El 2008 fue un año significativo para la narrativa mexicana. Se editaron más de 60 obras entre novelas y cuentos. Resalta en particular la obtención de varias distinciones:
*Daniel Sada recibió en Barcelona, España, el Premio Herralde de Novela 2008 con Casi Nunca.
*Álvaro Uribe el Primer Premio Internacional Elena Poniatowska, por Expediente del Atentado.
*Carmen Boullosa, el Premio Café Gijón 2008 en Madrid con El complot de los románticos.
...y dos notables reseñas
Además, en el número de enero de la revista Letras Libres encontramos dos excelentes reseñas: una de la Poesía Reunida de la entrañable maestra Enriqueta Ochoa (fallecida el pasado primero de diciembre) hecha por el poeta Mijail Lamas y otra sobre El jardín devastado, la más reciente novela de Jorge Volpi, de la pluma de Geney Beltrán Félix. Transcribo aquí las primeras palabras de cada uno de los textos...
Poesía reunida, de Enriqueta Ochoa
por Mijail Lamas
Al penetrar en el vasto continente de esta Poesía reunida, es posible afirmar lo que ya sabemos: que desde la aparición de su primer libro, Las urgencias de un Dios (1950), Enriqueta Ochoa (Torreón, 1928-ciudad de México, 2008) dio muestras vehementes de madurez y originalidad. Habría que insistir, incluso, en que el poema que da título a ese volumen inicial es uno de los textos perdurables de la poesía mexicana. Por un lado, despliega imágenes poderosas, apoyado en una estructura melódica definida mayormente por libres combinaciones de endecasílabos y heptasílabos. Por otro, plantea un acercamiento muy directo y, por momentos, desafiante a Dios, lo que habría de colocarlo junto a los grandes poemas mexicanos del siglo xx que buscan dar cuenta de esa huidiza y multiforme presencia (Canto a un dios mineral, Muerte sin fin). En esta vena, la poeta dialoga con el decir poético de San Juan de la Cruz en sus constantes incursiones místicas...
Poesía reunida, de Enriqueta Ochoa
por Mijail Lamas
Al penetrar en el vasto continente de esta Poesía reunida, es posible afirmar lo que ya sabemos: que desde la aparición de su primer libro, Las urgencias de un Dios (1950), Enriqueta Ochoa (Torreón, 1928-ciudad de México, 2008) dio muestras vehementes de madurez y originalidad. Habría que insistir, incluso, en que el poema que da título a ese volumen inicial es uno de los textos perdurables de la poesía mexicana. Por un lado, despliega imágenes poderosas, apoyado en una estructura melódica definida mayormente por libres combinaciones de endecasílabos y heptasílabos. Por otro, plantea un acercamiento muy directo y, por momentos, desafiante a Dios, lo que habría de colocarlo junto a los grandes poemas mexicanos del siglo xx que buscan dar cuenta de esa huidiza y multiforme presencia (Canto a un dios mineral, Muerte sin fin). En esta vena, la poeta dialoga con el decir poético de San Juan de la Cruz en sus constantes incursiones místicas...
El jardín devastado /
Una memoria, de Jorge Volpi
El Volpi novelista que conocemos, hasta No será la Tierra, tendría el perfil del narrador interesado en transmitir un conocimiento enciclopédico sobre historia, ciencia, política, literatura. Sus personajes, más entelequias leídas que seres con entraña, carecían de complejidad, iban y venían como títeres en épocas y escenarios recorridos con la atención de un turista japonés, sin la apropiación de una mirada que registre matices ni peligros. Su estilo, sin identidad lingüística radical, era una “prosa sin prosa”, un idioma tibio en que no se sugería la imprenta de una marca sino, a lo sumo, el llenado veloz de las cuartillas: como si desde Balzac no hubiera escrito nadie. Prolífico, veíamos un narrador muy leído y con oficio, pero –y perdón por la cursilería– sin mundo interior.
Confieso que me acerqué a El jardín devastado con el prejuicio de quien teme reincidir en el idioma inocuamente enciclopédico de un intelectual antes que en el arte prosístico de un novelista. El libro, “una memoria”, desde el subtítulo proclama un distancia con el “historiador” de la “trilogía del siglo XX”: ya no tenemos aquí al redactor que fatigaba anaqueles para construir escenarios duchamente instructivos que, sin embargo, nunca terminaban de construir una novela, a lo sumo el telón de fondo para un hilado de peripecias. Ahora, en cambio, una memoria –ya no la de todo un siglo sino la de un personaje...
Confieso que me acerqué a El jardín devastado con el prejuicio de quien teme reincidir en el idioma inocuamente enciclopédico de un intelectual antes que en el arte prosístico de un novelista. El libro, “una memoria”, desde el subtítulo proclama un distancia con el “historiador” de la “trilogía del siglo XX”: ya no tenemos aquí al redactor que fatigaba anaqueles para construir escenarios duchamente instructivos que, sin embargo, nunca terminaban de construir una novela, a lo sumo el telón de fondo para un hilado de peripecias. Ahora, en cambio, una memoria –ya no la de todo un siglo sino la de un personaje...
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