martes, 1 de julio de 2008

Desiertos, de Hugo Alfredo Hinojosa



Tantas veces se ha anunciado la muerte de la literatura que ya muy pocos se escandalizan ante el asunto. Para desahuciar a la novela, Paul Valéry sentenció que jamás podría escribir algo que comenzara con la frase “La marquesa salió a las cinco”. Casi un siglo después, se publican diariamente cientos de novelas en todo el mundo y los adictos al género se cuentan por millones. Lo mismo ha sucedido con la poesía, con el ensayo, con el cuento… En el caso del teatro, muchos auguraban su extinción desde finales del siglo XIX. Es cierto que con la aparición y progresivo perfeccionamiento del cine, el teatro se vio forzado a cambiar sus estrategias para contar historias, pero ver en eso un vaticinio de muerte sería lo mismo que pensar que la invención de los aviones derivaría en la extinción del automóvil.
Hay quienes señalan que el teatro de Hugo Alfredo Hinojosa tienta a pensar en una dramaturgia que apunta a la destrucción del teatro mismo. Sin embargo, mi lectura sugiere que la experimentación, las estructuras complejas y la frescura de estilo que caracterizan a Desiertos buscan exactamente lo contrario.

I

Un buen punto de partida es recordar que, cuando hablamos de literatura, ni siquiera la idea de renovación es nueva: la aparición y modificación de los instrumentos culturales y el papel de éstos en cada sociedad ha sido, históricamente, una cadena de crisis de modelos en los que las causas se vuelven consecuencias que son después causas, en un ciclo que comienza quizá con la aparición del lenguaje y al que se eslabonan la escritura, la imprenta y la invención de instrumentos audiovisuales.
Pero no sólo los cambios tecnológicos se ven reflejados en este campo: al cambiar nuestra forma de explicar el mundo, también sufren cambios las maneras de relatarnos a nosotros mismos. A comienzos del siglo XX, la revolución en las ciencias de la naturaleza es seguida por una revolución en las artes. No es coincidencia que casi paralelamente a los progresos que hace William James en la Psicología ―introduciendo conceptos como el de corriente de la conciencia― surjan escritores como Dorothy Richardson, Virginia Woolf y James Joyce que buscan retratar estos procesos en la literatura. Con ello queda al descubierto una nueva región de la vida humana: ¿quién no recuerda el capítulo final de Ulises, ese monumento de la narrativa al que muchos entramos con la mezcla de sorpresa y respeto con que visitamos las catedrales de París o Salamanca?
No es difícil reconocer en la obra de Hugo Alfredo las técnicas perfeccionadas por Joyce. Si el irlandés termina su novela con una mujer adormilada, Hinojosa arranca su libro con un niño que despierta. Si Joyce retrata el tránsito de la conciencia al sueño en la mente de Molly Bloom, Hinojosa plasma el despertar, en más de un sentido, de un menor que siente los primeros cosquilleos de la conciencia. En el plano formal, ambos textos son cadenas de palabras sin puntuación, que sitúan al lector en contacto directo con el caótico torrente del pensamiento humano. Su forma nos dice que la mente es demasiado compleja para ser vaciada en los moldes convencionales. Más adelante se verá por qué esta posibilidad que se establece de entrada no es un mero capricho ni una cabriola innecesaria.


II


En Desiertos, Hugo Alfredo emplea las herramientas cosechadas por otra crisis ocurrida a mediados del siglo pasado, cuando los herederos de autores como Kafka y Joyce se rebelan y surge el noveau roman: los creadores acuden a la forma de la novela policiaca con intenciones de renovación formal, de rebelión contra nociones que consideran no aptas para expresar su versión de la realidad, y sobre todo para cuestionar la literatura como tal, ya que es incapaz de interpretar en forma adecuada la realidad contemporánea. Si bien desde el siglo XIX Flaubert empleaba la organización temporal como un instrumento efectivo de la estrategia narrativa, fue hasta mediados del siglo XX cuando ésta adquirió mayor peso como instrumento para la manipulación de la recepción. Escritores como Nathalie Sarraute y Alain Robbe-Grillet buscan una literatura sin verdades absolutas. Si el mundo es complejo y contradictorio, como tal debe aparecer en la literatura.
Dos de las tres piezas que conforman el libro que hoy nos reúne son auténticos rompecabezas que exigen la participación del lector (o del espectador, pensando en las obras ya montadas) para armar una versión de lo ocurrido. Tanto en “Desiertos” como en “Equilibristas” a menudo conocemos antes las consecuencias que las causas, asistimos a la brutalidad del final antes de saber siquiera cuál es el conflicto. De este modo, la estructura temporal es un elemento clave para descifrar las piezas de Hinojosa. El lector-espectador no puede disponer de una interpretación cabal de la realidad. Su trabajo es una búsqueda que se realiza un poco a ciegas. Por eso el lector-espectador debe poner en tensión todos sus recursos.


III


La irrupción de la psicología no sólo cambió la forma de contar, transformó también la forma de concebir a los habitantes del relato. Por la misma época en que los autores experimentaban con la organización de sus textos, los filósofos llevaban los mitos universales al diván del psicoanálisis y demostraban cómo operan las mismas reglas en una historia relatada por un brujo africano, en una parábola bíblica y en la mitología griega.
Con una sólida formación en el terreno de la filosofía, Hugo Alfredo Hinojosa escribe con la conciencia de que relatamos siempre las mismas historias con variaciones mínimas de una versión a otra: cambian sólo los accidentes: los nombres, la comida, las formas de vestir. Hugo Alfredo sabe también que las anécdotas bien contadas siempre nos dejan con la impresión de que hay algo más allá. En todo el mundo y en todos los tiempos los mitos del hombre han sido básicamente los mismos. Cito a Joseph Campbell:

“No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas. Las religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del hombre primitivo e histórico, los primeros descubrimientos científicos y tecnológicos, las propias visiones que atormentan el sueño, emanan del fundamental anillo mágico del mito”[1].

La eficacia de los mitos reside en su sencillez. Con un ejemplo no exento de poesía, Campbell nos dice que la capacidad del mito para conmovernos se halla presente en el más sencillo cuento infantil del mismo modo que todo el misterio de la vida está en el huevo de una pulga. La razón es que los símbolos de la mitología no pueden improvisarse: existe una especie de “memoria biológica” común a todos los seres humanos en la que se hallan inscritos los mitos que determinan la conducta del hombre.
En los mitos de todas las culturas, los héroes atraviesan por un ciclo que podemos resumir en cuatro pasos: 1) el héroe es separado de la sociedad en la que vive, 2) viaja a una región en donde conoce prodigios sobrenaturales, 3) allí debe superar una prueba tras la cual obtiene conocimientos o poderes y 4) retorna a la sociedad para compartir esos dones con sus hermanos. Para superar la prueba, a menudo los héroes reciben ayuda de un auxiliar que se presenta en forma de sabio, de curandero o de doncella.
Aquí volvemos a Hugo Alfredo, obsesionado por el tema del héroe: no sólo porque en su área de trabajo suele tener un muñequito de plástico del Santo, ni porque con frecuencia viste playeras que exhiben estampados que representan a Batman, al oscuro casco de Darth Vader o a algún personaje de 300, versión cinematográfica de la Batalla de las Termópilas. Sabemos que el tema del héroe es una obsesión para Hinojosa porque está presente en prácticamente toda su literatura.
Ni Hinojosa, ni Joyce, ni Freud, ni Campbell, ni Jung, ni siquiera George Lucas se ufanan de haber descubierto el hilo negro: todos rescatan esta metamorfosis de los ritos de iniciación que ocupan un lugar tan prominente en la vida de las sociedades primitivas. Estos ritos –llevados a cabo en momentos clave en la vida de las personas– se distinguen por ser ejercicios donde la mente debe dejar un estado para adquirir otro: nacimiento, pubertad, matrimonio, muerte. Todo rito exige cortar en forma radical con las actitudes, ligas y normas del estado que se ha dejado atrás. Una vez que el iniciado ha pasado la prueba, vuelve a la sociedad con otro papel.
Prometeo ascendió a los cielos, robó el fuego de los dioses y descendió a compartirlo con los hombres. Teseo entró al laberinto, mató al Minotauro, salvó a sus compañeros y escapó con la ayuda de Ariadna. Si se leen bajo esta luz las tras piezas que conforman Desiertos, resulta muy claro que Hinojosa no atenta a destruir la literatura, más bien contribuye a perpetuar su función bajo nuevas fachadas. Dicho de otra forma, aporta sus variaciones al repertorio. No es casualidad que sus personajes encuentren en el viaje un parteaguas de vida, ni que todos se enfrenten a los rituales iniciáticos de nuestro tiempo: la salida de la casa paterna, la brutalidad del servicio militar, los laberintos del despertar sexual, la migración forzada. Bajo la posibilidad de convertirse en héroes, los habitantes de las obras de Hugo Alfredo se enrolan en el ejército y marchan a regiones inaccesibles a matar desconocidos, o se internan en territorio hostil burlando las linternas de la patrulla fronteriza.
Es el caso de Desiertos, la primera de las piezas contenidas en el volumen 348 del Fondo Editorial Tierra Adentro. Hugo Alfredo nos presenta a un grupo de indocumentados que atraviesan el árido territorio que separa a México de los Estados Unidos. Siguiendo las características del rito, estos prometeos contemporáneos se desprenden de sus familias y se dirigen a una zona de prodigios sobrenaturales llamados dólares, con la esperanza de arrancar las remesas que les permitan asegurar la supervivencia de su comunidad. Hay auxiliares en esta aventura: se llaman polleros.
Aquí, el dramaturgo tijuanense exhibe la dislocación de los elementos en la épica contemporánea. Los polleros, que de acuerdo con su etiqueta debieran ser auxiliares en la aventura, no lo son. Dieciocho héroes, entre ellos un niño, quedan atrapados en la caja de un tráiler. No daré muchos detalles de cómo termina la pieza, aunque me temo que los noticieros y los periódicos han contado ya la historia muchas más veces de las que desearíamos.

IV
(a modo de conclusión)

Experimentando con la forma, pero ceñido con fuerza a las características del mito, Hugo Alfredo Hinojosa obtiene en Desiertos una valiosa exploración de la épica contemporánea. ¿Significa algo ser héroe en estos días? Con una recreación literaria que permite atisbar dentro de la mente humana, el autor deja la conclusión a cada lector-espectador. Por eso, más que un retrato de exterioridades, un recuento de horrores o una colección de mórbidas imágenes, la literatura de Hinojosa es una continua exploración del inconsciente. Sea cual sea la conclusión, nos cimbra descubrir que dentro de nosotros hay mucho más de lo que alcanzamos a registrar. Nos cimbra descubrir algo que no alcanzamos a entender del todo bien: que para vivir necesitamos de los mitos y mientras eso ocurra nuestra cara oculta seguirá siendo capaz de transformar nuestro lado visible. Por eso difícilmente puede alguien ser el mismo luego de asomarse a la oscuridad de estos desiertos. Para concluir mi participación en este ritual sólo me resta desearle a Hugo Alfredo la mejor de las suertes reciclando una frase que quizá sea el último lema de nuestra generación: felicidades, amigo, y que la fuerza te acompañe.


[1] Campbell, Joseph. El héroe de las Mil Caras, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México,
2006. pp

1 comentario:

Carla Patricia Quintanar dijo...

Hola, dónde se consigue tu novela en Querétaro? Un saludo.