lunes, 31 de marzo de 2008

Por una literatura sin patria: Piglia

Piglia en Madrid, octubre 2007



“Hay que ver si con pocas palabras podemos empezar a construir un espacio donde podamos entendernos, porque las palabras han quedado totalmente corrompidas con la política”, dice Ricardo Piglia al hablar de qué significa escribir en países que han sufrido dictaduras, como es el caso de la mayoría de los países latinoamericanos, entre ellos su natal Argentina: “Tenemos que hacer como Hemingway o como Rulfo… con pocas palabras decir todo”.
Catedrático en instituciones como Harvard, Princeton y la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Piglia es uno de los autores en lengua castellana más controvertidos. De su obra, traducida al inglés, francés, italiano, alemán y portugués, destacan las novelas Respiración artificial y Plata quemada. Viaja por los cinco continentes para participar en coloquios en donde se analizan sus libros. De paso por México para asistir a uno de estos foros, el maestro habla de literatura, de historia y de política. Tras la inauguración del Coloquio Internacional Juan José Saer y Ricardo Piglia: entre ficción y reflexión, el autor argentino charla con estudiantes, con periodistas, con otros escritores.
¿Cómo construir este nuevo espacio a partir de la palabra? Es posible desde muchos ámbitos. Al definir la relación entre política y ficción, Piglia ha dicho que “no se trata de ver la presencia de la realidad en la ficción ―realismo―, sino de ver la presencia de la ficción en la realidad ―utopía―”. Quizá por ello al abordar la situación de su país señala que se ha abierto recientemente un espacio de discusión política que debe observarse con interés: “se están diciendo cosas que hasta este momento no se habían dicho; se está reconociendo la política de Derechos Humanos, se están reconociendo cuestiones que en la Argentina habían quedado siempre reducidas a pequeños grupos de activistas”.
Cita como ejemplo a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (organización que reclama la desaparición de jóvenes durante la dictadura). Organismos como éste, dice, “luchan por abrir el debate en la Argentina sobre la historia, la memoria, la ética. Desde luego el gobierno ha sentido la presión de todas esas fuerzas sociales que a veces parecen invisibles, que parecen no tener poder, pero a la larga logran imponer sus conceptos éticos. Creo que eso lo debemos ver todos con mucha ilusión: está la experiencia las madres de Plaza de Mayo que eran siete, aisladas, y hoy se han convertido en una voz autorizada en el mundo entero”.
En cuanto a la tarea de los escritores en esta revaloración de la palabra, Piglia se pronuncia por una literatura sin patria, es decir por obras que no estén atadas al color local ni a los registros estatales. Admite que no se puede escribir sin la propia tradición, pero también recuerda que ésta incluye a todas las demás: “la tradición nacional es como un río ―explica―, pero uno sale a cazar: se va de ese río a buscar patos por ahí; no está siempre encerrado (…) Entonces esta idea de que no tenemos patria es tratar de que nuestro propio espacio sea lo más amplio posible”.
Este ensanchamiento en el horizonte creativo, aclara, “no debe entenderse como globalización, que es una palabra horrible y que crea una especie de estado medio de la cultura. No me refiero a una cultura mundial que funciona igual en todos lados, sino a que las culturas nacionales están en conexión con las culturas internacionales. Ésa es la es la patria del escritor: un lugar en la frontera”.
Y es que Piglia mismo parece estar reinventándose continuamente. Quizá por eso al definir su más reciente novela, El último lector, aclara que no se trata de un libro sobre los lectores en general, ni sobre lecturas, sino sobre lectores específicos que aparecen en novelas como Ana Karenina, como algunos personajes en las obras de Chandler: “el tema del libro es el lector como héroe. Hay muchos héroes en la literatura: el que caza ballenas, el torero… se me ocurrió que también el lector podría ser un héroe: es un personaje muy drástico, muy interesante, muy intenso”. El mayor reto al que se enfrenta el escritor es el cambio constante. Ser un escritor diferente, no repetirse: “intento que el libro que escribo sea diferente al que he escrito antes. Admiro muchísimo a escritores como (Juan José) Saer o como (Juan Carlos) Onetti, como (Jorge Luis) Borges, que han trabajado desde el principio siempre con un tono, con una música y han escrito en un sentido se puede decir que un solo libro, pero también admiro a escritores como (Manuel) Puig o (James) Joyce que han intentado siempre escribir un libro distinto. Trato de empezar siempre de cero porque si no, en mi caso, la literatura no sería interesante”.

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