hace a un hombre, en el tramo final de su existencia, reflexionar sobre el motor vital del erotismo? ¿Qué hace a otro, en el arranque de su vida productiva, cavilar sobre el final?

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