lunes, 7 de julio de 2008

Noticia de un secuestro



Hace tres semanas, en una conversación de cantina, mi amigo Ricardo Lozano Rangel lamentaba que don Gabriel García Márquez no hiciera nada por el proceso de pacificación de Colombia. Yo le dije que, según mi punto de vista, estaba haciendo lo mejor que puede hacer un escritor: publicó, en 1996, Noticia de un Secuestro, un libro-reportaje que narra la oleada de secuestros ocurrida en 1990 en el país sudamericano. Con la habilidad que le conocemos bien, don Gabriel escribió este libro, que en sus propias palabras se trata de “la tarea más difícil y triste de su vida”. Es una reconstrucción literaria de cómo el legendario capo colombiano Pablo Escobar privó de su libertad a un grupo de ciudadanos distinguidos con el objetivo de presionar al gobierno del entonces presidente de Colombia, César Gaviria, para que no se concretaran los tratados de extradición que pendían sobre como la espada de Damocles sobre el narcotraficante.
Tras aquella charla, los amigos reunidos decidimos releer el libro y luego comentarlo. En estos días ocurrieron dos hechos más que han puesto sobre la mesa el tema de la compleja relación entre el poder y la violencia. La visita del ex presidente Gaviria a La Laguna para dar unas conferencias. Aquello se volvió una coincidencia proverbial, pues además de ex presidente de Colombia, Gaviria es uno de los personajes centrales del libro, lo que hacía posible el sostener una conversación de primera mano con un personaje clave. El segundo de los hechos es la liberación –en el llamado Operativo Jaque– de Ingrid Betancourt y de otros catorce rehenes que las FARC mantenían en cautiverio desde hace más de seis años.
En la introducción a Noticia de un Secuestro, García Márquez agradece a las víctimas de los plagios realizados por Pablo Escobar que siempre mostraran una generosa disposición “a perturbar la paz de su memoria. Además agrega que “su única frustración es saber que ninguno de ellos encontrará en el papel nada más que un reflejo mustio del horror que padecieron en la vida real”.
Esta última frase del maestro García Márquez no es una fórmula de cortesía, ni es azuzar el morbo o redactar un thriller sudamericano. Es sensibilizar a los lectores con el horror del secuestro: de allí que en los momentos más difíciles haga de lado su estilo, su prosa con adjetivos sorprendentes, sus párrafos rítmicos, hechiceros. Sin dejar de lado sus argucias de sabueso de las redacciones, nos pone frente a los hechos. En algún momento del reportaje narra cómo uno de los rehenes (el periodista Francisco “Pacho” Santos) escribe desde el encierro una carta a sus hijos. Cito: (Francisco) les escribió en caliente una carta llena de esas verdades tremendas que les parecen ridículas a quienes no las sufren: “Estoy aquí sentado en este cuarto, encadenado a una cama, con los ojos llenos de lágrimas”.
Estas frases, que para los participantes de cualquier taller literario serían lugares comunes y líneas cursis, son la mejor forma que el periodista encuentra para trasmitir la desesperación y la crudeza de quien ha sido privado de su libertad. Se trata del mismo encierro en que estaba Ingrid Betancourt, en que están ahora mismo decenas, cientos de personas por razones políticas, o por intereses ajenos a su voluntad y a la de sus familias. Luego de leer Noticia de un Secuestro es inevitable pensar que ahora mismo, en algún lugar, hay alguien secuestrado, incomunicado, que está viviendo en carne propia los tormentos que apenas podemos vislumbrar en forma de libro.
Hay otro asunto: García Márquez no cede a la tentación de armar una diatriba contra el crimen organizado. En lugar de eso, afina su pluma para sensibilizar a los lectores respecto de la realidad atroz que viven quienes pasan a las filas del narcomundo: así perfila unos guardianes humanos, contradictorios, que son –al igual que el resto de la sociedad- víctimas y propiciadores de una dinámica que no es fácil cambiar. Cierro con una cita del maestro: “El problema de fondo, tanto para el gobierno como para el narcotráfico y las guerrillas, era que mientras Colombia no tuviera un sistema de justicia eficiente era casi imposible articular una política de paz que colocara al Estado del lado de los buenos, y dejara del lado de los malos a los delincuentes de cualquier color. Pero nada era simple en esos días, y mucho menos informar sobre nada con objetividad desde ningún lado, ni era fácil educar niños y enseñarles la diferencia entre el bien y el mal”.

1 comentario:

Carla Patricia Quintanar dijo...

Bueno, ya estamos "civilizados" en Querétaro y ya hay Gandhi y Sótano... iré a buscarla. Eso de hacer algo como escritor frente a la crisis de nuestro país, frente a la desesperanza y la falta de certidumbres... Un blog vale para eso??? Yo soy escritora de a pie, o sea, me gusta hacerlo, me da un cierto sentido.. pero no deja de ser un acto egoísta. Saludos.