Antes, cuando alguien se enteraba de mis raíces laguneras, soltaba un comentario acerca del Santos Laguna, de los buenos cortes de carne, del sol que cae a plomo, de las muchachas lindas que hay por allá, pero en general coincidían en señalar a la Comarca como una región tranquila donde se come bien y se vive aún mejor. No obstante, cada vez me ocurre con más frecuencia que al mencionar que soy de La Laguna encuentro un destello de tribulación en las miradas ajenas, y no tardan en brotar frases como: "ah, tan difícil que están las cosas allá", "tan tranquilo que era" o "se están dando con todo". Este fin de semana, imposibilitado para ir de visita a la región, me improvisé un lonche de adobada y me puse a releer Otras Caras del Paraíso, de Francisco Amparán. Ya entrado en eso, y viendo la actualidad de esa novela, me dió por trepar aquí un comentario que publiqué en agosto de 2008, en El Siglo de Torreón:
Mucho se ha dicho que la literatura suele adelantarse a la realidad. No se trata de poderes adivinatorios: a fuerza de observar, de jugar con la madeja de lo cotidiano, el escritor se vuelve capaz de predecir lo que sucederá en su entorno. Así, no deben sorprender a nadie las ácidas críticas hacia el mediocre trabajo de la Policía que han poblado en los últimos años las letras laguneras. Por ejemplo un libro de cuentos llamado Leyenda Morgan, del lagunero Jaime Muñoz Vargas, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2005, contiene varios enigmas policiales que tienen como marco a La Laguna. Es estricta ficción, pero que bien pudiera ocurrir hoy o mañana.
Pero el libro que hoy me ocupa es Otras Caras del Paraíso, novela de Francisco Amparán, publicada por Castillo Ediciones en 1995. A Francisco Amparán no es necesario presentarlo: habitante de estas mismas páginas, es un escritor y periodista ampliamente conocido en La Laguna y fuera de ella.
A quien presentaré, en todo caso, es al ingeniero Francisco Reyes Ibáñez, protagonista de esta novela: se trata de un “modesto catedrático del Tecnológico de Monterrey (Campus Laguna) metido por azar a investigador criminal”. El hecho de que el misterio de este libro -la desaparición de una joven- deba ser esclarecido por un maestro universitario y no por un agente del Ministerio Público, es ya una dura crítica. Por supuesto, hay un par de investigadores encargados del caso: Se trata de “El burro” y “El gusano”, policías judiciales no muy brillantes.
En esta novela, Reyes Ibáñez busca a Helena Salgado, prima de una de sus alumnas, que se ha esfumado en misteriosas circunstancias. Este detective improvisado no es, para nada, un héroe: conforme avanza el relato sabe cada vez menos de la realidad en la que se desenvuelve. La teoría y la práctica se disocian totalmente, y el Estado de Derecho termina por ser sólo una abstracción o cuando mucho un catálogo de buenas intenciones.
De esta forma, Francisco Amparán logra retratar la impotencia colectiva: cada vez es más difícil para la sociedad civil darle coherencia a lo que ocurre en su entorno.
Esto queda aún más claro en el capítulo siete, en donde Paco visita La Garzita en busca de La Güera, una elusiva prostituta que pudiera darle pistas acerca del paradero de la joven que busca. De pronto, el profesor-detective es víctima de un atentado: alguien acribilla su automóvil. Reyes Ibáñez se salva por muy poco. Pero no es casualidad que en esta situación los campesinos se desenvuelvan con muchísima mayor soltura. Están acostumbrados (¡!) a sufrir abusos por parte de los uniformados. Cuando llega la Policía al sitio de los hechos, los campesinos tienen ya un diagnóstico de lo sucedido.
Viene después un cambio de tono en la voz narrativa: una prosa cruda, seca, sin la ironía y el ludismo que habían caracterizado la novela hasta ese punto. Y se destapa una cloaca: la red de corrupción que causó la desaparición de Helena Salgado incluye industriales, senadores y otros cromos.
Amparán sabe presentar los mecanismos de procuración de justicia en México: lo que se puede armar son apenas especulaciones acerca de lo que pudo haber sucedido.
Clasemediero a fin de cuentas, el personaje hace una suerte de viaje paralelo al que el Dante realiza en su Comedia: de mansiones y edificios corporativos en donde la ostentación es el común denominador, desciende a la pobreza -jodidez, mejor dicho- y al olvido en que viven los campesinos mexicanos.
Como el título advierte, bajo la forma de novela encontramos aquí una crónica del norte salvaje, brutal, que dista mucho de ser un territorio maravilloso. En Otras Caras del Paraíso podemos leernos retratados -ironías de por medio- los laguneros con virtudes, carencias, complejos y ventajas.
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