jueves, 1 de mayo de 2008

La soledad y el perdón:


Una entrevista con Eliseo Alberto


Hay dos tipos de hombres: los que están lejos y los que están cerca. Eliseo Alberto es de estos últimos. Enorme, con el cabello revuelto y con un inconfundible acento caribe, este cubano del mundo es poeta por nacimiento y novelista por vocación. Lichi, como le llaman sus amigos, heredó la poesía no sólo de su padre (Eliseo Diego, voz esencial de la cultura hispanoamericana), sino de una cadena de experiencias que lo han templado sin robarle la capacidad de observar los detalles. Y esos fragmentos de vida son el material con que forja sus historias como novelista.
Eliseo conoce los secretos del oficio: es capaz de hacer reír a un presidente o de dejar a un payaso abatido en una salsa de lágrimas. Cuando se le pregunta por sus satisfacciones, no ostenta los premios internacionales que su obra ha cosechado. Más bien se muestra orgulloso de sus novelas, del legado de su padre y de ser un genuino carpintero de historias.

Vicente Alfonso: Vamos a hacer una excepción y vamos a empezar por el principio. Como hijo de Eliseo Diego ¿qué significan la literatura y la poesía para Eliseo Alberto desde el inicio de su vida?
Eliseo Alberto:
Tengo que remontarme ya muchos años. Yo tuve un enorme privilegio en la vida que es haber nacido en una familia que fue y es una de las columnas principales de la cultura cubana. De eso no cabe la menor duda. Por azares del destino o por las magias de la poesía coincidieron en una misma generación un grupo de muchachos que tuvieron la suerte de encontrarse, muchos de ellos se casaron entre ellos.
Ahí está la figura de mi padre, ahí está la figura de Cintio (Vitier) mi tío. Eran amigos desde que tenían ocho años y acaban casándose con dos hermanas: Fina García Marruz, que es una de las poetas principales de Hispanoamérica y mi madre Bella. Y conocen a José Lezama Lima, a Virgilio Piñera y a tantos otros.
Todo eso arma uno de los momentos más luminosos de la cultura cubana y a la larga fue un momento radical. Ahí empieza una de las ramas principales de la cultura cubana, no la única, pero sí una de las principales. Yo tengo la fortuna inmensa de nacer allí, de nacer en esa familia de músicos, de pintores, de gente de circo, de poetas y además de gente humilde. Ese grupo hizo de la amistad una especie de religión, ellos eran una especie de apóstoles de esa religión que era la amistad.
En ese ámbito la poesía era el aire que se respiraba. La poesía, no sólo el poema: como hablábamos el otro día, mi papá siempre decía “no se escribe poesía, se escriben poemas”. Vamos a guardar la palabra poesía para una especie de estado de gracia, de iluminación de la realidad que también está por supuesto en un poema, pero está en un atardecer o en la muerte o en la vida, no sólo exclusivamente en la belleza.
Yo tuve la suerte de nacer allí. Era una generación alegre. Todos eran maestros, así que había un magisterio de la poesía, una enseñanza de la poesía. Las parejas de papá y mamá y Cintio y Fina fueron los únicos que tuvieron hijos. Así que todos nos vieron como una especie de sobrinos.
Para mí la poesía es una cosa muy habitual, por eso también le he perdido el miedo a muchas cosas. Como han visto en mi taller, lloro cada cinco minutos. Entre otras cosas esa es una de las grandes enseñanzas de mi familia. Mi madre tenía una frase muy bonita que decía “ah qué linda tarde la de ayer, estuve toda la tarde llorando”.
A mamá le decían el lagrimómetro. Los poetas de su generación, Lezama por ejemplo, iba y le leía a mi madre sus poemas. Y según el torrente de lágrimas que de mi madre brotara, se medía la calidad del poema. Muchos poemas buenos seguramentese perdieron porque mamá no lloró lo suficiente y los poetas decidieron que el poema era una mierda y lo rompían. Papá a veces se encabronaba y decía “yo no sé, el poema de Cintio es mucho más malo que el mío, y a mí tu madre sólo me echó tres lagrimitas y a Cintio le echó como nueve”.
La poesía en mi casa era como el pan. Como la leche, como el aire que se respiraba. Además todos mis parientes son muy dramáticos, un poco actores.

Abordemos ahora sus novelas, que están llenas de personajes en tránsito. Casi ningún personaje parece estar en su sitio. Con frecuencia su conflicto parece justo ese: que no encuentran su lugar ¿tiene esto algo que ver con vivencias personales?
Te voy a empatar esta pregunta con la anterior: como hijo era muy fácil ser hijo de Eliseo Diego, muy fácil. Sobre todo porque era un pésimo padre. Un padre malcriador. Una vez le reproché eso, cuando yo tenía como diecisiete años. Le dije: “tú eres un canalla, un hijo de puta, maricón. Nunca me has ayudado cuando he tenido necesidad de ti, cuando tenía crisis de sensualidad o sexualidad, ese mundo. Nunca me llevaste de putas, me debiste de haber llevado de putas para no sufrir tanto”. Él me miraba. Yo estaba muy borracho y le dije hasta el mamín.
Me dijo “mira mijo, los padres tenemos que ser apenas suficientes. Apenas. Los padres varones, no las madres. Yo te miro con el rabito del ojo y veo que estás en la escuela. Me da igual que saques diez, que saques seis, que saques cinco. Yo confío en que tú vas a pasar. Tú eres un hombre bueno”. Luego me dijo una frase muy bonita: que los hijos son flechas. “Lo único que tengo que hacer como papá es apuntar en la dirección correcta, darle a la cuerda el máximo impulso que yo pueda, y ahí se va. El resto es tuyo”.

Es cierto, en sus novelas todos los personajes reflexionan mucho sobre el entorno familiar y cómo esto los determinó a estar en esa búsqueda.
Papá me dijo: “¿sabes? En todo caso si soy mal padre es que yo no tuve el mío”. Lezama decía una cosa, y ahora uso las flechas de papá para hablar de las flechas de Lezama. Él decía “lo importante no es el blanco, lo importante es la flecha”.
Como escritor, te lo digo rápido y mal porque sé que lo vas a entender: la muerte de mi padre fue para mí una liberación. Dicho así suena como una canallada, pero es verdad. El peso de papá era fuerte. Sobre todo para mí que era un insolente que publicaba poemas. Publiqué tres libros de poemas horribles.
Desde la muerte de papá me viene esa herencia. Ya yo vivía en México y mi padre muere en México. Con la muerte me viene una furia de escribir. Ya había terminado la eternidad. Escribo “Informe (contra mi mismo)”, escribo “Caracol (Beach)”, escribo “La fábula (de José)” reescribo “La eternidad (por fin comienza un lunes)”. Y allí es donde nacen estos personajes en busca de un espacio. Que tampoco les interesa como tú dices muy bien llegar a alguna parte.
Entre tanto hay qué decir que a la figura de mi padre se suma la figura de García Márquez. A García Márquez tuve la fortuna de conocerlo siendo un joven periodista, muy joven, cuando el visita Cuba por primera vez. Gabriel me toma una simpatía muy grande y se convierte en mi maestro. Empiezo a trabajar con Gabriel, a escribir cosas para cine. Él empieza a enseñarme muchísimo. Y yo tuve esa otra suerte, no sólo tuve de papá y de maestro a un gran poeta, sino tuve de segundo maestro a quien es para mí el narrador más importante del siglo veinte americano.
Hablando con Gabriel, siempre decía que todos los pueblos de la literatura latinoamericana –en primerísmo lugar el suyo, Macondo- todos son pueblos de fundación. Ahí nació tu bisabuelo, tu abuelo, tu padre, ahí va a nacer tu hijo, ahí va a nacer tu nieto, ahí van a estar enterrados todos. Ese Comala, ese Macondo, ese Santa Marta, todos los pueblos del imaginario latinoamericano.
Pero a mí ya esos mundos no me interesaban. Yo llego como novelista a la literatura en un mundo posmoderno: uno de los escenarios principales para los cubanos es Miami, que es de alguna manera Caracol Beach, o por lo menos Santa Fe, la ciudad de la novela. Miami es una ciudad totalmente posmoderna. Nadie es de Miami. Nadie es de Caracol Beach. Todo el mundo está de paso. Aunque te quedes, estás de paso. Es una ciudad muy especial donde no hay fechas patrias porque cada uno tiene la suya.

Eso se ve también en La fábula de José…
Sí, hay una confusión tremenda, en La fábula está todavía más claro, porque ya yo tenía más impresiones sobre eso. Ahí yo lo digo en la fábula: la patria acaba siendo un plato de comida. Yo lo he dicho muchas veces, yo me como la patria todos los días. La patria es un plato de arroz con frijoles, carne de puerco y unos platanitos fritos. Como para mi vecino son las enchiladas, como para el otro, que es un uruguayo es un asado.
A mí me interesaban mucho no pueblos de fundación, sino ciudades en expansión o incluso que vivieran en estallido. Y eso es un poco Caracol Beach y también la fábula que son mis dos novelas que suceden en esos ambientes. Nadie es de allí. Hay coreanos, rusos, panameños, haitianos blancos. Puras minorías. A lo que se suma algo que ya estaba desde mi primera novela que quiero mucho que se llama La eternidad por fin comienza un lunes, que son otro tipo de marginados, que son los feos. Los feos, los gordos, gente sin suerte. Suicidas, buscavidas, ese policía que anda buscando a su hijo por todo Caracol Beach porque le quiere pedir perdón y el hijo es un travesti. Todos son unos pobres diablos.
Se trata de hombres y de historias en escenarios que no son de nadie. Eso te lleva de la mano a dos de los temas que más me obsesionan como escritor por lo menos ahora. Uno es la soledad. En medio de la modernidad, todos los personajes viven en una soledad. El ejemplo máximo es quizá La fábula de José, cuando gracias a que meten a José en la jaula del zoológico todos los personajes se empiezan a dar cuenta de que ellos también viven en una jaula. Y son jaulas invisibles, porque viven en la jaula de los prejuicios, en la mazmorra de la soledad, en la cárcel del desamor. Incluso jaulas de oro, pero cada cual en su soledad.
El otro es un tema en el que los cubanos deberíamos reflexionar más, que es el tema del perdón. En Caracol Beach es clave, así empieza la novela: “Clemencia es una palabra que se usa poco”.
¿Cuál es el tema del perdón? para mí el tema del perdón tiene mucho que ver con la política. Mis novelas no son políticas porque no quiero que sean políticas, a mí no me gusta que las novelas sean políticas. Todo lo que pienso de la política lo pongo en un libro aparte: Informe contra mí mismo.
Tengo un libro también que se llama Dos Cubas Libres, como dos tragos. Ahí están mis ensayos políticos, mis artículos políticos, lo que yo pienso. Pero ¿cuál es el tema del perdón para mí? A todos nos enseñan a pedir perdón. Desde niños nos dicen “pide perdón, pide perdón”. En el fondo lo que no nos enseñan es a concederlo. Uno suele conceder el perdón cuando el otro se arrepiente y si se arrodilla mejor, y si se arrodilla en público, mejor todavía.

Eso viene a ser una variante de la venganza, más que perdón
También, también. ¿Cuál es el tema para Cuba? Sólo los hombres grandes lo consiguen, y yo que he conocido muchos hombres grandes porque he conocido muchos poetas sé que se puede. ¿Cómo perdonar a alguien que no se arrepiente? Cómo perdonarte a ti por lo que me hiciste si tú ni siquiera te arrepientes? Yo creo en eso, y creo que en términos políticos eso es fundamental para Cuba. ¿Cómo perdonarnos unos a otros sin exigir a una de las dos partes que se humille, que se arrodille? ¿Cómo hacerlo de igual a igual? Pero bueno, ése es otro tema.
Volviendo a los personajes, son solitarios en espacios reales pero no suyos, donde quizás lo que importa es la flecha, no el blanco. En Caracol Beach, en una de las frases que a mí más me gustan y que ha pasado un poquito inadvertida para mi vanidad, en un momento un personaje le dice a otro: en este mundo hay fundamentalmente dos tipos de personas: los que están cerca y los que están lejos.
No puedes querer a alguien que no tengas cerca. Esa es la lección que uno hace en la vida. A su vez tú haces lo mismo. Nos se puede querer a quién no está cerca. Eso les pasa a mis personajes, siempre se están acercando o a veces creen que están cerca y se están alejando, porque eso pasa mucho con los exilios, con la migración.
Decía Alberti: “el exilio es una tristeza obligada”. No es que tú estés triste por algo que pasó. Es que te obligan a estar triste por algo que es siempre injusto porque el exilio es siempre una violación. Todo exilio es una violación porque el hecho de que no te permitan vivir en tu país es siempre una violación.
Todos los finales de mis novelas son iguales: hay una catástrofe multitudinaria. Una guerra en La eternidad. Pongo también una especie de guerra en Caracol Beach cuando la cacería. También en la fábula. Pero de alguna manera siempre hay una pequeña esperanza que yo siempre me impongo. Por ejemplo en Caracol Beach la parte esperanzadora es cuando el viejo, ya casi al final de la novela, antes del epílogo, le pone la diadema a su hijo el trasvesti, como en una minúscula, ridícula e insignificante victoria. Pero es quizá la única victoria de la novela.

Hay una idea que de alguna manera todos los personajes de Caracol Beach mencionan: “El miedo es una camisa de fuerza”. La pongo en boca del policía Sam Ramos porque al final el hace un alegato a favor del miedo.
Peleé en cinco guerras y si aún sigo vivo es porque en todas me morí de miedo, dice.

Exacto. Entonces de allí obtengo yo la premisa de que el miedo humaniza.
Mucho más que la valentía. Es una idea que está en muchos de los escritores que yo admiro. Esta en Saint-Exúpery, está en Oscar Wilde. En el planeta en general hay culto por los valientes, como si los valientes fueran la máxima expresión del ser humano. En el fondo ser valiente es una suma insoportable de defectos. Es un poco de vanidad, mucho de arrogancia, mucho de irresponsabilidad. En el cine casi siempre son guapos además, no hay valientes feos.
A mí me conmueve mucho más el cobarde, que tampoco me gusta la palabra pero en fin. Digamos la humanidad del miedo. En el fondo el sentimiento que más claramente siente el ser humano desde que nace es el miedo.
Yo tengo un título que me llena de honra. Soy bombero honorario de Asturias. Todo sucedió porque, cuando yo estaba allá para presentar Caracol Beach me invitaron a una entrevista de radio. Hablando justo de esos capítulos y de este tema, hice una apología del cobarde, del temeroso, del indefenso. Dije una frase disparatada que está también en alguno de mis libros: “por los únicos valientes que yo pondría las manos en el fuego es por los bomberos”. Porque los bomberos apagan el fuego.
Frente a la estación de radio había una estación de bomberos y cruzaron la calle y me hicieron bombero honorario. Yo me sentí entonces el hombre más valiente del mundo. Porque estoy exagerando, tampoco es que tenga nada contra los valientes.

¿A qué le tiene miedo Eliseo Alberto?
A muchas cosas. Yo me he pasado la vida contando mi vida en mis libros. En Informe, en Dos Cubas Libres. Pero hay algo que yo nunca cuento, que son los cinco años que yo me pasé en el ejército cubano. Tampoco voy a contarlo en esta entrevista. Fueron años muy tristes para mí, muy duros. Eran los años de la guerra de Angola, de la guerra de Nicaragua. Yo estuve de alguna manera, en una posición muy discreta, involucrado en eso. Se me murieron amigos, conocidos. Tuve amigos que los vi salir a la guerra y cuando regresaron ya eran otras personas. Entre ellos un poeta cubano que es el modelo de Beto Milanés. Afortunadamente en la vida el no muere, pero vive un proceso parecido al que yo cuento en la novela.
Yo le tengo miedo a la guerra, le tengo miedo a la injusticia. También hay prófugos de la injusticia, digo yo. Siempre se dice. “Fulano es prófugo de la justicia” bueno, también se es prófugo de la injusticia. Yo soy un prófugo de la injusticia.
Le tengo miedo a la intolerancia, le tengo miedo al poderoso, le tengo miedo a lo que todo mundo le tiene miedo: a los mafiosos, a los narcotraficantes, a los secuestradores. Le tengo miedo a la pobreza. Le tengo miedo a la riqueza.
Para decirlo rápido, el miedo en el hombre es un sentimiento epicéntrico. Es decir que es un sentimiento central en el hombre en el cual giran otros sentimientos paralelos. Por es, cuando iniciamos la conversación, te decía que me interesa también la relación miedo-perdón., porque todo eso está hermanado.

Hablemos ahora de otro miedo común entre poetas y novelistas. La contaminación del lenguaje poético. Y con ello también hay una contraparte. Hace rato comentábamos un adjetivo que utiliza en La Fábula de José. Llama a un burrito “juanramónico”. Eso es poesía…
Es verdad, es un hallazgo eso del burrito juanramónico ¿no? Uno de los problemas agravado ahora con eso del internet es la debilidad del idioma, de las palabras, del vocabulario. El hombre ha ido resolviendo su vida con vocabularios muy pequeños. Los políticos por su parte han destruido, con el abuso, palabras preciosas. Cuando una las dice, hasta pena le da.
Por ejemplo si tu dices, o yo digo. “Yo soy un pacifista”. Te miran como si fueras maricón. O como si fueras ecologista, o vegetariano, o defensor del esperanto. Las palabras han sido destruidas, diluidas, simplificadas. Cuando hablo de Internet hablo de los chat, que es donde se comunican los solitarios. Yo no sé si tú has entrado a chats…

Tengo un cuento sobre eso…
La cantidad de soledad, las calidades de soledad que hay allí. En los chats de cibersexo, en los chats de amistad, en los chats de gays o lesbianas. Los chats de lesbianas están llenos de heterosexuales haciéndose pasar por mujeres los chats de gays están llenos de mujeres haciéndose pasar por policías. Es gente que busca palabras, que alguien le diga algo.
Yo como escritor a veces me atrevo a inventar algunas palabritas, a poner, una al lado de otra, dos palabras que nunca se han visto al lado de otra. Una de las tareas de los escritores es hacer algo por la salud de las palabras.
Esta no es una tarea planetaria, es una tarea modesta de los escritores. Porque la contaminación de las palabras es la simplificación de las ideas. Mi padre decía una cosa que tiene también que ver con la cuestión de los cobardes: en estos tiempos en donde las grandes revistas en donde las grandes publicaciones le dedican sus portadas a los hombres malos, la gente olvida que un hombre bueno es un espectáculo tremendo. Un hombre humilde es un espectáculo tremendo. Nadie lo ve, y nunca aparece en la portada del Times o del Newsweek. La tarea del escritor por ahora, por lo menos la mía, es poner en la portada de mis libros a esa tropa de gente buena.
Por ahí va un poco mi reflexión con eso de la contaminación. Yo hablo con mi hija, y mi hija es una afortunada porque ella es lectora. Su amigos son muy buenos muchachos. Su lenguaje les alcanza para decir te quiero, pero creo que nunca alcanzan a decir sus verdaderos sentimientos porque las palabras no alcanzan. Tenemos que rescatar más la palabra alegría, la palabra risa, la palabra beso.

Dicen que en estos tiempos no querer a nadie, es lo único inmoral.
Eso es, ah, qué bien que te acuerdes de mis libros. Es bonita esa frase, porque es real: no querer a nadie es una inmoralidad.

1 comentario:

Josué Barrera dijo...

Hace como un año vino a Hermosillo y se quedó unos días. Dio una charla a la que solo fuimos como cinco personas. Ahora que leo tu entrevista pienso que lo pude haber entrevistado fácilmente. Ni modo. Pero ya tenemos una muy buena, la tuya.
Saludos.