martes, 13 de abril de 2010
Que ya no hay grandes maestros…
Hace un tiempo, el periódico “El Universal” dio a conocer unos documentos de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) en donde consta que durante al menos 18 años, entre 1967 y 1985, los servicios secretos mexicanos espiaron a Gabriel García Márquez, al que consideraban «un agente de propaganda al servicio de la dirección de Inteligencia de Cuba».
Una de las causas para que la DFS investigara al autor colombiano fue que éste cedió al gobierno de Cuba los derechos de una de sus novelas, Crónica de una muerte anunciada. Según los documentos, esa acción “confirma que García Márquez, además de ser pro-cubano y pro-soviético, es un agente de propaganda al servicio de la Dirección de Inteligencia de ese país”.
Por los mismos documentos se sabe que García Márquez fungió como mediador entre François Miterrand y Regis Debray, consejero del entonces presidente francés, con la izquierda latinoamericana, en especial de El Salvador, Chile y Colombia.
El asunto no es casual: la aparición del libro García Márquez una vida, de Gerald Martin, ha traído una vez más la figura del colombiano a las páginas de los diarios. En la hojarasca que persigue al Maestro no han faltado ataques a su figura que lo tildan de “narrador rebasado”, e incluso de “amigo y cómplice de dictadores”. A pesar de ello, don Gabriel es, sin duda, un maestro en las artes del periodismo y de la narrativa, además de uno de los autores más leídos en el mundo, no sólo en lengua castellana.
Quizá su éxito de ventas y de lectores se debe a la carpintería con que ensambla sus historias. Tras su aparente simpleza, ficciones como Cien años de soledad, Crónica de Una muerte Anunciada y El Otoño del Patriarca contienen un arduo trabajo que incluye fuertes dosis de tensión para atraer la voluntad de los lectores. Y eso, la consideración con el lector, se ha perdido. No se trata de emparejar el suelo, sino de preparar el terreno con los suficientes escollos y pasadizos para que el recorrido resulte interesante.
En alguna ocasión, no diré en qué circunstancias, fui testigo de cómo un joven autor, sin libros publicados, increpaba al autor de Cien años de soledad diciéndole “¿pero es que no sabe usted que hay distintas formas de contar una historia?”. A nivel mediático, ocurre hoy con García Márquez algo que explica perfectamente una frase de José Emilio Pacheco: “si ya no hay grandes maestros es porque nadie quiere ser aprendiz”.
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