martes, 27 de abril de 2010

Y mi voz quemadura


Jaime López y Las Señoritas de Aviñón
Viernes 30 de abril

Ruta 61 / Baja California 281, entre Culiacán y Nuevo León,
a dos cuadras del Metro Chilpancingo
5211-7602 / 5256 0667
eduardo@ruta61.com.mx





Tomo como pretexto este toquín de Jaime López para reproducir una entreviste que le hice hace ya algunos años a este poeta y orquestador del taconazo nacional:

Y mi voz quemadura se llama el material en donde la voz de Maru Enríquez y la guitarra de Jaime López se entrelazan para rendir homenaje a Xavier Villaurrutia. Quince poemas-canción que surgieron de una comedia musical para cantante, músico y actor, que después dio origen a un elepé (Y mi voz quemadura, Discos Pueblo 2002)

Maru, ¿cómo surge Y mi voz quemadura? Un día me reencontré con Jaime, me mostró un texto de Villaurrutia musicalizado: “Silencio, silencio” –la tercera canción del disco que estrenamos en el “Café de Nadie”. Una coincidencia muy grata fue que el dueño del lugar nos dijo que ese espacio, que ahora es el café, antes había sido casa de las hermanas de Villaurrutia y que el poeta las visitaba con frecuencia.


¿Cómo te preparaste para interpretar este material? Tuve un buen acercamiento a las obras completas de Villaurrutia: ensayos, prosa, poesía. Me di cuenta del profundo sentido del humor del autor. No es un poeta de la muerte, sino irónico. También la experiencia de trabajar en la casa de sus hermanas el “Café de Nadie” nos fue metiendo en una dinámica muy a tono.


Han definido Y mi voz quemadura como el soundtrack de una película que no fue realizada. ¿Qué tipo de película crees que hubiera sido? Fue el soundtrack de una obra de teatro, eso sí se concretó. Lo de la película hubiera sido una película obviamente muy poética, en homenaje a Villaurrutia, al espíritu villaurrutiano, digamos.


Jaime, a partir de este reencuentrocon Villaurrutia, supongo se volvió uno de tus poetas de cabecera ¿A qué otros poetas recurres frecuentemente?

No empecé componiendo a partir de poetas, más bien a partir de compositores, de cantantes y de músicos, que a fin de cuentas me parecían más atractivos. Pocos poetas me mueven el cuerpo. De quienes yo conocía de chavo, me atrapó inmediatamente Dylan Thomas, por que visualmente se mueve, porque auditivamente de mueve, lo que está escrito se mueve por sí solo. También algunos contemporáneos muy cercanos con los que llegué a tratar en una parte de mi juventud, como Ricardo Castillo, Enrique Serna, que aunque escribe novelas para mí es un gran poeta, Xavier Velasco, premios aparte e independientemente de que escribió algo sobre mí.


Vuelvo con Maru: Tienes una larga trayectoria como cantante, ¿cuál es la relación de la mujer con la canción? En un principio había que adaptar las canciones para que fueran femeninas, porque normalmente las canciones tienen un punto de vista masculino, sobre todo las de amor. Entonces, ése era un conflicto. Por fortuna siempre he trabajado cercana a los compositores vivos, he tenido la suerte de que las adapten a la forma femenina. Creo que la sensualidad al interpretar una canción, es un aporte que sólo tenemos nosotras.


¿Cuál fue la canción más difícil de Y mi voz...? Todas tuvieron su grado de dificultad, por distintas razones, pero yo creo que la última -Bajo el siglo de la luna- es la que más me costó trabajo afrontar, no sé si por el tipo de arreglo, no lo tengo muy claro. Lo que sé es que antes que rockera, yo soy una intérprete de canciones.


¿Como se retrata a sí mismo Jaime López? Ya sé que luego es medio falso decir “No, yo no...” –se queda unos instantes pensando- soy muy autocrítico y a lo mejor tengo alguna imagen. Me veo como un compositor en el amplio sentido de la palabra: puedes componer a través del cuerpo, con la danza, o una canción. No hay mejor halago que cuando alguien dice “esa canción suena a Jaime López” cuando alguien dice eso me siento muy bien y creo que ése soy.


¿Qué diferencias hay –si es que existen- entre Jaime López músico y Jaime López poeta? Pues no hay mucha diferencia, más bien como que hay mucha interrelación. Antes que poeta soy músico y cuando hago una canción puedo llegar a ser poeta. Es un halago que a fin de cuentas una canción resulte un poema, tal vez a un poeta le resulte un insulto que le digan que su poema parece canción. En mi caso es al revés, parto más bien de ser músico. Antes que nada fui un bailarín. Un bailarín digamos que un tanto cuanto caótico, pero a partir de eso comencé a darle foma a las palabras aunque tardíamente, como a los catorce años, se me atravesó una guitarra y me salió una canción y luego otra y otra hasta que eso se volvió más prolongado. Un día me di cuenta de que era hasta mi trabajo. Quizás muchos me toman como letrista, pero antes que todo soy un músico.


Vi hace poco a tocar Jaguares, y en entrevista, Saúl Hernández dijo que entre los músicos a quienes más admiraba estabas tú/ ¿Al fin lo dijo? Me conmueve, porque vi los primeros pasos de Saúl cuando Las Insólitas imágenes...un tipo realmente muy agradable, buen bajista, aunque muchos lo duden. Muchas canciones de él me llamaban la atención en aquel entonces. Ya con Caifanes ha sido otra historia, me ha tocado ver de alguna manera su desarrollo desde el inicio.

¿Podríamos definir algunas de tus canciones como crónicas audibles? Más bien películas por el oído. Para crónicas yo creo que las hace muy bien José Joaquín Blanco. Viniendo de él que Primera calle de la soledad, es una crónica de las más afortunadas creo que es por añadidura... No percibo la crónica como uno mis objetivos. Más bien el resolver imágenes muchas veces muy cinematográficas. Soy un camarógrafo a final de cuentas. No desprecio la era en la que nací.


Entre estas películas audibles abordemos el disco de Nordaka, ¿cómo surge la idea de hacer un trabajo así? Por deseos muy antiguos. Siempre quise tocar en un grupo norteño. Posteriormente, cuando fui rico y famoso –se ríe- dije, voy a grabar un disco norteño. Hace veintitantos años escribí Por cigarros a Hong Kong, estaba en un grupo que se llamaba Un Viejo Amor que era lo más alejado a la música norteña. Nada más contemporáneo que la polka norteña, ahora sí que es nuestro rock. Pasó el tiempo y Por cigarros... seguía ahí. Tiene que ver con todo lo que ahora llaman identidad, cultura o usos y costumbres: Nordaka a fin de cuentas lo empecé como demos y salvo dos o tres cosas que pulí, se quedó tal cual. El origen tiene que ver con nuestros paisajes, pero también tiene que ver con el cine. Cuando conocí al Piporro me dijo “sí me echo un palomazo” y participó en dos canciones.

Comentaban que tienen en puerta un proyecto llamado Gran Quinqué... Sí, son rolas exclusivas de Jaime, - contesta Maru- con arreglos más rockeros pero paradójicamente más acústicos. Las presentaciones de Y mi voz quemadura las hacíamos con voz y guitarra, me gusta regresar a la esencia de las canciones. Gran Quinqué es la primera canción que surgió del reencuentro con Jaime, y han ido saliendo otras en trabajo conjunto. Adelanto algunos títulos –interviene Jaime-: Gran Quinqué, La calle es una playa, El diablo habla en esperanto, Ocho Calumnias, Panteón de Neón. Es un disco que estaba desde antes de que se nos atravesara Villaurrutia, y de alguna manera qué bueno que se nos atravesó. Entre Villaurrutia y Villaurrutia fueron surgiendo estas canciones. Son rolas mías y más bien ahora de Maru, porque el material saldrá con su cara y con su voz, que ya maduró –termina Jaime y vuelve a reír.

domingo, 18 de abril de 2010

más coordinadores... y menos cultura


De mi columna El Síndrome de Esquilo del sábado 17 de abril, en El Siglo de Torreón:

Una nota publicada hace unos días en este diario por el colega Yohan Uribe se tituló “Vinculará Gandhi a los creadores regionales”. Leyéndola vinieron algunas preguntas a mi cabeza: ¿Qué está provocando que las librerías estén funcionando cada vez más como centros de cultura alternativos a los espacios del Ayuntamiento? ¿Es que los creadores no se sienten ni representados ni vinculados por las autoridades locales?
Apenas el pasado 28 de noviembre, cuando aún no se definía quién se haría cargo de coordinar la cultura municipal, escribí en este mismo espacio: “además de cumplir requisitos propios del cargo, los creadores vemos en Norma González a alguien que ha vivido siempre un genuino interés por las artes, y por lo tanto me atrevo a decir que lo que estamos pidiendo es alguien que, como Norma, sienta las manifestaciones culturales como asunto propio, no como un simple trampolín a la nómina”.
Sigo pensando lo mismo, por eso me extraña que la organización de eventos se haya visto desplazada por la iniciativa privada y que en cambio hayan aumentado tanto los nombres en la nómina, pues pese a la austeridad la actual administración municipal tiene registradas a 81 personas como “coordinadores” que cobran hasta 31 mil 500 pesos por ese cargo, cuando en la administración anterior había 38 coordinadores (43 menos de acuerdo al diario Vanguardia, 14 de marzo).
Conocí a Norma hace más de diez años, y desde entonces me inspiró confianza por su forma de ser, que percibí abierta y sin rodeos. Años después me asesoró con muy buen tino cuando comencé a escribir “Partitura para mujer muerta”, ficción que obtuvo el Premio Nacional de Novela Policiaca en 2008. Por su franqueza, en las reediciones que lleva el libro en dos años, incluí su nombre en la sección de agradecimientos. Apelando a esa misma franqueza es que escribo este comentario que muchos, quizá, tacharán de ingenuo.
He visto que ante la ausencia de la Licenciatura en Letras en las universidades locales, la Dirección de Cultura decidió abrir un Diplomado en Creación Literaria gratuito, impartido por escritores laguneros y con el respaldo académico de la Universidad Autónoma de La Laguna. Aplaudo que ello ocurra. Lo malo de la iniciativa es que esté programada exactamente en el día y la hora en que se llevan a cabo otras dos actividades que tienen años de trabajos constantes, y cuya creación requirió de los esfuerzos de muchos: la Escuela de Escritores del CINART y el taller de Saúl Rosales en el Teatro Isauro. Más que sumar, pareciera que la intención es dividir.
Otro ejemplo: para difundir la obra de los escritores laguneros se seleccionó a la reconocida editorial Jus, con quien se celebró un convenio. Sin embargo me consta que cuando se propuso que se presentaran en Torreón las novedades que esa editorial ha publicado de jóvenes de otras latitudes (sin que el ayuntamiento tuviera que desembolsar un solo centavo) la respuesta fue no. Otra vez, pareciera que la intención es dividir.
Imposible reinventar la cultura con cada administración. En vano he intentado comunicarme con Norma González, Directora de Cultura de Torreón, para exponerle estas inquietudes. Dos escritores que cobran como “coordinadores”, amigos míos de toda la vida, han actuado como “filtros” que impiden el diálogo. Me apena pensar que nuestros impuestos se van en pagar tal coordinación, que antes fluía con la simpleza de un telefonazo. Comentarios:vicente_alfonso@yahoo.com.mx

jueves, 15 de abril de 2010

La muerte todos los días




Mucho se ha hablado y se ha escrito de nuestra relación con la muerte. Al tema se acercan, por ejemplo, Octavio Paz y Carlos Fuentes. Pero nos enfrentan, en la mayoría de los casos, con muertes abstractas: entidades cubiertas de gloria, olorosas a patriotismo. La semana pasada hablé ya de esta visión.
En esta ocasión quiero referirme a otros muertos más cotidianos: los que habitan las páginas de la nota roja. Cadáveres que nos provocan una mezcla de fascinación y miedo: historias sueltas, víctimas de su silencio. No es la historia colectiva –esa triste fosa común– la que nos cautiva: son los cadáveres anónimos, los cuerpos descompuestos de aquellos que vivieron sólo para cumplir con el requisito de la muerte. Una bomba israelí mata a trescientos civiles en Gaza y pocos leen la nota; un tipo corta en pedazos a su novia, la mete al refrigerador y tiene al país completo en vilo.
¿Qué sucede? ¿Por qué nos seduce leer cómo murieron personas que vivas quizá jamás llamarían nuestra atención: el inmigrante partido por el tren, la prostituta violada y acuchillada en la vía pública, el cabo acribillado en su día de descanso?
Alguna vez tuve que hacer una nota acerca de un sexagenario que murió de un infarto en un cine porno. Horas después me contactaron un par de jóvenes que trataban de cubrir la honra de su abuelo: pedían que no se publicara nada. Si bien es cierto que en ese cadáver no había enigma, ni sorpresa, ni duda que le diese a la escena el carácter de desafío intelectual, pocos negarán que la historia es atractiva.
¿Por qué nos atraen tanto esas historias? Tengo mi hipótesis. La muerte posee extrañas cualidades: es al mismo tiempo nuestra mayor duda y nuestra mayor certeza. Es duda porque nadie sabe con seguridad qué día ni en qué condiciones morirá; es certeza porque todos sabemos que algún día hemos de morir. Dos bocados demasiado grandes como para digerirlos así nomás. Nos asomamos a la muerte igual que el niño que no sabe nadar mete, fascinado y temeroso, un pie a la alberca.
La mejor explicación de este fenómeno me la dio hace tiempo el maestro Rubén Bonifaz Nuño, uno de los más grandes poetas mexicanos. Luego de una fructífera charla en la que insistió en la necesidad de forjar una poesía anclada en la alegría y el gozo, le pedí que me dedicara uno de sus libros. Lo único que el octogenario maestro hizo fue trazar en el libro una temblorosa calavera azul. Le pregunté entonces por qué firmaba de ese modo si no le gustaba la muerte. Su respuesta fue contundente, inolvidable: “para irme acostumbrando”.

martes, 13 de abril de 2010

Que ya no hay grandes maestros…


Hace un tiempo, el periódico “El Universal” dio a conocer unos documentos de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) en donde consta que durante al menos 18 años, entre 1967 y 1985, los servicios secretos mexicanos espiaron a Gabriel García Márquez, al que consideraban «un agente de propaganda al servicio de la dirección de Inteligencia de Cuba».
Una de las causas para que la DFS investigara al autor colombiano fue que éste cedió al gobierno de Cuba los derechos de una de sus novelas, Crónica de una muerte anunciada. Según los documentos, esa acción “confirma que García Márquez, además de ser pro-cubano y pro-soviético, es un agente de propaganda al servicio de la Dirección de Inteligencia de ese país”.
Por los mismos documentos se sabe que García Márquez fungió como mediador entre François Miterrand y Regis Debray, consejero del entonces presidente francés, con la izquierda latinoamericana, en especial de El Salvador, Chile y Colombia.
El asunto no es casual: la aparición del libro García Márquez una vida, de Gerald Martin, ha traído una vez más la figura del colombiano a las páginas de los diarios. En la hojarasca que persigue al Maestro no han faltado ataques a su figura que lo tildan de “narrador rebasado”, e incluso de “amigo y cómplice de dictadores”. A pesar de ello, don Gabriel es, sin duda, un maestro en las artes del periodismo y de la narrativa, además de uno de los autores más leídos en el mundo, no sólo en lengua castellana.
Quizá su éxito de ventas y de lectores se debe a la carpintería con que ensambla sus historias. Tras su aparente simpleza, ficciones como Cien años de soledad, Crónica de Una muerte Anunciada y El Otoño del Patriarca contienen un arduo trabajo que incluye fuertes dosis de tensión para atraer la voluntad de los lectores. Y eso, la consideración con el lector, se ha perdido. No se trata de emparejar el suelo, sino de preparar el terreno con los suficientes escollos y pasadizos para que el recorrido resulte interesante.
En alguna ocasión, no diré en qué circunstancias, fui testigo de cómo un joven autor, sin libros publicados, increpaba al autor de Cien años de soledad diciéndole “¿pero es que no sabe usted que hay distintas formas de contar una historia?”. A nivel mediático, ocurre hoy con García Márquez algo que explica perfectamente una frase de José Emilio Pacheco: “si ya no hay grandes maestros es porque nadie quiere ser aprendiz”.