miércoles, 30 de diciembre de 2009

Aquello que nos resta: una charla con Liliana Pedroza

Fragmentos de una en-trevista con Liliana Pedroza, ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009, publicada hoy en El Siglo de Torreón. El vínculo para la versión en línea aparece al final.

“Escribir no sólo ayuda a comprender el mundo, también ayuda a redimirlo, pues la literatura es un fragmento de belleza y una forma de resistencia”, responde Liliana Pedroza cuando alguien le pregunta para qué sirve la literatura. El pasado 25 de noviembre, la joven escritora estuvo en Saltillo para recibir el Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri, conocido entre los escritores como “El Torri”.
El galardón –convocado por el Instituto Coahuilense de Cultura y por el Fondo Editorial Tierra Adentro– ha aumentado considerablemente su prestigio, pasando de ser un premio casi desconocido a ser una codiciada presea en nuestras letras nacionales: en buena medida eso se debe a que el libro ganador se publica en el Fondo Editorial Tierra Adentro, lo que garantiza a los jóvenes autores una auténtica distribución nacional, lo que no ocurría en otras etapas del premio.
Narradora y ensayista nacida en 1976, Liliana Pedroza es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua y realizó estudios de doctorado por la Universidad Complutense de Madrid, experiencia que además de reforzar su formación académica, aportó experiencias vitales que han enriquecido su literatura. Es autora de tres libros: el volumen de ensayos Andamos huyendo, Elena (FETA, 2008) y el volumen de cuentos Vida en otra parte (Ficticia, 2009) y Aquello que nos resta (ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009).

Aquello que nos resta
Durante la ceremonia de premiación, realizada hace unos días en la capital coahuilense, la joven escritora se refirió al papel que juega la literatura en un México en el que la corrupción, la violencia y la crueldad son monedas de uso corriente. Como ejemplo mencionó el caso de Ciudad Juárez, que calificó como un “laboratorio de la violencia” en el que se puede ver el futuro del país. Lamentó que las autoridades estatales y municipales no hagan nada por mejorar esta situación.
Si su primer libro de cuentos le mereció el Premio Chihuahua de Literatura y la reveló como una hábil narradora, Aquello que nos resta la perfila como una autora ajena a complacer a los lectores con prosas almibaradas: “Me gustaría pensar que efectivamente hay un cambio como narradora entre un libro y otro. Lo que puedo afirmar es que sí hay una búsqueda distinta. En Vida en otra parte quise incluir historias más orgánicas, el reto fue la manera en que las iba a contar, encontrar lenguajes y estructuras distintos para hablar sobre un mismo tema que es la extranjería”.
El nuevo libro, coeditado por el Icocult y e Fondo Tierra Adentro es en palabras de su autora, “una exploración basada en los mecanismos internos de los personajes. Encontrar motivaciones en personajes violentos per se. Explorar la crueldad como parte inherente del ser humano. Dentro de esa búsqueda llegaron casi por sí mismas las voces narrativas y la manera en que es contada cada una de esas historias”.
Es por eso que Liliana no cree en la literatura con etiquetas: “creo que hay una literatura, y una literatura importante, que se está gestando en el norte, pero no considero que exista una literatura norteña como tal, aquella que conlleva ciertas características reconocibles que nos diferencian del resto del país”.
Agrega que quizá ese señalamiento responda más a una nueva focalización de la literatura que se está creando con gracias a escritores que ya no necesitan vivir en la capital para ser publicados o reconocidos. Y añade que las editoriales independientes también están logrando eso, mirar fuera del centro qué y quiénes escriben en México.
Lo mismo ocurre con la etiqueta de la literatura para mujeres, que también rechaza: “en teoría no existe como tal una literatura para mujeres. Quizá haya temas de ciertas autoras en que las lectoras tengan afinidad y por ello las busquen. Pero en lo personal no me gustaría ser encasillada dentro de una literatura para mujeres”.
Uno, agrega, tendría que escapar de esas categorizaciones –lo norteño, lo femenino- pues éstas “no son más que prejuicios que aíslan o distraen frente a lo verdaderamente importante de la literatura”.

Pasado con maletas
Los viajes son una constante en las letras de esta autora. Y es que, como ella misma lo define, creció como parte de una familia itinerante: “debido al trabajo de mi padre vivimos en varias ciudades del país, las mudanzas fueron una constante y todo lo que esto conlleva: hacer maletas; dejar un sitio; establecerte en otro; entrar en un proceso, a veces largo, de adaptación. Nunca lo padecí, cuando se es niño todo lo que ocurre se asume con naturalidad”.
Agrega que eso fue creando en ella una suerte de desarraigo que le ha permitido estar en constante movimiento y desprenderse con menos dificultad de lugares y personas, y después aclara: “supongo que no es una visión común de asumir la vida, pero yo no fui conciente de ello hasta que viví fuera del país por varios años. Allí asumí el viaje como tema literario”.
Liliana quiso retratar ese constante errar por España en su relato “La cosa no es tan simple”, incluido en Vida en otra parte: “En realidad la cosa no es tan simple como cambiarse de casa, de ciudad, de país. No sólo es acomodar los recuerdos y la ropa en cajas y maletas, transportarlas y volverlas a sacar para disponerlas en un sitio nuevo. La cuestión no es sólo cambiar de aires, de ambientes, de horarios, de comida, despedirse de amigos y hacer otros (…) La cosa real es cambiar de números. Digitar el 9C11541 de la puerta de entrada, tomar el acensor y marcar el piso 17”.
Al respecto, la autora comenta: “ese relato lo escribí la noche siguiente de una de mis tantas mudanzas dentro de mi período fuera de México. Me encontraba fastidiada por lo difícil que había sido conseguir un sitio para vivir, del esfuerzo que se hace ante cosas cotidianas que, llevadas a una cultura distinta, uno tiene que reaprender. Fue mi reacción para decir que no sólo es difícil irse y dejar cosas atrás; sino esa parte doméstica nueva a la que hay que adaptarse, que también resulta dolorosa”.
En estos días hay dos posturas frente al cuento que se contraponen: frente a los que ven en el género un producto literario en crisis, están quienes hablan de una etapa de transformación. ¿Con cuál de estas ideas se identifica la autora de Aquello que nos resta?: “En un país como México, donde casi no hay lectores, cualquier género literario se encuentra en franca crisis. Basta ver las mesas de novedades de una librería qué títulos son los que predominan. O la lista de los libros más vendidos. Sin embargo, entre quienes escriben y al ver qué escriben, no consideraría al cuento como un género en crisis”, señala.
Liliana agrega que hay muy buenos escritores mexicanos que son fundamentalmente cuentistas y que aunque exploran otros géneros, regresan al cuento: “Eduardo Antonio Parra, Guillermo Samperio… a Mónica Lavín me gusta más pensarla como cuentista que como novelista”.
“Ciertamente, añade, el cuento está mutando en su manera de contar, pero eso sucede con el resto de los géneros. La literatura, la lengua, son entes vivos que se transforman con las necesidades o las búsquedas de su época”.

Para leer la versión en línea:
http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/489558.html

domingo, 13 de diciembre de 2009

Matar en tiempos de crisis


 “La mejor manera de saber si se tienen amigos es arruinarse. Los que resisten más tiempo son tus amigos”, escribió Raymond Chandler recordando la desesperación en que lo sumió verse sin empleo en medio de la crisis. Corrían los años de la gran depresión, en que como ahora, el fantasma de la crisis se paseaba por el mundo. No había tiempo para ser pretencioso. En Estados Unidos surgieron los Penny Restaurants, donde era posible hacer una comida por nueve centavos de dólar: una hamburguesa de aserrín con sabor a carne costaba cuatro centavos, un pan duro costaba un centavo, el café, hecho con agua del grifo y raíz de achicoria costaba dos centavos, lo mismo que el postre. Había que comer de pie, por supuesto.

     Paradójicamente ese cruce de emergencias, la personal y la colectiva, fueron el factor que propició el nacimiento de Raymond Chandler como escritor de novelas policiales. Para él, ser escritor no resultó rentable en un principio. De 1932 a 1938, ganó sólo 1,275 dólares: la décima parte de lo que ganaba en un año como ejecutivo petrolero. Fueron años duros. Solía contar que había pasado hasta cinco días sin comer otra cosa que un plato de sopa. “Esto no acabó conmigo –escribiría más tarde– pero tampoco aumentó mi amor por la humanidad”.

Este estoicismo cínico (¿o cinismo estoico?) es uno de los rasgos que el autor heredó a Philp Marlowe, el personaje-narrador de sus novelas. En la primera de sus novelas, El sueño eterno, Marlowe se presenta como un detective descarado que, al inicio del libro, va a visitar “a cuatro millones de dólares”. Pero pronto los lectores nos damos cuenta de que el plan de Chandler es ir de lo superficial a lo profundo, de la desfachatez al realismo. Conforme avanza la historia, el detective duro que es Marlowe se va perfilando como un sujeto con muchos más principios de los que convienen a alguien de su oficio. Transcribo un perfil que el detective hace de sí: “Soy un tipo muy despierto. Carezco de sentimientos y escrúpulos. Todo lo que tengo es el prurito del dinero. Soy tan interesado que, por veinticinco dólares diarios y gastos, principalmente gasolina y whisky, pienso por mi cuenta todo lo que hay que pensar; arriesgo todo mi futuro, me atraigo el odio de la policía (…) hurto el cuerpo a las balas y aguanto impertinencias, y digo: ‘Muchísimas gracias. Si tiene usted más dificultades confío en que se acordará de mí; le dejaré una de mis tarjetas por si surge algo’” (El sueño eterno, p. 236).

     El sueño eterno contiene demasiados revólveres, demasiados vasos de whisky, demasiadas mujeres hermosas con cigarrillos. Y sin embargo Chandler logró escribir en sólo tres meses una novela entrañable, visceral y racional, que exhibe en alguna medida muchos de los elementos de la literatura chandleriana: un hábil manejo de los implícitos, una capacidad de descripción excepcional y una poderosa economía del lenguaje. Marlowe actúa y después aclara las razones de su actuar, lo que le imprime tensión a los relatos.

Chandler heredó al mundo siete novelas que no han perdido un átomo de su vigencia, pues describen una sociedad tan sórdida como la que habitamos hoy. Destacan El sueño eterno, Adiós muñeca, La hermana menor, La dama del lago y El largo adiós. Forjó además 22 relatos. En sus libros, como en nuestra realidad, las acciones criminales se reconstruyen en los diarios según el gusto del mejor postor, y los policías son mercenarios con precios y tarifas establecidas.

martes, 8 de diciembre de 2009

Camilleri y Montalbano imponen las reglas


“¿Qué significa libro de misterio? ¿Qué significa novela policiaca? A mí no me gustan las etiquetas” se queja la señora Clementina Vazzile. El hombre que la escucha coincide con ella. Es un sujeto que aprovecha cualquier ocasión para criticar los guiones de Hollywood que gastan más balas que neuronas, o los libros policiacos de saldo que contienen demasiados cadáveres y muy poca literatura. El hombre que conversa con la señora Vazzile es un ferviente lector de Borges, de Sciascia, de Shakespeare, de Hammett. Es capaz de silbar de memoria la Octava Sinfonía de Schubert… y es además el protagonista de una de las sagas literarias más leídas de los últimos tiempos: el comisario Salvo Montalbano.

Si seguimos la idea pirandelliana de que los personajes buscan a su autor, podemos decir que el comisario Montalbano encontró quién lo escribiese hacia 1994. El elegido fue Andrea Camilleri, siciliano nacido en 1925 en Porto Empedocle, provincia de Agrigento. En el momento en que comenzó a contar las historias de Montalbano, Camilleri había trabajado durante cuarenta años como guionista de televisión y como director de teatro. Había adaptado para la pantalla las novelas de Georges Simenon. Además conocía la vida en Sicilia y era un especialista en literatura y arte dramático… es decir, estaba más que preparado para narrar, con mucho sentido del humor, la vida de un comisario complejo a quien no le importa pasar por encima de la ley para resolver un problema.

La tarea no era sencilla: Montalbano habría de desenvolverse en Vigatà, imaginaria población de la ficticia provincia de Montelusa, en Sicilia. Un territorio en disputa entre dos familias de la mafia: los Cuffaro y los Sinagra. El saldo de esa rivalidad es una escalada de muertes que llegan a ser parte de la cotidianidad de la región. Así, en El primer caso de Montalbano (Salamandra, 2006) vemos a un recién nombrado comisario incapaz de echar a andar los mecanismos de procuración de justicia. Rebasado por las circunstancias y por la corrupción que priva entre funcionarios y elementos de los cuerpos policiacos, entiende que debe imponer sus propias reglas.

Esta situación se agrava en La forma del agua (Salamandra, 2003). Como el resto de las novelas de Camilleri, deja en claro que la verdad y la justicia suelen correr por caminos distintos. A lo largo del libro el narrador nos ofrece diferentes explicaciones acerca de la muerte de un poderoso hombre de negocios que fallece en circunstancias tan bochornosas como enigmáticas. Tal como el agua toma la forma del envase que la contiene, los enigmas se amoldan a la hipótesis que en su momento aparece como la mejor. Sin embargo, cada nuevo indicio modifica el escenario y la versión vigente se derrumba ante el peso de otra más compleja. Al terminar la novela es inevitable preguntarse ¿hemos llegado a la última explicación o estamos en uno más de los rizos de la espiral?

Quizá como resultado de la actividad de Camilleri como guionista, sus obras están construidas sobre pasajes cortos con abundantes diálogos. En El perro de terracota (Salamandra, 2003) hay otro salto: la vida y sus misterios rebasan a las incógnitas meramente policiales. El enigma de este libro tiene que ver con el descubrimiento de una cueva que esconde un arsenal clandestino. En un doble fondo se hallan los cadáveres de una pareja de adolescentes, y es evidente que llevan décadas allí. Hay misterio, sí, pero jurídicamente ya no tiene sentido rastrear al criminal. Es más, ni siquiera se sabe si se trata de un crimen. Así, Camilleri se aleja de la novela policiaca al estilo Conan Doyle, pues el investigador no es un virtuoso de la lógica y del razonamiento. Montalbano es inteligente, pero no es Sherlock Holmes: hay momentos en que las pesquisas avanzan sólo empujadas por el azar o por una sombra de intuición. Si Montalbano impone sus propias reglas, Camilleri también. Y el resultado es que las historias dejan de ser meros rompecabezas para adquirir la estatura de la literatura más entrañable, universal.

Otro elemento enriquecedor es la amistad del comisario Montalbano con el periodista Niccolò Zito. Atestiguar el abismo que hay entre lo que dicen los noticieros y lo que en realidad sucede nos hace cuestionar nuestro entorno inmediato. En Vigatà, las conferencias de prensa y los periódicos suelen contener señuelos o versiones oficiales destinadas a habilitar conductas delictivas llevadas a cabo por quienes debieran evitarlas. De allí que en novelas como La voz del violín (Salamandra, 2002) o El ladrón de meriendas (Salamandra, 2003) el antagonista de Montalbano sean los nuevos mandos policiacos que, lejos de actuar con cautela, desatan tiroteos en los que mueren inocentes.

Como el propio Camilleri lo ha dicho, que Montalbano se apellide así es un homenaje a Manuel Vázquez Montalbán. No es raro que en más de una ocasión el comisario aparezca en las novelas “leyendo a un escritor barcelonés que lo intriga enormemente”. Además, el autor rinde tributo a los espíritus tutelares de su literatura: los personajes citan mucho a Leonardo Sciascia, y no hay novela en la saga Montalbano en que no aparezca por lo menos una vez el nombre de Luigi Pirandello. Camilleri ha asimilado muy bien las lecciones de los sicilianos y consigue un hábil equilibrio entre la invención y las referencias culturales ancladas en el mundo real (la historia de la mafia, la presencia del Islam en Sicilia, la Guerra Mundial). Mediante los procedimientos perfeccionados por Pirandello, difumina la barrera entre ficción y realidad. Tan es así, que seguro que a ninguno de sus lectores nos extrañaría toparnos frente a frente con Montalbano en alguna librería: quizá estaría hurgando en la sección de novelas policiacas, despotricando contra las etiquetas, pues aunque hay historias que tienen muchos cadáveres y poco arte, también es cierto que bajo el sello de novela policiaca se ha escrito mucha de la mejor literatura.

martes, 1 de diciembre de 2009

Una historia prohibida


El premio Cervantes otorgado a José Emilio Pacheco se vuelve un buen pretexto para compartir con ustedes este artículo, publicado hace un par de años en la revista Tierra Adentro (No. 147). Lo armé a partir de mi primer ejemplar de Las batallas en el desierto, que mi padre me compró cuando yo tenía cinco años: es una versión de monos al estilo de El libro vaquero.
Alguna vez, frente al maestro José Emilio, conté cómo niño mi abuela me regañaba por leer "esas vulgaridades", pues creía que estaba leyendo una de las historias baratas que se venden por millones a lo largo del país. Si me veía con la historieta en las manos, me la confiscaba. Crecí pensando que José Emilio Pacheco era un autor prohibido, que había que leer a escondidas. Tal fiscalización tuvo excelentes resultados, pues desde entonces soy su lector constante.
Va pues el texto:




Crónicas de un país extraño



Me acuerdo, no me acuerdo. ¿Qué año era aquél? Ya había videojuegos pero no Internet, los Enanitos Verdes cantaban La muralla, los electrodomésticos y las golosinas gringas circulaban sólo en el mercado negro. Eran los tiempos de la guerra fría. En los puestos de periódicos, por quince pesos, se conseguían versiones ilustradas de novelas mexicanas: Balún Canán, La muerte de Artemio Cruz, El agua envenenada. Ejemplares de bolsillo, papel revolución. Mi padre las compraba, y yo las leía como leía las tiras de Mafalda, como los cuentos ilustrados de Edgar Allan Poe (en la rústica versión de editorial Novaro). Leer y ver eran casi lo mismo: vi a los chamulas alzarse en Comitán, vi agonizar a Artemio Cruz, vi todo el horror contenido en El barril de amontillado.

Y vi a Mariana. Porque mi favorito en esa colección de Novelas Mexicanas Ilustradas siempre fue el número cincuenta y tres: Las batallas en el desierto. Quizá porque el protagonista era un niño como yo, o debido al irresistible perfil Mariana, coqueta, tentadora en blanco y negro, o porque mi naciente morbo podía practicar allí su mordida en un mundo de adultos. No lo sé. El caso es que desde aquel verano en que mi padre la llevó a la casa leí y releí Las batallas en el desierto hasta aprenderme muchas frases de memoria, frases que dejé de evocar por culpa de otras que me imponía la escuela. Y de esas frases escolares hoy no quiero o no puedo acordarme.

De Las batallas en el desierto sí me acuerdo, claro que me acuerdo. Mariana, Carlos, Jim, Rosales. Un mundo muy parecido al mío, en la medida en que pueden parecerse la capitalina colonia Roma de los años cuarenta y el desértico Torreón de inicios de los ochenta. Me acuerdo de mi abuela regañándome por leer “esas vulgaridades”, tentándome con los tomos verdes, empolvados, de El tesoro de la juventud, diciendo: “tenga para que se entretenga” (juro que así decía). Y me acuerdo de cómo, a la hora de jugar, me subía a una higuera a leer a Mariana. A verla, por supuesto.

¿Qué provocó que niños como Carlos, como yo, convirtiéramos a Mariana en nuestra primera fuente de deseo? ¿Qué causó que volviera a Las batallas una y otra vez? No coincido con los críticos que han visto en la nostalgia el motor que impulsa las historias de José Emilio Pacheco. La nostalgia, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es la “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”, o una “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”.

No hay felicidades disipadas en la obra de Pacheco: sus historias son viajes al pasado, pero al horror del pasado. Al narrar, los personajes no añoran tiempos diluidos, antes bien tratan de exorcizar los fantasmas que aún quedan de entonces. “Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es la etapa más feliz de la vida, cómo estarán las otras, carajo”, concluye Jorge, el desencantado protagonista de El principio del placer (p. 55). Aún más claro es Carlos, el personaje que cuenta Las batallas en el desierto: “Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia.” (p. 68).




¿Si no hay nostalgia, qué hay en la obra de Pacheco? La violenta belleza del despertar al mundo adulto. Los personajes-niño (Carlos en Las batallas en el desierto, Jorge en El principio del placer, muchos protagonistas de El viento distante) son tildados de menores precoces y curiosos, pero ¿qué niño no lo es? Yo, al menos, lo fui. Y por la obra de Pacheco hice conciencia de realidades como la corrupción, el despertar sexual, la literatura, el desafío ante la figura paterna. Éstos y otros temas son constantes en la narrativa de Pacheco. La guerra y el holocausto, columna vertebral de Morirás lejos, aparecen como un fantasma en las conversaciones, en el salón de clases, en los recuerdos mal asimilados de los personajes. Y al mismo tiempo, un México que se fuga constantemente es el caldo de cultivo en el que se desarrolla Morirás lejos. Pero no quiero olvidarme de Mariana.


1. El principio del placer. Por mi ejemplar ilustrado de Las batallas en el desierto supe lo que era “tener derrames”. Aprendí lo que eran los actos impuros y los tocamientos. Por la novela de José Emilio Pacheco empecé a explorar, con la vista y la imaginación, las delicias de la geografía femenina: rodillas, muslos, cintura, pechos, el misterioso sexo escondido.

Como en la vida, en la narrativa de Pacheco el deseo despierta desde un sitio ajeno a la razón. El sexo es un enigma que se resuelve en el cuerpo y con el cuerpo, un misterio que duele hasta el gozo. Carlos describe a Mariana: “Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el misterioso sexo escondido”. (p. 37). Después vienen más indicios: “En voz baja y un poco acezante, el padre Ferrán me preguntó detalles: ¿Estaba desnuda? ¿Había un hombre en la casa? ¿Crees que antes de abrirte la puerta cometió un acto sucio? Y luego: ¿Has tenido malos tactos? ¿Has provocado derrame? No sé qué es eso. Me dio una explicación muy amplia. Luego se arrepintió, cayó en la cuenta de que hablaba con un niño incapaz de producir todavía la materia prima para el derrame”. (p. 43).

En El principio del placer el despertar es también un dolor feliz, una experiencia porosa y llena de huecos, la angustiosa promesa de un éxtasis vislumbrado: “Y sin saber cómo ya era de noche, ya estábamos rodando en la arena sin dejar de besarnos, le metía la mano por debajo de la blusa, le acariciaba las piernas y estuve a punto de quitarle la falda”. (p. 30). Yo soñaba hacer lo mismo con Mariana.


2. Repetir su nombre. Ahora me doy cuenta de que además de desearla, Carlos y yo amábamos a Mariana porque podíamos llamarla por su nombre. No teníamos que hablarle de usted o pronunciar solemnemente su apellido, como debíamos hacerlo con nuestros padres o con el maestro Mondragón. Nombrar a Mariana era ya poseerla, paladearla y sentir su esencia palpitando en la lengua. Mariana. Tal vez por eso, en la novela, Carlos no escuchaba razones. Por eso “únicamente repetía su nombre como si el pronunciarlo fuera a acercarla” (p.34).

La relación que el niño teje con la madre de su amigo es aplicable a todo. Cuando Carlos lee el mundo, lo evoca y se apodera de él: “En el recreo le mostraba a Jim uno de mis Pequeños Grandes Libros, novelas ilustradas…”. (p. 23). En la novela los personajes se perfilan a través de sus lecturas: “Mi padre devoraba Cómo ganar amigos e influir en los negocios, El dominio de sí mismo, El poder del pensamiento positivo, La vida comienza a los cuarenta. Mi madre (…) a veces descansaba leyendo algo de Hugo Wast o M. Delly”. (p.51).

En toda la narrativa de Pacheco predominan los personajes-narrador que son lectores ávidos. Algunos de ellos practican la escritura. Así, en “El castillo en la aguja”, de El viento distante, Pablo lee El Corsario Negro y Viaje al centro de la tierra. En El principio del placer el protagonista anota en su bitácora: “Ana Luisa habla bien: ¿por qué escribirá en esa forma? Debe de ser porque no lee”. Jorge no es tan afortunado como Carlos, porque su padre es militar y siente un rechazo congénito hacia la letra impresa. “[Mi padre] supone que gran parte de la culpa la tiene mi afición excesiva por los libros. En vez de leer tanto y encontrar el mal ejemplo en las novelas de amor y de aventuras, debería hacer más deporte y sobresalir en los estudios” (p. 40).

Muchos de los personajes de Pacheco dan un peso fundamental a la expresión escrita, desde el narrador omnisciente de “La fiesta brava” (un cuento que reflexiona sobre el oficio de escritor), hasta “Tenga para que se entretenga” (un relato fantástico). Más aún, este protagonismo de la tinta no es sólo un elemento que adorna el discurso, es una cualidad. No es por capricho que el tratamiento de la lengua describe una curva en Morirás lejos: la novela comienza con sintaxis clara, transparente, con una prolijidad que es un intento por retardar la denuncia del horror. En el clímax, sin embargo, la puntuación desaparece y las frases se vuelven telegráficas, rabiosas, violentas, henchidas de un espanto inexplicable que jamás podría ser transmitido en frases tranquilas, ortodoxas.


3. Nunca ganan los buenos. Para todos nosotros, la muerte de Mariana fue lo más horrible que nos ha pasado en la vida. Carlos confiesa que antes de conocerla “no entendía nada: la guerra, cualquier guerra, me resultaba algo con lo que se hacen películas. En ella tarde o temprano ganan los buenos. ¿Pero quiénes son los buenos?” (p.16) A pesar de que jamás nos quedó claro qué había sucedido, Carlos y yo sabíamos —queríamos saber— que Mariana había muerto por una causa justa. Ella y el padre de Jim “discutieron por algo que ella dijo de los robos en el gobierno, de cómo se derrochaba el dinero arrebatado a los pobres” (p. 62).

Carlos, Jim y yo somos hijos de generaciones obsesionadas con la búsqueda del american way of life. ¿Por qué Jim se llama Jim si es hijo de un político que dedica su vida al servicio de México? Ni siquiera Mariana escapaba a esta contradicción que nos marca en lo más profundo: los flying saucers que prepara son “todo lo contrario del pozole, la birria, las tostadas de pata, el chicharrón en salsa verde que hacía mi madre” (p.29). Cuando el padre de Carlos cedió a la presión financiera y vendió su fábrica de jabones a los norteamericanos, volvió a casa la bonanza económica. Los hermanos se fueron a estudiar a Chicago y a Nueva York, su padre siguió practicando inglés, la madre cambió las tostadas de pata por el rosbif.

“Si en México la mayoría de la gente es tan pobre ¿de dónde sacarán, cómo le harán algunos para robar en tales cantidades?” (p. 47) se pregunta Jorge en El principio del placer. La vida le contesta: todo, desde la lucha libre hasta las cartas de Ana Luisa, son “una farsa y un teatrito” (pp. 53-54). El principio del placer comienza y termina con relatos que se desarrollan en el puerto de Veracruz. Un niño que se enamora, un hombre maduro también lo hace. A la manera de Las batallas en el desierto, es un libro donde no cabe la nostalgia, sino la decepción y el desconcierto. En las siete historias que contiene el volumen coexisten realidades innegables —la matanza de 1968, la violencia feroz de los setentas, la amenaza de ingobernabilidad— con lo fantástico.

Lo mismo sucede con los catorce relatos de El viento distante. Aún cuando cuentos como “La otra muerte” coquetean con elementos fantásticos, éstos tienen una resolución perfectamente explicable: lo más natural es el asombro.

Protagonizada por dos personajes de quienes sabemos un poco menos que lo indispensable, Morirás lejos es la novela más extensa de Pacheco. El primero de los personajes, llamado alguien, es un hombre que lee el aviso oportuno sentado en la banca de un parque. Como el narrador lo enuncia, la presencia de alguien en ese lugar no es una adivinanza sino un enigma. ¿Qué hace en realidad ese sujeto que hojea el periódico en un espacio público, inmerso en un fuerte olor a vinagre? ¿Es un obrero sin trabajo, un delincuente sexual, un padre que ha perdido a su hijo, un amante en espera de su compañera, un detective? No sabemos.

Lo que sabemos es que alguien es observado —¿vigilado?— por eme, un hombre que atisba tras la persiana que cubre una de las ventanas de un edificio cercano. Y entre más especulamos acerca de la identidad de alguien, más claro resulta que se trata sólo de un recurso del narrador para no tener que presentarse. Lo único real, tangible, inegable, vergonzosamente cierto en Morirás lejos es la muerte, ya sea en la destrucción de Jerusalén por las legiones romanas o en los campos de concentración instaurados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial: hay millones de fantasmas a quiénes preguntar por ese horror.

Si bien las palabras son un útiles para apropiarse del mundo, no tienen la misma eficacia para lavarlo. Las palabras no consiguen describir, narrar o consignar la atrocidad del exterminio. Y sin embargo, hay que hacer el esfuerzo. Pacheco y su difuso narrador dicen que así sea la billonésima vez que se narren estas aberraciones, seguirá siendo necesario recordarlas para que no se repitan. Y convergen muchas situaciones que expone la narrativa de Pacheco: de la muerte de Mariana a la traición de Ana Luisa, de la mujer-tortuga que protagoniza “El viento distante” a la voz infectada por la envidia que escuchamos en “La zarpa”, contar las desgracias es la mejor forma de evitar que se repitan. Porque de esos horrores quién puede tener nostalgia.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Funeral de Edgar A. Poe

Edgar Allan Poe, maestro del terror gótico y fundador del género policiaco, ha sido celebrado este año en varias ciudades con motivo del bicentenario de su natalicio. El domingo, en Baltimore, le harán el funeral que nunca tuvo.
Menos de 10 personas asistieron al funeral de Poe cuando éste murió en octubre de 1849 a los 40 años. Su primo, Neilson Poe, nunca anunció públicamente el deceso del gran escritor. Debido a un intenso interés, Baltimore celebrará dos funerales. Se espera que cada uno atraiga a unas 350 personas al Westminster Hall, la otrora iglesia adyacente a la tumba de Poe, de acuerdo con información difundida por la agencia noticiosa AP.
Actores interpretarán a amigos y contemporáneos del autor así como a escritores y artistas que citaron a Poe como una influencia (esta lista es, en realidad, interminable). Asimismo, la Casa y Museo de Poe también realizará el miércoles un velatorio con una réplica del cadáver de Poe.
Con "Los crímenes de la calle Morgue", Poe encontró una veta literaria que llega hasta nuestros días, conocida como el enigma de cuarto cerrado: se encuentra un cadáver en una habitación cerrada, sin muestras de que alguna puerta o ventana hubiera sido violentada, y sin enmargo, debido a las características físicas que presenta el cuerpo, queda descartado el suicidio. Así, de la mera crónica de nota roja se pasa a un desafío que implica usar recursos de lógica, habilidades literarias y vastos conocimientos generales para responder a la pregunta: ¿Quién pudo cometer el crimen?
Nuestra cotidianidad da para algunas variaciones del misterio que, si bien no han entrado por la puerta grande en la historia de la literatura, sí se han convertido en clásicos del periodismo por su calidad de enigmas insolubles:

*El misterioso asesinato del candidato presidencial en un acto de campaña.
*La muerte de un alto miembro de la iglesia que es confundido con un capo del narco.
*El asesinato de periodistas por entes que se esfuman y nadie sabe quiénes son.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Quién los entiende


Quién los entiende. El clero mexicano se pronuncia por tener un lugar dentro de los festejos del Bicentenario de la Independencia, alegando que don Miguel Hidalgo y José María Morelos fueron sacerdotes. Ya se les olvidó que ambos fueron expulsados de la Iglesia y excomulgados. Que ambos fueron repudiados por la Iglesia, humillados públicamente, negados, que sus palabras fueron contradichas. Pareciera que quieren la gloria de forjar héroes, líderes, pero no la responsabilidad de ser actores decisivos en la historia. 
     El jueves, durante la Jornada Académica llamada “Independencia e Iglesia”, el Arzobispo de Morelia, Alberto Suárez Inda, dijo que “las circunstancias preocupantes, dolorosas que vivimos, nos exigen un nuevo empeño para romper las cadenas de la injusticia, y para superar los miedos que nos paralizan”. Pero después se cuidó de agregar: “hoy estamos convencidos de que a los sacerdotes no nos corresponde un liderazgo social; nuestra labor como iglesia es formar conciencia. Otra de nuestras responsabilidades sería fomentar la paz, la concordia y el respeto a la vida…”. 
      Reproduzco aquí una parte del Edicto que lanzó el Santo Oficio de la Inquisición contra don Miguel Hidalgo, acusándolo de hereje y revoltoso. Este documento fue colocado en la entrada de todos los templos para fomentar la paz
“... y habéis hablado con desprecio de los Papas y del gobierno de la Iglesia, como manejado por hombres ignorantes de los cuales uno que acaso estaría en los infiernos, estaba canonizado (…) negáis la perpetua virginidad de la Virgen María, adoptáis la doctrina de Lutero en orden a la divina Eucaristía y confesión auricular, negando la epístola de San Pablo a los de Corintio, y asegurando que la doctrina de este sacramento está mal entendida, en cuanto a que creemos la existencia de Jesucristo en él. (…) Hicisteis pacto con vuestra manceba para que os buscase mujeres para fornicar y para lo mismo le buscaríais a ella hombres, asegurándola que no hay infierno ni Jesucristo (…) vuestra impiedad represada por el temor, ha prorrumpido como un torrente de iniquidad en estos calamitosos días, poniendo a la frente de una multitud de infelices que habéis seducido, y declarando la guerra a Dios, a su santa religión y a la patria, con una contradicción tan monstruosa que predicando según aseguran los papeles públicos, errores groseros contra la fe, alarmáis a los pueblos para la sedición con el grito de la Santa Religión, con el nombre y devoción de María Santísima de Guadalupe y con el de Fernando Séptimo, nuestro deseado y jurado Rey...”. 
      Quién los entiende.

domingo, 20 de septiembre de 2009

La conciencia imprescindible




El jueves a las siete de la tarde se presentará en el Museo del Estanquillo (Isabel la Católica 26, esq. con Madero, en centro histórico de la ciudad de México) el libro La conciencia imprescindible, número 369 del Fondo Editorial Tierra Adentro. Este libro contiene 16 ensayos acerca de la obra de Carlos Monsiváis, producto de la pluma de igual número de jóvenes autores.
El volumen ha sido compilado y muy bien prologado por Jezreel Salazar.
Tomo esa presentación como pretexto para subir un trabajo periodístico que fue publicado originalmente en 2002. Se trata, en realidad, de una charla de aeropuerto: el primero de mayo de ese año yo tenía programado un viaje de Santiago de Chile a Montevideo. No sé por qué razón los vuelos estaban suspendidos, y en las salas de espera se apiñaban grupos de turistas de varias nacionalidades. Aquello era una babel & duty free. Eso propició, de algún modo, que apareciera en el sitio el maestro Carlos Monsiváis. Había en la atmósfera la incertidumbre suficiente como para hacer una entrevista que se titulara:

Del caos y otros tópicos mexicanos

Algunos de los rincones preferidos del caos son los pasillos del aeropuerto Pudahuel, en Chile. Llega uno allí y se instala en un remolino de maletas y altavoces, de alfombras y pasaportes perdedizos y no es raro confundirse no sólo de nacionalidad, sino de idioma. Entonces aparece como un remanso de papel una librería que nos salva del laberinto de pantallas y de la estampida
de turistas. Precisamente adentro, interrogando las carátulas de los libros, está uno de los principales intérpretes del caos, de ese caos cotidiano, muy nuestro, muy mexicano: el maestro Carlos Monsiváis. En la quietud resguardada por los volúmenes en venta iniciamos una conversación de libros, de caos y otros tópicos nacionales:
VA: Quisiera saber...
CM:(Se adelanta y responde) ¿Cómo visualizo el año 2030? Bien... en el año 2030 una persona solitaria irá a donde estén depositados mis restos, verá mi nombre y se preguntará quién fui. Eso ya es un pronóstico, un vaticinio absolutamente seguro para el año 2030.
VA: Bueno, aparte de sus restos físicos, va a quedar la herencia de sus libros. Quisiera abordar ese tema, concretamente el Nuevo Catecismo para Indios Remisos... ¿cómo surge un libro así? CM: Me pide el pintor oaxaqueño Francisco Toledo que le haga nueve textos que acompañen a nueve grabados hechos por él a partir de grabados del siglo dieciocho que él retoca, transforma, erotiza, canibaliza, como se quiera decir. Veo los grabados de Toledo que son absolutamente maravillosos y decido que no puedo escribir algo que intente la prosa poética porque me queda muy lejos o simplemente acabaría siendo falso o churrigueresco. Entonces opto por fábulas y escribo nueve fábulas que Toledo considera aceptables y se hace una edición de veinticinco ejemplares que ahora es una rareza muy cara, no por mí.
VA:¿Cuál es la historia de las ediciones posteriores?
CM: Teniendo los nueve textos empiezo a engolosinarme con la idea de cómo pudo haber sido el Virreinato. Una esencia delirante tal vez parcialmente satírica pero sobre todo delirante de lo que pudo haber sido el Virreinato y de lo que pudo haber sido ese congreso interminable de apariciones, vírgenes, pecados, inquisidores, monjes, curas; transgresores voluntarios e involuntarios de una fe que se conocía muy de lejos, muy entre broma con todo y las apariciones de la virgen de Guadalupe ante el entonces to- davía no santo Juan Diego. El libro va creciendo hasta llegar a 40 fábulas y lo publico en Siglo XXI. Luego, como suele suceder, lo reviso, lo encuentro fallido, con cosas muy obvias, lo rehago para una segunda edición en CONACULTA, prescindo de una fábula por completo porque era un plagio involuntario, incorporo diez más y luego Vicente Rojo que es un pintor extraordinario, un gran amigo, me dice que por qué no lo publico en Era, ya que la edición en CONACULTA es de plazo fijo. Vuelvo a rescribirlo por tercera y espero última vez. También suprimo una, incorporo otra, en fin Vicente Rojo dice que José Emilio Pacheco y yo no somos escritores sino reescritores y yo creo que más o menos así debe ser todo mundo. Admiro muchísimo a los que sólo lo hacen una vez y no vuelven obsesiva, maniáticamente y homicidamente a sus textos. El libro ahí está y lo que puedo alegar en su... (hace una pausa) no sé si en su defensa, es que la idea de disponer de un Virreinato para mí solo, compartido en la medida en que alguien deseara hacerlo, me divirtió muchísimo. Creo que si no fueron así las cosas, muy probablemente así debieron ser en un nivel, y el acercarme al deber ser me parece regocijante como creyente y como no creyente, en mi caso no soy creyente, pero la idea de visualizar un Virreinato que es al mismo tiempo nuestra edad media y nuestro ingreso a los preámbulos de la modernidad es una fábula deleznable pero a mí me interesó. Me responsabilicé de su publicación y ahí está.
VA: Hablemos de otra de sus creaciones, acaba de decir que se considera un reescritor. Me gustaría que abordara bajo esta idea Los rituales del caos. El caos, a pesar de ser caos no es siempre el mismo. ¿Cómo ve usted el caos en el que vivimos en este momento los mexicanos? CM: Bueno, el caos que yo intenté describir era un caos plácido al lado de lo que se está viviendo. Era una etapa todavía, digamos, conformista del caos. Ahora tenemos el caos insurrecto, en todos los sentidos. Ya lo era hace diez años, pero ahora es simplemente una conflagración, y de pronto es un caos que se anula a sí mismo y se vuelve el orden de la demolición. Cuando uno ingresa a cualquiera de los embotellamientos de la ciudad de México, ya no está en el caos, ya está en el genuino cementerio de automóviles que se desplaza a velocidad mínima y en donde ya está todo perfectamente ordenado. La histeria del automovilista, la imposibilidad de llegar a tiempo al lugar que sea, la sensación de prisiones semimóviles, etcétera. Entonces el caos que intenté describir en el libro es todavía -en relación con el actual- es todavía un caos meditabundo.
Ahora, si hablamos del gobierno, el del PRI era aun caos programado para el saqueo. Estoy
generalizando y estoy siendo muy abrupto, pero ellos no lo fueron menos y lo que se está viendo ahora es una demolición de los respetos y también de la falta de respetos. Durante mucho tiempo se pensó que el presidencialismo era ya casi la segunda naturaleza del mexicano, en la medida en la que había una interiorización de la obediencia, del respeto, del pasmo ante las figuras que se presentaban desde la primera magistratura. Ahora sobrevino la caída del presidencialismo: el licenciado Francisco Labastida no resultó el candidato que el PRI necesitaba, el PRI no resultó el partido que el PRI necesitaba, los votantes no resultaron los votantes que se requerían para perpetuar un orden ya inadmisible. A lo que se llegó fue al principio de la caída del presidencialismo y todos pensamos que Vicente Fox, -al que yo le atribuía una serie de virtudes pospuestas y de defectos en pleno ejercicio,- iba a ser un presidente de transición, pero no: me quedé absolutamente corto. Me vi una vez más como una persona bondadosa, incapaz de pensar mal de nadie. Lo que hemos visto es algo, no diré que apocalíptico para no darle un sentido visionario a lo que se está viviendo, pero si tenemos que escoger un adjetivo, elijo el de moda : lamentable. El presidente Fox no entiende bien a bien las funciones de gobierno. No entiende bien a bien el lenguaje público, no entiende bien a bien qué es lo que está haciendo en la presidencia. Eso acaba con la falta de respeto, porque decir que uno no le tiene respeto a las funciones presidenciales, ya en este momento es no decir absolutamente nada.
El asunto se ha ido muchísimo más allá: lo que estamos viendo es un gobierno que se desarticula a diario, un poder legislativo que sólo vive a base de gestos memorizados y luego olvidados por generaciones muy anteriores, un poder legislativo que se rinde ante la omnipotencia de Fidel Castro, sin tomar en cuenta absolutamente nada de lo que Fidel Castro está diciendo. Están oyendo estos diputados que Fidel Castro dice -ciento veinte diputados estaban en la Habana, además- que los partidos no sirven y que lo que sirve es una democracia que incorpore la voluntad del pueblo a través de una representación única y los ciento veinte diputados aceptan ese elogio grandilocuente al partido único. El señor Castro desde la Habana pontifica que nadie le hace caso a la oposición y los diputados y senadores de oposición que han estado defendiendo con ardor la causa de la intangibilidad, la perfección de Cuba, aplauden al hecho de que les diga que no existen, porque la democracia capitalista es una falacia y ellos son la parte rencorosa y falsamente manumisa de esa falacia. Todo eso resulta inconcebible, me resulta inconcebible el tiempo que se le dedicó a un diálogo, y de nuevo extraigo el adjetivo lamentable entre el presidente Vicente Fox y el comandante Fidel Castro. El presidente Fox no estuvo en su mejor momento y yo creo que a todos nos preocupa saber cuándo llegará la posibilidad de saber cuál es ese mejor momento. El comandante Fidel Castro mostró estrictamente lo que es un dictador. Alguien que puede decir: “si me demuestran que miento, yo renuncio a mis cargos”, como si sus cargos fueran propiedad suya y no de la gente que supuestamente representa, que supuestamente en algún nivel lo eligió. Todo me ha parecido disparatado pero en la medida que vivo en México y ostento esa na- cionalidad, tengo que decir que lo que está pasando con el gobierno me preocupa muchísimo, porque no veo sentido y dirección. Veo una derecha muy alborotada creyendo que puede regresar como si nada al siglo dieciocho, veo una izquierda despedazada, porque no se ha repuesto de la caída del muro de Berlín y todavía no sabe qué era lo que creía cuando cayó el muro.
VA: ¿Y cuál sería el papel de la población en este caos?
CM: Veo una ciudadanía acongojada, porque ya sus referentes políticos no están y porque todavía no instala los nuevos porque la situación económica es lamentable ¿por qué no se están discutiendo los gravísimos problemas ecológicos, para empezar el del agua y por qué y por qué, por qué? Las preguntas nos hacen ver que el caos que habíamos conocido era, insisto, un caos a fin de cuentas si no entendible, si asimilable en la medida que uno sabía que la edad promedio puede ser setenta y cinco, ochenta años... lo que sea. Todas las fórmulas de la consolación, o que bueno: mi hijo aprenderá a vivir con escamas: pero el caso es que yo estoy preocupado como ciudadano viviendo en la ciudad de México, donde los momentos mas esperanzadores son cuando uno cierra la puerta de su casa y sabe que por lo pronto no lo asaltaron en el trayecto. También por lo pronto un señor, empuñando un revólver se metió a su casa aprovechando un descuido. Esta paranoia, esta locura de sentirse perennemente asaltado, aunque por fortuna no le ocurra a la mayoría, es parte de la nueva administración idiomática del caos. ¿Adónde va a ir todo esto? No lo sé, pero hace un rato usted me declaró gurú y yo tenía necesidad de honrar el título, me metí en un laberinto de interpretaciones y quejas que es propio de los gurús. Muchas gracias.
De un caos a otro, un maletero pasa cerca de nosotros y la voz impersonal que emana de una bocina nos convoca a tomar un avión. Entonces nos despedimos de este exégeta del caos, compartiendo la incertidumbre por el futuro nacional, y con la nostalgia inevitable que sentimos los mexicanos cuando estamos lejos de nuestra tierra.


jueves, 3 de septiembre de 2009

Amenazas, periodismo y Pretexta


La semana pasada la organización Reporteros sin Fronteras (RSF) denunció que México y Sri Lanka son los países más afectados por las desapariciones de periodistas desde el año 2000. Por mera coincidencia, el mismo día se cumplieron 30 años de la aparición de Pretexta, novela de Federico Campbell que reflexiona acerca de los terrenos que comparten la historia, el periodismo y la literatura.
La novela es protagonizada por Bruno Uribe, un joven aspirante a escritor. Bruno sobrevive haciendo crónicas de lucha libre a pesar de que nunca ha asistido a alguna, y no le importa robar o inventar el material que publica en periódicos dudosos: inventa entrevistas con políticos, con actrices, con luchadores. De allí que él se llame a sí “el cronista enmascarado”.
Con un lenguaje crudo, eficaz, Federico Campbell nos cuenta cómo Bruno es contratado para hacer un libelo en contra de un viejo maestro universitario, Álvaro Ocaranza, para neutralizarlo como miembro de la oposición política. La materia que Ocaranza imparte es Historia del Teatro.
Amparado por el anonimato, da rienda suelta a sus demonios para construirle un aberrante pasado a su maestro. Se trata de pisotear su dignidad y por lo tanto su credibilidad. Así, su máquina de escribir se convierte en un arma. En esta ocasión el orden de los factores sí altera el producto: si Álvaro Ocaranza se dedica a la Historia del Teatro, Bruno se dedica al Teatro de la Historia.
Campbell narra cómo el viejo maestro Ocaranza, que en algún momento también ejerce el periodismo, es “levantado” para intimidarlo y para fabricarle pruebas que lo incriminen en hechos vergonzantes. De este modo los periodistas son, en esta magistral novela, víctimas y verdugos al mismo tiempo.
Asombra la actualidad que Pretexta acusa. Hoy, que a cada paso de la vida nacional nos enfrentamos a hechos crudos que resultan difíciles de interpretar, esta novela es, para decirlo con una definición de Mario Vargas Llosa, “una mentira que encubre profundas verdades”.
Pretexta es una novela que se caracteriza porque muy pocas veces se solucionan los misterios. Las historias del México actual que Campbell consigna en este libro están llenas de vacíos e interrogantes porque en la vida real no existen certezas completas, perfectas.
Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Luis Donaldo Colosio, de Francisco Ruiz Massieu, del cardenal Posadas Ocampo. Seguimos esperando que se proceda contra los autores intelectuales de los asesinatos de periodistas como Héctor “el Gato” Félix, codirector del semanario Zeta, acribillado en Tijuana la mañana del 20 de abril de 1988. O Manuel Buendía, ejecutado en la avenida Insurgentes de la capital durante la noche del 30 de mayo de 1984.Así, con asombro llego a una de las muchas preguntas que brotan de la lectura de Pretexta: ¿Cuántas veces, en los últimos treinta años, las atrocidades que leemos aquí como ficción han ocurrido realmente?

viernes, 28 de agosto de 2009

El sueño no es un refugio sino un arma


Este nuevo libro de ensayos de Geney Beltrán Félix, El sueño no es un refugio sino un arma, acaba de aparecer publicado en el catálogo de la UNAM, con el sello de la Dirección de Literatura. Pronto, en librerías.

lunes, 24 de agosto de 2009

Deudas históricas


La deuda pública y la historia se entrelazan: a principios del siglo XX, amparada en un documento firmado por Hidalgo casi cien años antes, la señora Ana Galván, joven viuda del último descendiente de Mariano Abasolo, gestionó el reconocimiento y pago de una fuerte cantidad de dinero como parte de una deuda pública contraída por el Cura Hidalgo durante la lucha de Independencia. Las gestiones, dirigidas por los señores Luis G. Lizardi y Luis G. Labastida, terminaron en el pago de la deuda por parte del gobierno de Porfirio Díaz.
No es el único caso: En 1822, la señora María Antonia Morelos pidió al entonces emperador Agustín I una pensión en recompensa de los servicios prestados a la patria por su hermano, derecho que también fue reclamado por Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural de Morelos producto de sus amores oscuros con la señora Brígida Almonte. Meses más tarde, la señora María Victoriana Bretadillo se presentó ante el mismo emperador con seis documentos que la acreditaban como la viuda de Juan José Martínez, alias El Pípila, a solicitar una indemnización por parte del gobierno.
De hecho, un decreto presidencial del 19 de julio de 1823 ordena otorgar pensiones a los padres, mujeres e hijos de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José Ma. Morelos, Mariano Matamoros, Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galeana, Mariano Jiménez, Francisco Javier Mina, Pedro Moreno y Víctor Rosales.

lunes, 20 de julio de 2009

Laurita Suárez vuelve a morir...

Hace unos días me llegó un ejemplar de la nueva edición de Partitura para mujer muerta. Esta novela, lanzada en abril del año pasado por la editorial Random House Mondadori, dentro de la colección Literatura Mondadori, ganó el Premio Nacional de Literatura Policiaca, que tiene la particularidad de ser un premio de novela policiaca convocado por un Departamento de Policía (además del Gobierno del Estado de Veracruz y del CONACULTA). Hoy vuelve a rodar por callejones y librerías con una portada distinta, pero dentro de la misma colección. Gracias a todos los cómplices de este crimen. 

viernes, 26 de junio de 2009

Espeluznante

 ¿Sabe quién fue Rod Temperton? ¿Sabe quién fue Quincey Jones? ¿Y sabe quién fue Michael Jackson? Los tres son nombres claves para la industria discográfica norteamericana (y mundial) en 1982 con “Thriller” un álbum del que se ha hablado mucho desde entonces, pero sobre todo en los últimos días.

A raíz de la muerte de Michael Jackson, los medios de comunicación han resucitado el video de esta canción, quizá el primero que se arriesgó a una duración que en términos de mercado se considera larga.

En el video, Jackson encarna a dos figuras heredadas del imaginario romántico que subsisten dentro de la mitología taquillera de las películas de horror: el hombre-bestia y el muerto-vivo.  En 1982 yo tenía cinco años, y recuerdo haber visto, entre el susto y la excitación, el video del cantante que hacía bailar a los jóvenes.

Resulta paradójico que en los ultimos días, el intérprete de canciones como “Billie Jean” “Keep the Faith” o “Smooth Criminal” haya vuelto a representar –lo más seguro es que contra su voluntad– el papel de muerto viviente que le valió tener bajo el brazo el disco más vendido de la historia.

Criticado por muchos, acusado de delitos como fraude y pederastia, admirado también por muchos y conocido prácticamente por todos, Michael Jackson ha sido un muerto viviente debido al mismo mal que le aquejó durante buena parte de su vida: el asedio mediático.

¿Hasta qué punto somos, como sociedad, responsables del personaje tan lleno de claroscuros (y lo digo sin ironías) que Jackson llegó a ser? ¿No eran sus arranques parte de un sistema de adicciones que alimentaban los mismos medios de comunicación, siempre hambrientos de escándalos y notas?

Lo mejor que hizo Michael en vida fue lo que lo llevó a la fama: era un excelente intérprete y un bailarín preciso, y no hay que rascar mucho para ver que le apasionaba su trabajo. Pero la excesiva notoriedad se convirtió también en un estigma. Una suerte de maldición.

Sería interesante hacer un ejercicio y pensar qué encontrarían los medios de comunicación en cada uno de nosotros si de pronto fuésemos blanco de los flashes y las grabadoras por uno solo de los aspectos de nuestra vida. Nuestros defectos, nuestros vicios secretos, nuestros conflictos heredados de la infancia serían el tema de conversación de miles de millones a quienes no conocemos, a quienes sólo debería importarles lo mejor que tenemos que ofrecer de nosotros mismos. Pero como aquellos zombies hambrientos de carne, los medios suelen buscar también el lado oscuro de cada personaje (otra vez, sin jiribilla).

Las canciones que todos coreamos en 1982 fueron compuestas por Rod Temperton, y producidas por  Quincey Jones. Ellos no dieron la cara, Michael Jackson sí. Y a partir de entonces, su vida se convirtió más que nunca en un espeluznante tobogán de notoriedad, de excesos, de extravagancias. También de buenas canciones. Lo triste de todo es que, como en aquel viejo video, ni muerto descansa en paz.

jueves, 25 de junio de 2009

Alaska



En el centro cultural helénico se está presentando los viernes la obra "Alaska", excelente pieza escrita por Gibrán Portela, ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Joven "Gerardo Mancebo del Castillo", en 2008.

miércoles, 3 de junio de 2009

Cronistas!



Me entero, con muchísimo gusto, de que dos amigas han sido reconocidas con el Premio Estatal de Periodismo Coahuila 2009: Miriam González, de El Siglo de Torreón (por Crónica Deportiva con "Se Carga a La Laguna") y Daniella Giacomán (de Milenio, por Crónica Cultural, con el trabajo "De la Crónica a la Reflexión: Carlos Monsiváis).  Esperaremos un texto sobre el festejo, al fin que por cronistas la cosa no queda... ¡Felicidades a ellas y a los demás ganadores!


domingo, 17 de mayo de 2009


más o menos la muerte



La muerte es sólo un niño
de cara triste
un niño
sin motivo
sin miedo
sin fervor
un pobre niño viejo
que se parece
a Dios.

A veces
sin embargo
es tan sólo un silencio
sin pasado
sin molde
sin olor
un silencio en que ladran
los perros
esos perros
y uno se pregunta
quiénes son.

Otras veces.

Otras veces
es una niebla espesa
que se mete en los ojos
que destruye la voz
y lo arrincona a uno definitivamente
bueno
definitivamente no
tan sólo hasta que uno
se siente
sin amor.

A veces.

Pero es raro.
Por lo común la muerte
es solamente un niño
de cara triste
un niño
que sale de la noche
sin motivo
sin miedo
sin fervor
un pobre niño viejo
que deja caer su mano
sobre mi corazón.