viernes, 28 de marzo de 2008

Si los policías remendaran calcetines



Cuenta tu aldea y contarás el mundo, dice un proverbio indio. Y eso, contar su aldea, es lo que hace Henning Mankell en sus libros. A través de los ojos del inspector Kurt Wallander nos muestra que el mundo se ha convertido en un sitio inseguro: violencia, corrupción, drogas, racismo. Un mundo desechable.
Nacido en Estocolmo, Suecia, en 1948 Mankell divide su tiempo entre Estocolmo y Maputo, la capital de Mozambique, donde dirige el teatro nacional Avenida. Traducidas a treinta y tres idiomas, las novelas de Mankell se han convertido en películas y series televisivas. Entre los títulos de sus novelas están: Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, El hombre sonriente, Pisando los talones, Cortafuegos y La quinta mujer.
Las novelas de Mankell se leen de un tirón gracias al suspense que le imprime a las historias. Kart Wallander, el protagonista, es un policía que habita en la ciudad sueca de Ystad, una población tranquila de poca luz e inviernos largos. Como oficial, Wallander se encarga de resolver crímenes y evitar delitos.
Pero quedarse allí sería dibujar un personaje plano, un títere de tinta. Wallander es además un cuarentón divorciado que sueña con comprarse un perro, que olvida ir a la lavandería, que sufre para pagar las composturas de su auto porque su sueldo es bajo. Además le preocupa el futuro y se siente impotente ante el avance del neoliberalismo. Es decir, piensa en las mismas cosas en las que pensamos los lectores.
En La quinta mujer, por ejemplo, el inspector Wallander investiga tres asesinatos aparentemente conectados. Las víctimas llevaban una vida apacible, tranquila: un poeta y observador de pájaros, un coleccionista de orquídeas y un científico dedicado a estudiar las propiedades de la leche. Los tres son brutalmente asesinados sin motivo evidente. La investigación del policía de Ystad es el hilo conductor que nos lleva a recordar realidades corrosivas como la guerra de El Congo en 1953 o la presencia de grupos fundamentalistas en Argelia. Pero también nos remite a realidades cercanas: la muerte de un familiar, los conflictos laborales, la soledad.
Armada con la prosa directa que caracteriza al género, La quinta mujer es una novela equilibrada: las narraciones fluidas se alternan con descripciones profundas y diálogos ingeniosos. Por ejemplo este que sostiene Wallander con su hija de veinte años:

Ella se sirvió té de un termo y preguntó de repente por qué era tan difícil vivir en Suecia.
―A veces he pensado que es debido a que hemos dejado de zurcir los calcetines ―dijo Wallander.
Ella le miró inquisitivamente.
―Lo digo en serio ―siguió él―. Cuando yo era pequeño, Suecia era todavía un país en el que uno zurcía sus calcetines. Yo aprendí incluso en la escuela cómo se hacía. Luego, de pronto, se terminó. Los calcetines rotos se tiraban. Nadie remendaba ya sus viejos calcetines. Toda la sociedad se transformó. Gastar y tirar fue la única regla que abarcaba de verdad a todo el mundo.

Como en todas las novelas policíacas, en las historias de Mankell hay siempre un enigma que se resuelve al final. Pero no es sólo armar este rompecabezas lo que nos conduce hasta la última página. De algún modo los lectores nos solidarizamos con el destino del inspector Kurt Wallander, del modo como enfrenta los problemas en su vida privada: si hay esperanza para él, la habrá para nosotros. Si el mundo fuera un calcetín, habría que remendarlo.
Es quizá por estas dosis de idealismo que a pesar de la crudeza de los temas, terminar de leer las aventuras de Kurt Wallander provoca nostalgia. Nostalgia por personas que no existen y lugares remotos. Será que al fin Ystad y mi ciudad no son tan diferentes.

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