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"Hace ya tiempo descubrí, no sin sorpresa, que los azares del periodismo me acercaban con insistencia al tema de la muerte. Hacia 1965 supe, en Hiroshima y Nagasaki, que un hombre puede morir indefinidamente y que la muerte es una sucesión, no un fin.
Años más tarde la conocí como un desafío a la omnipotencia del cuerpo: Macedonio Fernández, para quien el cuerpo era una metáfora de la que no lograba desasirse, triunfó sobre él mediante una paciente labor de ocultamiento; Felisberto Hernández, que había atribuido a a cada parte del cuerpo una vida separada, sólo pudo superarlo cuando se atrevió a manifestarlo por entero, de una manera excesiva. De otros maestros -Buber, Saint John Perse- aprendí que no hay cuerpo ni muerte, y que las rebeliones contra ellos siempre son estériles...". (del prólogo a Lugar común la muerte)
Descanse en paz Tomás Eloy Martínez.
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