En la historia del arte hay capítulos llenos de contrastes que revelan al mismo tiempo la fragilidad y la grandeza humanas. Pasajes que en un libro o en la pantalla del cine serían calificadas de inverosímiles y que sin embargo, suceden. Uno de estos capítulos comenzó el 21 de junio de 1941, día en que las tropas de Hitler invadieron territorio soviético. En ese tiempo, el músico soviético Dimitri Shostakovich (1906-1975) vivía cerca de lo que hoy es San Petersburgo y que entonces se llamaba Leningrado. Preocupado por la invasión, Shostakovich solicitó enlistarse en el Ejército Rojo, pero la solicitud fue rechazada debido a su miopía. Entonces decidió componer una sinfonía que captara la atroz esencia del momento. En un mensaje que dirigió a la población a través de la radio en septiembre de ese mismo año, el compositor dijo:
“Queridos amigos. Les hablo desde Leningrado, al tiempo que se lucha encarnizadamente contra el enemigo ante las puertas de la ciudad. (…) Les hablo desde el frente. Ayer por la mañana terminé la partitura del segundo movimiento de mi nueva gran sinfonía. Si consigo llevar a buen término esta obra, si consigo finalizar también el tercero y el cuarto, podré calificarla como mi séptima sinfonía (…) Digo esto para que todo el mundo lo sepa: el peligro que acecha a la ciudad de Leningrado no ha conseguido acallar la vida que en ella late”.
Incomunicada, Leningrado debió soportar un sitio que duró más de novecientos días. El 27 de septiembre, justo cuando terminaba el tercer movimiento de su nueva sinfonía, Shostakovich recibió la orden de abandonar Leningrado. Con muy poco equipaje, salió de Leningrado hacia Moscú acompañado de su mujer y sus hijos. La madre del músico y su hermana mayor se quedaban en la ciudad en condiciones más que difíciles: al año siguiente, Dimitri recibiría una carta en donde su hermana le informaba que las carencias la habían obligado a ella y a su madre a comerse al perro de la familia y también a algunos gatos.
Exactamente tres meses después, el músico terminaba su séptima sinfonía, que lleva por titulo A la ciudad de Leningrado, conocida normalmente como Leningrado. La obra se estrenó en marzo siguiente en la ciudad de Kuibyshev, y ese mismo mes se transmitió por radio desde Moscú para todo el mundo. La obra se convirtió en un símbolo de la resistencia de Leningrado. Como se hacía con los documentos ultrasecretos, la partitura fue reproducida en microfilm. Así se envió por avión de Moscú a Teherán, de allí a El Cairo por tierra, otra vez por avión a Casablanca, donde la recogió un barco de guerra norteamericano que la llevó a Estados Unidos, donde la esperaban Toscanini, Kusewitski, Stokovski, Ormandy. Desde entonces, la Séptima es una de las obras más emblemáticas del siglo XX.
La vida de Shostakovich estuvo llena de misterios, de intrigas, de homenajes deslumbrantes y severas críticas. Sus desgracias se habían precipitado a partir de que Stalin en persona asistió a una función de su ópera Lady Macbeth, el 26 de diciembre de 1935. No importó que esta ópera tuviese más de un año de haber sido estrenada, tampoco que hubiese sido representada cientos de veces. No importó que en su momento los especialistas hubiesen opinado maravillas: a Stalin no le gustó y eso fue suficiente para condenarla.
A los pocos días de que Stalin salió disgustado del teatro en donde se representaba Lady Macbeth, el diario Pravda, que entonces era la publicación oficial del partido comunista, publicó un artículo titulado “Caos en vez de música” en donde se criticaba severamente la ópera de Shostakovich. La represión apenas comenzaba: la obra fue retirada de los repertorios en toda la Unión Soviética. Fue acusado de formalista y de “enemigo del pueblo”. Las desapariciones de estos “enemigos del pueblo” eran cosa de todos los días. Igual que muchos intelectuales de la época, Shostakovich preparó una maleta con sus pertenencias esenciales, y pasaba las noches angustiado a que los órganos de seguridad pasaran por él. Continúa aún el debate acerca de qué tan hondo calaron a partir de entonces las imposiciones del partido comunista en las creaciones del músico ruso. A quienes vislumbran un Shostakovich atormentado que acató con pesar y resignación los dictados estatales, hay quienes contraponen la visión de un genio que sólo asumió en la apariencia las reglas y que en realidad plasmó en su música todo el sufrimiento y la indignación que le provocaban las acciones del partido. Persisten entonces los enigmas en torno de la figura y la obra del maestro ruso. Lo que nadie duda es que su música es uno de los legados del siglo XX que no olvidaremos en mucho tiempo.
“Queridos amigos. Les hablo desde Leningrado, al tiempo que se lucha encarnizadamente contra el enemigo ante las puertas de la ciudad. (…) Les hablo desde el frente. Ayer por la mañana terminé la partitura del segundo movimiento de mi nueva gran sinfonía. Si consigo llevar a buen término esta obra, si consigo finalizar también el tercero y el cuarto, podré calificarla como mi séptima sinfonía (…) Digo esto para que todo el mundo lo sepa: el peligro que acecha a la ciudad de Leningrado no ha conseguido acallar la vida que en ella late”.
Incomunicada, Leningrado debió soportar un sitio que duró más de novecientos días. El 27 de septiembre, justo cuando terminaba el tercer movimiento de su nueva sinfonía, Shostakovich recibió la orden de abandonar Leningrado. Con muy poco equipaje, salió de Leningrado hacia Moscú acompañado de su mujer y sus hijos. La madre del músico y su hermana mayor se quedaban en la ciudad en condiciones más que difíciles: al año siguiente, Dimitri recibiría una carta en donde su hermana le informaba que las carencias la habían obligado a ella y a su madre a comerse al perro de la familia y también a algunos gatos.
Exactamente tres meses después, el músico terminaba su séptima sinfonía, que lleva por titulo A la ciudad de Leningrado, conocida normalmente como Leningrado. La obra se estrenó en marzo siguiente en la ciudad de Kuibyshev, y ese mismo mes se transmitió por radio desde Moscú para todo el mundo. La obra se convirtió en un símbolo de la resistencia de Leningrado. Como se hacía con los documentos ultrasecretos, la partitura fue reproducida en microfilm. Así se envió por avión de Moscú a Teherán, de allí a El Cairo por tierra, otra vez por avión a Casablanca, donde la recogió un barco de guerra norteamericano que la llevó a Estados Unidos, donde la esperaban Toscanini, Kusewitski, Stokovski, Ormandy. Desde entonces, la Séptima es una de las obras más emblemáticas del siglo XX.
La vida de Shostakovich estuvo llena de misterios, de intrigas, de homenajes deslumbrantes y severas críticas. Sus desgracias se habían precipitado a partir de que Stalin en persona asistió a una función de su ópera Lady Macbeth, el 26 de diciembre de 1935. No importó que esta ópera tuviese más de un año de haber sido estrenada, tampoco que hubiese sido representada cientos de veces. No importó que en su momento los especialistas hubiesen opinado maravillas: a Stalin no le gustó y eso fue suficiente para condenarla.
A los pocos días de que Stalin salió disgustado del teatro en donde se representaba Lady Macbeth, el diario Pravda, que entonces era la publicación oficial del partido comunista, publicó un artículo titulado “Caos en vez de música” en donde se criticaba severamente la ópera de Shostakovich. La represión apenas comenzaba: la obra fue retirada de los repertorios en toda la Unión Soviética. Fue acusado de formalista y de “enemigo del pueblo”. Las desapariciones de estos “enemigos del pueblo” eran cosa de todos los días. Igual que muchos intelectuales de la época, Shostakovich preparó una maleta con sus pertenencias esenciales, y pasaba las noches angustiado a que los órganos de seguridad pasaran por él. Continúa aún el debate acerca de qué tan hondo calaron a partir de entonces las imposiciones del partido comunista en las creaciones del músico ruso. A quienes vislumbran un Shostakovich atormentado que acató con pesar y resignación los dictados estatales, hay quienes contraponen la visión de un genio que sólo asumió en la apariencia las reglas y que en realidad plasmó en su música todo el sufrimiento y la indignación que le provocaban las acciones del partido. Persisten entonces los enigmas en torno de la figura y la obra del maestro ruso. Lo que nadie duda es que su música es uno de los legados del siglo XX que no olvidaremos en mucho tiempo.
1 comentario:
En la vida de este gran artista, como en muchos casos mas, "La realidad superó a la imaginación y a la ficción". Habrá que tomar su ejemplo, que nos dice que en medio de la catastrofe, donde todo puede acabar completamente, se puede seguir creando el arte; se puede seguir siendo artista, se puede seguir el camino que mas nos apasiona.
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