lunes, 31 de marzo de 2008

Paganini en manos de una niña

La niña Hahn




Arrancando notas al violín como si se tratara de su propia voz, Hilary Hahn hace una nueva demostración de fuerza, precisión y luminosidad al ejecutar conciertos de Nicolò Paganini y de Louis Spohr. Con el carácter musical de las obras como el norte de la brújula, esta joven protagoniza una grabación donde explora el potencial expresivo del instrumento que la acompaña desde los cuatro años.
Las obras seleccionadas para la décima grabación de la niña Hahn –como es conocida en el ambiente musical– son el Concierto para violín No. 1 de Paganini y el Concierto para violín No. 8 de Spohr, compositor alemán de quien es difícil encontrar material grabado. Aclaro de una vez por todas que no pretendo hablar desde el balcón alfombrado del crítico, sino desde la gayola donde los aficionados compartimos con entusiasmo los tesoros hallados en las salas de concierto y en las tiendas de discos.
Lanzado en octubre bajo el sello Deutsche Grammophon, con la participación de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Suecia bajo la dirección de Eiji Owe, este álbum planta a los escuchas frente a una ejecutante madura que exhibe una profunda seguridad en sus capacidades interpretativas. Más que alardes de virtuosismo, encontramos aquí una sentida celebración que estrecha los lazos entre las cuerdas y el bel canto, de modo que las melodías funcionan como disparadores de emociones.
Nacida en 1979 en Lexington, Virginia, Hilary Hahn demuestra por qué en 2001 fue reconocida por la revista Time como la mejor ejecutante joven de música clásica en América. Ganadora de un Grammy por su grabación de los conciertos para violín de Brahms y Stravinsky, la niña luce niveles inusuales de sensibilidad y madurez no sólo ante la música, también frente a otras manifestaciones artísticas como la literatura y la fotografía. A la fecha ha grabado diez discos que incluyen conciertos de J.S. Bach, Mendelssohn, Elgar y Shostakovich.
“La idea del violín como una forma de voz ha permanecido en mi mente desde la niñez”, explica en una nota que acompaña al álbum. “No sólo se trata de comparar al violín con una extensión simbólica de la garganta del ejecutante, los dos instrumentos, por diferentes que parezcan, comparten similitudes tonales y profundidad emocional”.
El escucha debe tener en cuenta, señala la intérprete en el mismo comentario, que “en estas grabaciones no hay pasajes destinados a impresionar por su virtuosismo a expensas del contenido musical”. Y es que en esencia el álbum aspira a combinar las propiedades dramáticas del instrumento más antiguo –la voz– con el carácter íntimo, la fuerza y la belleza del violín. Sin duda lo logra: además de la claridad es destacable la intención en los fraseos y la calidez de la ejecución en ambos conciertos, desde el tutti que abre el concierto de Paganini hasta los últimos armónicos que resuenan entre las butacas imaginarias una vez que ha terminado la obra de Spohr.
Se dice que Nicolò Paganini era virtuoso a tal grado que muchos veían poderes sobrenaturales en sus ejecuciones. Ya que hablamos de voces excepcionales no sería exagerado decir que la niña Hahn y su violín emprenden un canto para el compositor. Sobre el concierto incluido en esta grabación es importante aclarar que, a pesar de que es conocido como el primero, fue en realidad el segundo en el orden de composición, y que fue publicado hasta once años después de la muerte del maestro.
De Spohr puede decirse que compuso al menos quince conciertos para violín, de los cuales muchos no sobrevivieron a los límites del siglo XIX. Y en favor de las intenciones operísticas del violín de Hilary, conviene recordar que el propio Paganini describió alguna vez a este compositor como «el mejor cantante en su instrumento». También es pertinente mencionar que el octavo concierto para violín ha sido grabado con anterioridad por Jascha Heifetz y Albert Spalding entre otros ejecutantes destacados.
Conforme se acercan los últimos momentos del disco, resalta el allegro final, de particular belleza. El violín desarrolla líneas melódicas que poco a poco acumulan tensión y hacen evidente por qué en música los temas sencillos son los que ofrecen más posibilidades de tratamiento. Como es propio al final de una excelente ejecución, se impone un ramo de flores para la niña Hahn, que con sus manos ha hecho cantar a Spohr y a Paganini.

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