viernes, 22 de agosto de 2008

Las armas y las letras, un acertijo.



En el capítulo XXXVIII de la primera parte de El Quijote, Cervantes pone en boca de su personaje una serie de ideas que conocemos con el nombre de discurso de las armas y las letras. El pasaje sigue el trote mental de don Quijote, quien busca resolver cuál de los oficios es mejor: soldado o escritor. En primer lugar, dice, hay que tomar en cuenta que son muchos menos los premiados por la guerra que los que mueren en ella. No cabe la comparación: los muertos son incontables, los beneficiados son apenas unos cuantos que permanecen en la sombra.
Viene después un contrapunto de argumentos: dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes, letras, al fin.. Sin embargo, con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de sicarios (perdón, de corsarios).
No se detiene allí el flaco caballero. No hay entre los estudiosos un temor comparable al del soldado que sufre el fuego enemigo y no puede huir del peligro. Hasta aquí, pues, la discusión la ganan los soldados y las armas. Pero en realidad Cervantes nos está planteando un acertijo sobre el que volveré más adelante.
Hoy más que nunca sirve rescatar las cavilaciones de don Quijote porque la realidad nos pone frente a la misma encrucijada: “aunque no lo parezca, vamos ganando la guerra contra el crimen organizado”, dicen algunos altos funcionarios del gobierno federal y para respaldar sus informaciones sueltan una parrafada que huele a sangre y pólvora. Queda claro: la apuesta son las armas, los soldados, la mencionadísima mano dura. Lo vemos todos los días en Torreón, en México, en el mundo. Un duelo de calibres, de muertos, una competencia por ver cuál de los bandos causa más dolor en el contrario. Pero el sufrimiento no tiene límites, y bien visto es estúpido pensar que un día arribaremos a la felicidad con una bazuca al hombro, a punta de balazos.
Quiero pensar entonces que la versión contemporánea del conflicto que enfrentaba don Quijote amerita una respuesta compleja, incluyente, que rebase las apariencias. Y lo que se me ocurre es que no se trata de optar por las armas o las letras, se trata de que las armas son las letras. No es esta la respuesta de Cervantes, esa me la reservo todavía. Es apenas una sugerencia ya que nos hemos metido a discutir con un loco de cuatrocientos años.
Las letras son armas si logramos rebasar el viejo esquema que concibe a la ficción como lo opuesto a la realidad y comenzamos a entenderlo como germen de la misma. Las letras son la semilla del mundo porque son una variación que construimos a partir de los componentes esenciales de la vida. Nada se crea a partir de la nada. Para transformar el mundo primero hay que visualizarlo de otro modo y eso se consigue con letras. Las ficciones que más nos conmueven –El Quijote, Crimen y Castigo, Cien años de Soledad- son aquellas en que nos reconocemos.
Borrada esta frontera incómoda entre ficción y realidad, las letras son armas cuando se asume que escribir es peligroso. Si no, por qué razón ser reportero en México entraña igual o más peligro que ejercer el oficio en Irak o Afganistán. Ser reportero es peligroso porque se trabaja todos los días con letras, porque se cambia el entorno a fuerza de palabras.
Las letras se vuelven armas si nos permiten ver que vivimos inmersos en un ambiente que en muchas ocasiones puede ser hostil, persecutorio, intolerante. Se vuelven armas si nos permiten ver que muy pocas veces se solucionan los misterios y casi nunca se encuentra a los culpables. En el mejor de los casos a los mexicanos siempre nos falta una pieza del rompecabezas. Las historias del México actual están llenas de vacíos e interrogantes. Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Colosio, de Ruiz Massieu, del cardenal Posadas, por mencionar tres ejemplos que pudieran ser treinta, trescientos, tres mil. Las víctimas de la guerra son incontables, como dijo el loco de Cervantes.
Lo que Cervantes no dice pero es fácil advertir, es que se trata de un libro y no un arma lo que tenemos en las manos cuando don Quijote concluye un discurso que logra convencernos. En este último verbo, convencernos, radica la solución al acertijo de Cervantes. Con letras nos inyecta la idea de la supremacía de los soldados. Cuando alguien nos convence nos acerca a él y él se acerca a nosotros. Este acercamiento puede trascender el tiempo, pues de otro modo no estaríamos ahora mismo dialogando con un soldado que perdió una mano hace cuatro siglos. Aquí es donde nuevamente se juntan la España del siglo XVII y el Torreón que hoy habitamos: en la celebración de la superioridad que tienen las letras sobre las armas. Las palabras convencen, transforman, construyen y acercan. Las armas nomás matan.

1 comentario:

Fernando Alvarez Junco dijo...

Estimado Vicente Alonso, permítame la libertad de escribirle este comentario ya que es un tema que siempre me ha interesado, su artículo me ha gustado mucho y no puedo por menos que enviarle como comentario un capítulo, escrito hace un par de años, de mi libro.

CAP. XXXI . DE CÓMO LAS ARMAS LETRADAS Y LAS LETRAS ARMADAS PELEARON EN UNA DESIGUAL BATALLA POR OCUPAR EL PRIMER PUESTO.

El sol, el rubicundo Apolo, es el único que puede orientarnos, sólo hay que seguirle y … escribió Pierre en el minuto final de su existencia, pero a él no hizó otra cosa sino desorientarle. Aunque estoy conforme en algo con él, y es en lo de seguirle, pero desde su nacimiento como estrella hasta su extinción final, que será imposible de hacer, pero no de imaginar. Quizá este seguimiento le hubiese abierto los ojos y le hubiera dado la luz sobre lo que verdaderamente quiso decir Cervantes en el curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras, donde Menard se equivoca nuevamente al trastocar su sentido.
Piensa él que el príncipe de las letras nunca hubiera querido ni podido anteponer las armas a las letras, sino todo lo contrario, las cultas letras siempre las situaría antes que las terribles armas, habiendo de dar la vuelta a la argumentación, que a modo de antífrasis, tropo que consiste en exponer una idea mediante su contraria, y que, según Pierre, solía hacer el manco. Una nota del galo en el cuaderno numerado por mí con el número 37, después de otra en el 36 en la que se queja de la guerra y sus desastres, hace comento de este discurso, discurriendo lo siguiente:

No es posible interpretar muchas veces a Cervantes sino considerando lo contrario de lo que en un principio muestra decir. Es curioso observar cómo en el pasaje del pastor Grisóstomo se hace una descripción terrible de la hermosa Marcela, causa de su desesperación, y el Quijote aprovecha para pronunciar una diatriba sobre la necesidad de que las jóvenes sigan fielmente el consejo sus padres a la hora de elegirles e incluso imponerles marido, al ser ellas alocadas por su edad y sus progenitores más asesados. A lo largo de la narración de este cuento la desdeñosa Marcela se va mostrando al lector como un caprichoso monstruo sin sentimiento, mientras que el enamorado pastor, abocado al suicidio, parece un dechado de bondad y virtudes. Y todo para acabar con un magnifico discurso de Marcela sobre la libertad de elegir, que incluye el poder no elegir, y también con un consejo del Quijote sobre la necesidad de contar con la opinión de los hijos en cuando a la elección de consorte, siendo recomendable negociar y no imponer.
La misma conclusión se puede extraer del discurso que sobre las armas y las letras hace don Quijote, donde, dando primacía a las primeras sobre las segundas, en las explicaciones que defienden tal prioridad se puede entrever que en realidad sostiene lo contrario, pues sería imposible pensar que un gran maestro de las letras, ya asesado por la edad, pueda anteponer a las leyes y al razonamiento la insensatez de la coacción y la violencia. Se trasluce como da a entender que las armas deben ser templadas por las letras, legitimadas por las leyes que, en definitiva, las anteceden en todo momento.

He de discrepar totalmente de Menard, una vez más, por lo que se refiere a éste último punto de las armas y las letras, que no así en la que dice de Marcela, y menos en la costumbre de exponer un argumento y en la defensa que haga del mismo darle la vuelta, eso es típico de Cervantes. Pero se equivoca de arriba a abajo en los comentarios que hace del famoso discurso que sobre letras y armas hace don Quijote. No quiere decir otra cosa que lo que dice y defiende a capa y espada, la necesidad que tienen las letras de sustentarse en las armas, y la ventaja que el ejercicio de la caballería andante goza sobre las demás artes y ciencias, siendo primera y nodriza de éstas.
El sol es nuestra estrella, la que nos dio la vida y nos dará la muerte, éste astro si que se puede decir que está antes que las armas y las letras, las ciencias y las artes, y cualquier materia o pensamiento. Venimos del sol, de su existencia, de su luz, de su calor, pero desgraciadamente esto no es poesía sino una realidad incuestionable.
Hace 5.000 millones de años que nació de los restos de una supernova, y la materia que quedó rotando fue formando satélites, cometas y asteroides que, en medio de nubes de polvo sideral, rotan a su alrededor, entre ellos nuestro planeta azul.
En nuestra vieja tierra se formó una atmósfera con nubes que permitieron la existencia de charcos, sobre los cuales caían relámpagos cargados de electricidad. Esta combinación de factores produce reacciones químicas donde aparecen organismos parecidos a células procariotas y eucariotas, donde un ADN se empieza a formar, y aparecen organismos cada vez más complejos, plantas y animales que comparten ese material genético común. Mientras el sol sigue luciendo la vida va haciéndose más complicada y muchos tipos de vida animal van surgiendo, luchando por su existencia y desapareciendo o subsistiendo, transformándose, adaptándose.
Durante 350 millones de años vivieron los dinosaurios, que, procedentes de un hipotético arcosaurio, al igual que los hombres, demostraron una gran capacidad para sobrevivir. No permitieron que unos ratoncitos crecieran, su instinto de conservación les decía que ser pequeños les era vital. Hace 55 millones de años posiblemente un gran asteroide caído sobre Yucatán extinguió a miles de especies, entre ellas los dinosaurios, pterosaurios e ictiosaurios, pero algunos ratoncitos sobrevivieron y empezaron a evolucionar hacia tamaños y formas más grandes. La lucha por la vida también evolucionó, los mejor dotados para la adaptación a las nuevas circunstancias son los que aún perviven, entre ellos estamos nosotros, los humanos.
Pero, desde el origen de nuestra existencia como especie, el éxito en la lucha por nuestra seguridad y alimentación es el motor que permite y explica todas las cosas que nos caracterizan. Una buena cabeza, unas hábiles manos, unos poderosos brazos y piernas, esas armas nos permitieron llegar a donde estamos, como la especie que reina sobre las demás. Las armas no son sólo palos y piedras, arcos y lanzas, misiles o bombas, son también nuestro cuerpo, nuestra lengua, nuestra destreza e inteligencia.
Son las manos buenas armas, pero también son las que pintan y esculpen, las que cavan y construyen, las que escriben libros de leyes o ciencia, entretenimiento o enseñanza.
Yerra, pues, Pierre nuevamente en esta apreciación sobre Cervantes, él quiso decir lo que dijo. Como viejo soldado había aprendido a meditar como la paz en caminos y poblados es el fundamento de las civilizaciones. Las guerras a veces son defensivas, no necesariamente ofensivas, la paz necesita cuidados y desvelos. Pero no solamente las guerras entre los hombres explican la existencia, sistemática y precisa, en todas naciones, de los ejércitos. El instinto de conservación hace que todos los pueblos se doten de una organización contra el caos: terremotos, huracanes, inundaciones, tsunamis y todo tipo de desastres naturales, hambrunas, desordenes, y también la guerra, otro desastre más.
Es pues de mentes planas pensar que los ejércitos y las armas desaparecerán de las civilizaciones. Quizá, ojala, las guerras, lo dudo, pero ¿quién garantiza que no habrá más desastres naturales? ¿Quién puede llegar a pensar en un mundo idílico de Barbis y Kents todo el día retozando, donde no haya más terremotos y todo sea paz? La tranquilidad hay que ganársela y luego cuidarla, la paz es el bien supremo sobre el que se basa el trabajo y el ocio, padres de todas las artes y ciencias.
Debo poner pues a la armas antes que a las letras, las leyes se sustentan, además, sobre el supuesto de su aplicación, coactiva si es necesario, pues para qué se necesitan normas si no hay que cumplirlas ya que nadie te obliga. Las leyes deben ir unidas a las armas que garanticen su cumplimento, pero a su vez las armas deben ir unidas a las letras, pues qué pasaría si se utilizaran arbitraria e injustamente, en vez de paz y justicia traerían lo contrario. Son necesarias entonces leyes para esas armas, que regulen su utilización, tácita o explicita, activa o pasiva. Esas leyes son a su vez armas de gran poderío, complementan y sustentan a las convencionales que a su vez complementan y sustentan a las propias leyes. Las leyes, pues, son también armas necesarias.
“Las letras armadas: las guerras y su preparación mediática” es un magnifico capítulo escrito por el admirable Miguel Ángel Aguilar en un libro, otro, que no pude resistir la tentación de adquirir: “Armas y Letras”. Le debo parte del título de este capítulo y el placer y deleite de leer el suyo, que me ilustró, como siempre, e inspiró. El libro cuenta con artículos de diferentes autores, algunos muy buenos y otros no tanto. Unos pocos, como los de cierta exministra de AA. Exteriores y cierto afín enteradillo de esos mismos asuntos, ni los quise leer, otros los leí con disgusto. Tal fue el caso del de Daniel Eisenberg, gran cervantista por otro lado, en el que defiende malamente la guerra de Irak, que mejor habría de llamarla la guerra de la Halliburton para distinguirla de la primera guerra de Irak, y llega a decir que Cervantes hubiera participado en ella, no señor, jamás, no estoy conforme con él. Es una guerra ilegal, miserable y estúpida, completamente en contra del derecho internacional, es una operación petrolera pura y dura, como muy bien aclaró Alan Greenspan mientras dejaba que se inflara el globo inmobiliario que ha venido a pincharse ahora, y no se hizo con armas letradas ni con letras armadas, sino con mentiras asquerosas y con armas cobardes, el manco la habría condenado sin ningún genero de dudas.
Vivimos tiempos tormentosos que ya anuncian vientos de guerra, las naciones parecen haber olvidado los grandes conflictos que azotaron a la humanidad el siglo pasado, la paz peligra y es necesario dotarse de armas que la protejan. Pero de cierto tipo de armas hay exceso y sobran en el mundo, grandes bombas, temibles aviones de combate, misiles de gran alcance, de todo hay, ¿qué armas son las que se necesitan entonces? Son quizá leyes internacionales sobre conflictos y desastres de cualquier tipo, es quizá una justicia universal que regule y evite los enfrentamientos, que lleve a los criminales de guerra, y a algún siniestro payaso que se apuntan como triste comparsa, ante un tribunal internacional. Pero detrás debe tener un ejército que sustente su difícil cumplimiento, un ejército internacional regulado por leyes generadas y respetadas por todas las naciones.
En definitiva, es necesaria una organización mundial contra el caos, no sólo las guerras, sino también otros desastres que suelen castigar a las poblaciones y especialmente ahora en nuestra era nuclear y con el cambio climático que se avecina ¡qué mal panorama se presenta! Este ejército contra el caos debe estar preparado para todo tipo de eventos, guerras regionales, hambrunas, desplazamientos masivos.
Para todos estos tuertos se necesita una gran Quijote mundial que ampare a las victimas y amenace o ataque a los incumplan las leyes establecidas al efecto por todas las naciones. Pero veo esto muy difícil, aunque el embrión de este caballero andante lleva mucho tiempo campando tímidamente en el mundo, necesita armas, necesita leyes, y carece de ambas cosas.
Al sol le quedan otros 5.000 millones de años de vida, pero, puesto que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, el panorama de su declive y extinción no nos concede todos esos años de esperanza, antes empezará a crear problemas, se ensanchará hasta tragar a los planetas más cercanos, incluida la Tierra. Habría que quitarle a nuestro tiempo la “i” de infinito, y pasar a hablar del poco tempo que nos queda. Si somos hábiles, los humanos sabremos construir naves no ya interplanetarias, sino intergalaxicas que nos alejen de la gran explosión final. O vagando por el espacio o viviendo en un hipotético nuevo planeta, esa será con el tiempo infinito nuestra única posibilidad de supervivencia como especie cuando se acabe nuestro tempo.
Si quieren saber el final de toda esta historia, el sentido de la vida, el norte de todas las estrategias, y siento destriparles la conclusión de este curioso caso, si quieren conocer cómo se acabará todo esto … el sol, el rubicundo Apolo, es el único que puede orientarnos, sólo hay que seguirle y …
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Le mando también otra parte de éste mi primer y único libro, en el que aparte de decirse la solución a tres adivinanzas cervantinas (la última pregunta sin respuesta de la Galatea, el lugar de la Mancha y la identidad de Avellaneda) se tratan otros temas como el de las armas y las letras. El libro no lo conocerá jamás ya que por lo que voy viendo publicar me resulta imposible, pero esa es otra historia, y debido a que no puedo conseguir unos versos iniciales de algún Duque, Marques, Obispo o Príncipe, aquí estoy con la pluma en la oreja, la mano en la mejilla y el codo en el bufete sin ver como dar a luz estos comentarios sobre la documentación inédita de Pierre Menard que aclaran aspectos oscuros y nunca vistos del Quijote, una pena.
Para mejor comprensión trataré de enviar la primera página de la edición original del libro del Quijote (que fue la que me lió y me hizo pedir una excedencia para escribir el libro, ¡qué iluso fui!) donde al apreciar unas letras escondidas en un dibujo comenzó mi aventura de escribir.




En uno de los cuadernos de Menard se encuentra un riguroso estudio de la primera letra que viene escrita en las ediciones princeps, en la “E” capital con la que comienza “En un lugar de la Mancha…” donde aparecen dibujos que pensó que se podría esconder la solución a algún indiscreto jeroglífico.
Pierre Menard debió pasar muchas horas observando detenidamente cada detalle, cada rincón, e incluso llegó a copiar el dibujo hasta tres veces a lápiz y dos más a pluma en uno de sus emborronados cuadernos. Parece que lo que buscaba eran letras camufladas ya que creyó haber descubierto una “A” disfrazada de chimenea en el tejado de la casa que aparece tras la “E”.
En la esquina derecha del grabado parecía verse una especie de “U” (con los rabitos inclinados hacia la izquierda como en la tipografía del libro) entre la torre de la casa y el final del rabo superior de la “E”, y a continuación de la supuesta “A”. En su análisis de la estampa apunta haber encontrado una “R” y una “d” a la vez, puestas apaisadas y en dirección contraria, todo valía, haciendo frontera con la “A”, quiérese decir con la chimenea, por su lado izquierdo, que tocaba la parte superior de la “R” y la inferior de la “d“.
Pero aquí no acaba este asunto, pues no tenía muy claro si se trataba de la “R” o de la “d”, que ambas cosas parecían, pues no pudo o no quiso decidirse si por bacía o por yelmo, también podía tratarse de un baciyelmo o de un caso de “Rd”. Así, buscando y rebuscando esa maldita “D” en solitario, creyó por fin haberla encontrado en la torre de la esquina superior derecha, con un gorrito que sería el tejadillo de la sobredicha torre. Considera que es una “D“ mayúscula y la ventana hace el hueco que ésta debe tener. Sea como fuese opinó que el problema, aunque no muy bonitamente, estaba medio resuelto. Y así se consideró coronado por el éxito en esta aventura de la “E” capital escondiendo vil y ladinamente R A U D.


Pierre Menard, (fajunco@hotmail.com)