miércoles, 30 de julio de 2008

Una de vaqueros con Ignacio Trejo




En días pasados estuve de visita en Pachuca, la mítica ciudad hidalguense. Es un territorio que he visitado muchas veces desde que era pequeño, y cada vez que paso por allí regreso reconfortado, tranquilo, casi casi optimista. Debo aclarar que esta última visita fue distinta porque fue doble: viajé a Pachuca dentro de Pachuca. Más de uno pensará que me comí unos pastes de peyote. Juro que no fue así. El “viaje” a Pachuca con escala en Pachuca se debió a que leí El Vaquero más Auténtico que Existió, novela de Ignacio Trejo Fuentes publicada por Ficticia, la editorial que dirige con muy buena puntería Marcial Fernández.
A Ignacio Trejo no hace falta presentarlo: sabemos bien que es narrador, ensayista y cronista. Que nació en Hidalgo en 1955 y que tiene más de veinte libros publicados. También que ha ganado premios como el Nacional de Periodismo Cultural Comitán de Domínguez y el Internacional de Ensayo Sergio Galindo, y que es sin duda uno de nuestros críticos literarios más respetados.
Siempre contada a través de la mirada de un narrador-personaje que recuerda sus años de juventud, El Vaquero más Auténtico que Existió puede ser leído como una crónica de la violencia implícita en el despertar al mundo adulto. En un centenar de páginas, Ignacio Trejo Fuentes nos convierte en testigos de cómo una parvada de jóvenes buscan su sitio en un mundo que no acaban de comprender.
En esos trances se hallan cuando llega a la ciudad un tipo al que apodan El Vaquero y cambia la vida de todos para siempre.
El protagonista recuerda sus primeros amoríos con Inés, una morenaza tan joven como él, también ávida de descubrir el mundo en el cuerpo del prójimo. Conforme las páginas van avanzando, la Pachuca que el autor construye se va poblando de personajes marcados por sus obsesiones. Algunos son entrañables, como Carmela; otros rabiosos, como Zedillo, quien goza de una posición privilegiada (por ser el niño rico del rumbo y por el rifle que carga consigo); otros presentan patologías habituales, como Papelito Colorado, un niño que deambula por las calles hidalguenses en busca de alguien que le ponga atención.
Finalmente, casi todos los personajes que habitan esta novela cargan un impulso vital tan poderoso que no les cabe en el cuerpo. Es el caso del narrador, de Inés y de Eloísa, quienes descubren el erotismo como un oasis en un entorno marcado por la muerte. El amor es, en este caso, un pecado que salva.
Como una crónica genial, El Vaquero más Auténtico que Existió abre con una frase contundente, un machetazo certero: “Inés, la luna y yo perdimos nuestra virginidad al mismo tiempo”.
De un plumazo nos ubica, sin necesidad de mencionar fecha alguna, 21 de julio de 1969, día en que Neil Armstrong pisó la Luna. Más que un detalle, esta evocación construye un puente entre la realidad y la ficción, borrando así las fronteras entre éstas.
Trejo Fuentes vuelve a utilizar estos recursos, tan propios de la crónica, en el paréntesis que abre en mitad de la novela para narrar una historia que liga al primer hombre que pisó la luna, Neil Armstrong, con una anécdota sexual.
El aprendizaje de la vida es, inevitablemente, el aprendizaje de la muerte. Los personajes de El Vaquero más Auténtico que Existió lo descubren por el camino difícil. Sus rituales van del erotismo a la violencia en un ambiente que combina ambos con la insólita naturalidad con que se mezclan en el México de nuestros días. El asombro viene sólo hasta que los hechos son “recordados” por el narrador, como ocurre con los habitantes de esta novela, acostumbrados a ver un viejo yate encallado en un basurero, a cientos de kilómetros de la playa más cercana. ¿Cómo llegó allí? Nadie lo sabe, pero tampoco nadie lo pregunta.
Ignacio Trejo Fuentes reconstruye así un sistema poroso con huecos, vacíos y contradicciones que le dan verosimilitud a la novela. Como los vaqueros de los western, El Vaquero es un personaje que sólo está de paso por Pachuca. Nadie sabe bien de dónde viene ni a dónde va. Bien mirado el asunto, no conocemos ni siquiera su nombre. Pero es el que abre fuego y precipita el final de esta entrañable historia.
El morbo que a los jóvenes personajes les provocan los misterios de la vida (que toman forma en los fetos que flotan en frascos llenos de formol del anfiteatro, en los habitantes de las cantinas y en los cadáveres que aparecen en distintos rincones de este libro), también se los provocan los misterios de la muerte. Mueren muchos personajes en este Pachuca literario, y casi todos con muertes violentas.

lunes, 21 de julio de 2008

Revelaciones tras la Máscara negra


En Pacto de sangre, James M. Cain ofrece tres elementos esenciales para un asesinato perfecto. El primero es la ayuda: nadie mata solo. En segundo lugar enlista lo que los manuales de derecho conocen como alevosía, y que consiste básicamente en que el procedimiento, el sitio y la hora de la muerte sean conocidos de antemano por los verdugos. Sin embargo, lo que realmente distingue a los profesionales de los advenedizos es la audacia. El crimen perfecto no es aquel cuyo autor jamás llega a descubrirse, sino la ejecución pública donde los homicidas tienen preparada una colección de coartadas infalibles, a prueba de investigación.

Así pues, el asesino ideal no evita las leyes porque puede torcerlas en su favor. El poder es, siempre, poder matar. La resaca viene cuando se hace conciencia de que estas seis palabras, que en el papel aparecen como fórmula ingeniosa, son además regla no escrita en el México de nuestros días. De allí que esas seis palabras sean también una de las premisas de Máscara negra, de Federico Campbell.

Como el autor aclara en el texto introductorio, este libro nació de textos periodísticos. En un principio los contenidos se movían en la esfera de la literatura policíaca: Los inquilinos habituales de estas páginas se llaman Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Raymond Chandler y Dashiell Hammet. El nombre mismo de la columna es un tributo a Black mask, la publicación norteamericana de historias policiacas fundada por en abril de 1920 por H. L. Mencken y George Jean Nathan.

Como invariablemente sucede en la mejor literatura, la realidad no tardó en asomarse. No cabe aquí el viejo esquema que concibe a la ficción como contrapunto de la realidad. Ya en la página treinta, Campbell nos recuerda que la ficción policíaca es una parodia, “un juego organizado que no podría darse sin los componentes más determinantes de la vida, puesto que nada se crea a partir de la nada”. En las ficciones –asegura el autor– los lectores se reconocen a sí mismos y al mundo que los rodea. Un ejemplo: escritos en su mayoría en una época marcada por la guerra fría, los textos que componen Máscara negra se internan en los laberintos de la novela de espionaje, género que nació en el siglo pasado como una forma de incorporar en la trama la política y “meditar veladamente” acerca de que estaba ocurriendo en el plano internacional. Se equivoca quien piensa que las novelas de espionaje eran consideradas inofensivas: no en vano tanto la CIA como la KGB sostienen desde esa época centros de investigación literaria que analizan los volúmenes del género en busca de filtraciones.

Pero el mejor ejemplo, quién lo niega, lo tenemos en México: vivimos inmersos en un ambiente hostil, persecutorio. Un ambiente de novela criminal. Una novela que se caracteriza porque muy pocas veces se solucionan los misterios y casi nunca se encuentra a los culpables. Las historias del México actual que Federico Campbell consigna en este libro están llenas de vacíos e interrogantes porque en la vida real no existen certezas completas, perfectas. Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Luis Donaldo Colosio, de Francisco Ruiz Massieu, del cardenal Posadas. Seguimos esperando que se proceda contra los autores intelectuales de los asesinatos de periodistas como Héctor “el Gato” Félix, codirector del semanario Zeta, acribillado en Tijuana la mañana del 20 de abril de 1988. O Manuel Buendía, ejecutado en la avenida Insurgentes de la capital durante la noche del 30 de mayo de 1984.

Máscara negra narra también los alcances del poder corruptor que deriva del crimen organizado. Poder capaz de invertir los papeles: militares y policías que fabrican culpables, que venden impunidad, que se vuelven traficantes, que persiguen a un capo para proteger a otro, sicarios que se disfrazan de agentes.

En México esto sucede con frecuencia: todos los días atestiguamos crímenes que quedarán impunes. Los noticieros y los diarios están llenos de sangrientos enigmas que nadie soluciona, porque los encargados de realizar las investigaciones y de hacer respetar la ley son a menudo quienes primero la infringen. Si esto sucede es porque en México las autoridades son, en muchos casos, aquellos perfectos asesinos que definió James M. Cain. Tienen la ayuda necesaria para torcer la ley en su favor y ejercer el poder con brutalidad y alevosía. Porque, como dice Federico Campbell en este gran libro que es Máscara negra, en México el poder es, siempre, poder matar.

martes, 15 de julio de 2008

Marina Herrera y El cuerpo incorrupto



En la epístola a los pisones, conocida también como Arte Poética, Horacio hace una serie de recomendaciones a los jóvenes autores. En algún momento escribe que “es necesario regresar al yunque el verso mal forjado”. Compara así el oficio de las letras con el arte de trabajar el hierro. Una comparación que podemos aplicar a la joven autora que hoy nos ocupa y que en su apellido lleva la vocación: Marina Herrera.
Lo digo no porque la conozca, pues no tengo el gusto, sino porque hace unas semanas cayó en mis manos El Cuerpo Incorrupto, su primer libro. De inmediato se advierte que sus cuartillas han sido forjadas con paciencia, utilizando las herramientas del oficio, golpeando aquí, puliendo allá, torneando más allá. Es de celebrarse que Marina publique sus cuentos en la colección La Fragua, pues como sabemos una fragua es un fogón que se utiliza para forjar metales.
Hay que señalar también la impecable labor de edición que nos entrega el Icocult: con un esqueleto en primer plano, filtrado por una pantalla rojo sangre, ya la portada nos anticipa algo de lo que encontraremos en las líneas de esta hábil escritora.
Marina Herrera, de acuerdo con la ficha incluida en la solapa del volumen, nació en Saltillo en 1977 y es Licenciada en Lengua y Literatura Españolas. Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en 2004-2005 y tiene menciones honoríficas en distintos premios, entre ellos el Criaturas de la Noche y el Nacional de Cuento ¿El Crimen como una de las Bellas Artes?
Usaré algunos puntos de la epístola de Horacio como carta de navegación para diseccionar El Cuerpo Incorrupto. Entre los consejos que lanza como botella al tiempo tenemos primero que debe procurarse la unidad de conjunto en toda la obra. Como muchos años después lo aconsejara Edgar Allan Poe, en los cuentos de Marina se advierte una firme intención de emboscar a sus lectores y sorprenderlos con un final inesperado, aplastante. La mayoría de las veces lo logra con pericia, pues todas las fuerzas de su pluma apuntan hacia el mismo sitio. Y si bien hay un par de cuentos en los que se advierten resabios de ingenuidad juvenil (Dios ya no es Noticia y Las Mujeres Araña), la mayoría transpiran madurez estilística y buen oficio.
Sumado a esta primera unidad está la cercanía de las atmósferas y temas tratados en los trece cuentos: exploraciones del cuerpo y sus posibilidades, estos trece cuentos son variaciones del instante definitivo que es frontera entre la vida y la muerte. Escritos en su mayoría en un registro oscuro, propicio para tratar las situaciones narradas, algunos hacen gala de un realismo descarnado y otros son ejercicios de literatura maravillosa, entendiendo lo maravilloso como un estado en donde imperan leyes distintas a las que nos rigen en la realidad real.
Pero los cuentos de Marina también hurgan en busca de la partícula de ternura que oculta el asesino, en la santidad que muy a su modo ejercen las matronas, en la devoción que puede ligar a dos extraños que, como ocurre en "A Tientas el Amor", se ignoran cuando se encuentran a plena luz del día mientras que a oscuras son viejos conocidos. Cuentos que se apoyan en lo sobrenatural para acentuar lo que nos hace humanos: el temor al rechazo, la debilidad, la incertidumbre.
La segunda de las recomendaciones que Horacio lanza es tratar el lenguaje con cuidado, buscar las palabras adecuadas al estado de ánimo y a la situación que se evoca en cada texto. Marina lo hace: su prosa es rica, expresiva, bien trabajada. Reproduzco unas líneas de "Eucaristía", que con "La Trenza", "Invocación" y "El Gordo", es una de las mejores piezas que han salido de la fragua de Marina:
“La muerte recogió a Otilia al momento en que mi líquido se vació, anegando su vulva. Su corazón de vaca se detuvo. Me regocijé con su partida a las alturas, beata, canonizada y santa en un solo acto: la presentación de su sangre a Dios, consumada y consumida en mi persona”.
El Cuerpo Incorrupto es un magnífico libro que merece leerse y releerse con atención. Esperemos nuevas entregas de esta narradora implacable y orgullosamente coahuilense.

lunes, 14 de julio de 2008

Toquín en Puebla



El jueves 3 de julio, Perla Cantú, Alí Calderón, Ignacio Sanchez Prado y su servidor dimos un concierto de cámara en la Casa del Escritor, en Puebla Puebla. Gracias a todos los que hicieron posible el recital... por cierto, la próxima cita es en Pachuca el sábado 19, en el Museo del Ferrocarril, a las siete de la tarde.




jueves, 10 de julio de 2008

No narrarás



Geney Beltrán publica, en el más reciente número de Nexos, una excelente reflexión sobre los rumbos que ha tomado en nuestros días la labor del narrador. O que han tomado algunos escritores, que no narradores. O que algunos quieren que tome la narrativa. O sobre lo que otros desean que no suceda.
Necesario leerla.Transcribo los primeros párrafos:



Últimamente he leído y escuchado numerosas exigencias de lo experimental en la ficción. El dogma: una novela o un libro de relatos deben experimentar rompiendo el marco de las convenciones narrativas, pues el riesgo técnico es sinónimo de innovación literaria. Lo demás se vería como epigonismo clasicista. La raíz del coraje se entiende: por su leal fijación en los números negros de los estados de venta, las grandes editoriales publican demasiadas “novelas de entretenimiento” —predecibles y sin exigencia— y las promueven como fulgurantes logros artísticos. Sergio Pitol despotrica en El mago de Viena: “Los creadores de literatura light exigen el trato que sería normal dar a Stendhal, a Proust, a la Woolf. ¡Qué tal!”.
En su ensayo Un montón de lápices chatos, Rafael Lemus adjudica el estancamiento de la narrativa contemporánea a su incapacidad para desembarazarse del humanismo. ¿Cómo es esto? La pintura y la música han llevado la vanguardia de la primera mitad del siglo XX hasta sus últimas consecuencias: hoy, en gran parte, no representan, no significan, no narran. Sólo son colores, sonidos. La literatura, por su lado —plantea el autor—, ha perdido el impulso aventurero de 1922 y se empeña en representar, en significar, en narrar. En (gloso, torpemente) ser fiel a la naturaleza dialoguista del lenguaje. En ser otra cosa más que sólo lenguaje abstraído en el embeleso de su propia contemplación.
Hay sin embargo un detalle que me salta....

miércoles, 9 de julio de 2008

Enriqueta Ochoa se adentra en sus memorias


Reproduzco íntegra una entrevista que hice hace unos días con una de las poetas más importantes de México: Enriqueta Ochoa. La entrevista se publicó en el diario El Siglo de Torreón el domingo 18 de mayo, día en que la escritora -torreonense por cierto- recibió la medalla de oro de Bellas Artes.


"Cuando vivíamos en Rabat, la capital de Marruecos, escondía los poemas porque tenía miedo de que mi esposo los rompiera. En ese tiempo se decía: ésta es mi mujer, es mía y no puede ser ni para la poesía ni para nada. A veces él me encontraba escribiendo y para que no se enojara le leía lo que había escrito, hasta que opté por ocultar en el jardín de la casa los poemas: cada vez que escribía uno lo arrugaba y lo enterraba. Se me quedaron muchos poemas enterrados en los jardines de Marruecos”, recuerda Enriqueta Ochoa en voz alta.
Pausadamente, con la emoción salándole cada palabra, la maestra recuerda cómo literalmente ha sembrado poesía en al menos tres continentes. Con ochenta años recién cumplidos se interna en sus memorias. El pretexto, si se necesita un pretexto para conversar, es que el domingo 18 recibirá la Medalla Bellas Artes como homenaje a su brillante trayectoria. A los festejos se ha sumado el Fondo de Cultura Económica, que acaba de sacar de las prensas un volumen de más de cuatrocientas páginas que contiene la poesía reunida de la maestra, en una celebración en la que han brillado por su total ausencia las instituciones de Torreón y de Coahuila.
Pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, viajera constante, estudiosa infatigable, Enriqueta Ochoa ha tenido una relación intensa con su ciudad natal. Fue en Torreón donde su primer poemario, Las Urgencias de un Dios, fue condenado por la Iglesia desde su salida en 1950: para muchos era difícil entender que una muchacha de 19 años se atreviera a hacer poesía a partir de misterios religiosos. Hubo incluso quienes llegaron a exigir que la edición completa de aquel libro se quemara públicamente, mismos que intentaron sobornarla para que se alejara de esos temas en la literatura. Pero la joven Enriqueta no se arredró y a ese primer trabajo le siguieron muchos otros: Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).
Cincuenta y ocho años después, los homenajes y distinciones se multiplican y es ubicada por la crítica junto a Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño y Rosario Castellanos. Por las profundas reflexiones contenidas en su obra, ha sido emparentada con José Revueltas y hasta con Dostoyevski. Además es reconocida como influencia por poetas de la talla de Eduardo Langagne, Esther Seligson y Hugo Gutiérrez Vega, entre muchos otros. Sin embargo Torreón, su tierra, parece negarle el lugar que por derecho tiene en la literatura mexicana: salvo sostener el Premio Nacional de Poesía que lleva su nombre, muy poco han hecho las actuales Autoridades de Cultura en el Ayuntamiento por promover su obra y por ayudar a la maestra a sobrellevar las dificultades de su edad.
Doña Enriqueta comenta que jamás ha dejado de sentirse lagunera: “me siento muy feliz de haber nacido en Torreón, de tener todo lo que tuve, que es lo que tienen ahora ellos. Siento que Torreón me ha acogido siempre bien. Si me acogió mal, ya ha pasado mucho tiempo y está olvidado”. Tan es así, que la Comarca y el desierto han sido un disparador de su obra: “La luz de La Laguna fue para mí siempre muy importante. Antes de escribir cualquier cosa, el gran enigma, la gran interrogación era la luz que tenía Torreón. La luz y el desierto estuvieron siempre emparentados, en mi poesía, con Dios. ¿A dónde se van los que quieren santificarse? Pues hacia la luz del desierto. La luz es muy importante para adentrarse en uno mismo y en Torreón la luz es única”.
Arrugar hojas para
no tirarlas
La invitación al homenaje de hoy muestra un retrato de la joven Enriqueta sobre un papel arrugado. Y es que además de aquellas que tuvo que enterrar en los jardines de Marruecos, han sido muchas las hojas que la maestra ha tenido que arrebujar con tal de salvar su obra. Recuerda sonriente una anécdota que le ocurrió en Jalapa: “yo me iba a trabajar y ya no me acordaba ni dé qué había escrito ni qué no, ni qué había dejado encima de mi escritorio. Cuesta mucho trabajo escribir un poema para que de pronto llegue alguien que ayuda en la casa, lo rompa y lo tire a la basura. Para que eso no sucediera se me ocurrió tomar los poemas, hacerlos bolita y mezclarlos con las bolas de estambre con las que estaba tejiendo en ese momento. Así salvé todos mis poemas. Recuerdo alguna lectura a la que llegué tarde y me senté ya frente al micrófono a deshacer mis bolitas de papel. Entonces alguien se me acercó y me preguntó: “maestra, ¿no puede leer poemas que no haya arrugado?”.
Por supuesto, aclara doña Enriqueta, no todos los poemas que se arrugan son valiosos: también han sido muchos los versos descartados, muchas las líneas que ha tenido que llevar al yunque para rehacerlas. Por eso asegura que la disciplina es muy importante para convertirse en escritor. Recuerda que su padre la ponía siempre a leer mucho, y que después Rafael del Río –quizá el maestro más influyó en su formación– terminó de forjarle esa disciplina. Con una sonrisa honesta, la autora de Retorno de Electra cuenta que Del Río le exigía que escribiera un soneto diario, y admite que no siempre salía bien librada de la crítica.
Quizá por eso, a los jóvenes que aspiran a convertirse en escritores les aconseja que tengan siempre un maestro, alguien que los oriente, que les muestre las tradiciones: “Cuando yo me di cuenta de que para mí era muy importante escribir, que empecé a escribir, ya nunca volví a estar sin maestro. También les aconsejo mucho tesón, mucha disciplina en lo que sea”.
La referencia a los jóvenes no es infundada: a la maestra le gusta leer poesía de última generación. Asegura que se siente más cerca de los jóvenes que de sus contemporáneos. Tan es así que hasta hace muy poco sostenía un taller con cinco miembros que sesionaban en su casa: “antes lo estaba dando los sábados, luego lo cambiamos a los jueves. Estábamos trabajando con mucha intensidad. Tenía cinco elementos regulares, y nos enfocábamos únicamente a la poesía. Pero con la mudanza, como que se desmadejó”.
De La Laguna al mundo
Mientras se desarrolla la entrevista, el teléfono no cesa de sonar: son amigos que llaman para confirmarle que estarán allí el domingo. Amigos de Torreón, de Jalapa, de la Ciudad de México, de España, de Sudamérica. Y es que desde muy joven, Enriqueta tuvo que recorrer el mundo para encontrarse a sí misma: “Yo recorrí el mundo casi entero, y ahora pienso ¿sería que me estaban preparando para algo? Porque es muy raro: generalmente a esa edad uno busca los bailes, o estar con la familia. Yo viajé todo lo que podía. Quería conocer los lugares, encontrarme con la gente, con lo conocido y lo desconocido”.
Otro de sus rincones preferidos en el mundo es Jalapa: “Jalapa es un lugar que yo quise entrañablemente. Lloré y sufrí mucho cuando tuve que dejarlo. El trabajo lo va a uno llevando por muchos lugares, y Jalapa fue como mi segundo rincón de cariño. Creo que es el único lugar al que le he escrito un poema. Para mí, ese lugar significó la renovación total, la alegría, el deseo de vivir”.
Con todo, no es Jalapa la ciudad que más evoca la poeta. Tampoco es Rabat, ni Tánger, ni Madrid: es Torreón. “Ése es mi talón de Aquiles. No soporto que hablen mal de mi ciudad. Siento mucha nostalgia por los atardeceres de allá”.
De Torreón extraña, además, la comida. Sobre todo el cabrito y el menudo: “Torreón es un lugar que tiene mezclados platillos de toda la república. Allí la gente es muy feliz. Tengo un recuerdo muy grabado: cuando iba a La Laguna, recién llegaba y me invitaban a una carne asada. No había caminado ni tres o cuatro cuadras, me encontraba a otro amigo y me invitaba a una parrillada. Así, de invitación en invitación. Y me preguntaba yo por qué hacían tantas fiestas. Trataba de buscar en mis recuerdos y no hallaba por qué. Mis amigos respondían que siempre estaban buscando la manera de sentirse felices, de festejar algo, de tener invitados en casa ”.
Hoy todos estamos invitados a una fiesta en su casa. Porque su casa hoy se llama Bellas Artes.

Enriqueta Ochoa ‘en breve’
Torreón, Coahuila, 1928. Poeta viva esencial de Coahuila, su trabajo es considerado por la crítica como uno de los más personales escritos en México. Ha ejercido el periodismo y la docencia en varias universidades nacionales e internacionales.
Ha formado a gran cantidad de escritores y poetas. Es autora, entre otros títulos, de Las Urgencias de un Dios (1950), Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Enriqueta Ochoa de bolsillo (1990), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).
Su poesía ha sido incluida en varias antologías y forma parte de la colección Voz Viva de México, UNAM, 1992.
En 2004 se publicó Que me Bautice el Viento, un volumen para niños formado por poemas de Doña Enriqueta e ilustraciones hechas por pequeños coahuilenses inspirados en el trabajo de la autora.
El Fondo de Cultura Económica está por publicar sus obras completas. Entre los muchos homenajes que ha recibido dentro y fuera de México, vale la pena destacar que fue nombrada Hija Predilecta de Torreón en 1976.
En 1985, fue colocado un busto de bronce con su efigie en la Calzada de los Escritores en la misma ciudad. Existe también el Certamen Nacional de Poesía “Enriqueta Ochoa”, convocado anualmente a partir de 1994, por el Conaculta, el INBA y el Seminario de Cultura Mexicana

lunes, 7 de julio de 2008

Noticia de un secuestro



Hace tres semanas, en una conversación de cantina, mi amigo Ricardo Lozano Rangel lamentaba que don Gabriel García Márquez no hiciera nada por el proceso de pacificación de Colombia. Yo le dije que, según mi punto de vista, estaba haciendo lo mejor que puede hacer un escritor: publicó, en 1996, Noticia de un Secuestro, un libro-reportaje que narra la oleada de secuestros ocurrida en 1990 en el país sudamericano. Con la habilidad que le conocemos bien, don Gabriel escribió este libro, que en sus propias palabras se trata de “la tarea más difícil y triste de su vida”. Es una reconstrucción literaria de cómo el legendario capo colombiano Pablo Escobar privó de su libertad a un grupo de ciudadanos distinguidos con el objetivo de presionar al gobierno del entonces presidente de Colombia, César Gaviria, para que no se concretaran los tratados de extradición que pendían sobre como la espada de Damocles sobre el narcotraficante.
Tras aquella charla, los amigos reunidos decidimos releer el libro y luego comentarlo. En estos días ocurrieron dos hechos más que han puesto sobre la mesa el tema de la compleja relación entre el poder y la violencia. La visita del ex presidente Gaviria a La Laguna para dar unas conferencias. Aquello se volvió una coincidencia proverbial, pues además de ex presidente de Colombia, Gaviria es uno de los personajes centrales del libro, lo que hacía posible el sostener una conversación de primera mano con un personaje clave. El segundo de los hechos es la liberación –en el llamado Operativo Jaque– de Ingrid Betancourt y de otros catorce rehenes que las FARC mantenían en cautiverio desde hace más de seis años.
En la introducción a Noticia de un Secuestro, García Márquez agradece a las víctimas de los plagios realizados por Pablo Escobar que siempre mostraran una generosa disposición “a perturbar la paz de su memoria. Además agrega que “su única frustración es saber que ninguno de ellos encontrará en el papel nada más que un reflejo mustio del horror que padecieron en la vida real”.
Esta última frase del maestro García Márquez no es una fórmula de cortesía, ni es azuzar el morbo o redactar un thriller sudamericano. Es sensibilizar a los lectores con el horror del secuestro: de allí que en los momentos más difíciles haga de lado su estilo, su prosa con adjetivos sorprendentes, sus párrafos rítmicos, hechiceros. Sin dejar de lado sus argucias de sabueso de las redacciones, nos pone frente a los hechos. En algún momento del reportaje narra cómo uno de los rehenes (el periodista Francisco “Pacho” Santos) escribe desde el encierro una carta a sus hijos. Cito: (Francisco) les escribió en caliente una carta llena de esas verdades tremendas que les parecen ridículas a quienes no las sufren: “Estoy aquí sentado en este cuarto, encadenado a una cama, con los ojos llenos de lágrimas”.
Estas frases, que para los participantes de cualquier taller literario serían lugares comunes y líneas cursis, son la mejor forma que el periodista encuentra para trasmitir la desesperación y la crudeza de quien ha sido privado de su libertad. Se trata del mismo encierro en que estaba Ingrid Betancourt, en que están ahora mismo decenas, cientos de personas por razones políticas, o por intereses ajenos a su voluntad y a la de sus familias. Luego de leer Noticia de un Secuestro es inevitable pensar que ahora mismo, en algún lugar, hay alguien secuestrado, incomunicado, que está viviendo en carne propia los tormentos que apenas podemos vislumbrar en forma de libro.
Hay otro asunto: García Márquez no cede a la tentación de armar una diatriba contra el crimen organizado. En lugar de eso, afina su pluma para sensibilizar a los lectores respecto de la realidad atroz que viven quienes pasan a las filas del narcomundo: así perfila unos guardianes humanos, contradictorios, que son –al igual que el resto de la sociedad- víctimas y propiciadores de una dinámica que no es fácil cambiar. Cierro con una cita del maestro: “El problema de fondo, tanto para el gobierno como para el narcotráfico y las guerrillas, era que mientras Colombia no tuviera un sistema de justicia eficiente era casi imposible articular una política de paz que colocara al Estado del lado de los buenos, y dejara del lado de los malos a los delincuentes de cualquier color. Pero nada era simple en esos días, y mucho menos informar sobre nada con objetividad desde ningún lado, ni era fácil educar niños y enseñarles la diferencia entre el bien y el mal”.

martes, 1 de julio de 2008

Desiertos, de Hugo Alfredo Hinojosa



Tantas veces se ha anunciado la muerte de la literatura que ya muy pocos se escandalizan ante el asunto. Para desahuciar a la novela, Paul Valéry sentenció que jamás podría escribir algo que comenzara con la frase “La marquesa salió a las cinco”. Casi un siglo después, se publican diariamente cientos de novelas en todo el mundo y los adictos al género se cuentan por millones. Lo mismo ha sucedido con la poesía, con el ensayo, con el cuento… En el caso del teatro, muchos auguraban su extinción desde finales del siglo XIX. Es cierto que con la aparición y progresivo perfeccionamiento del cine, el teatro se vio forzado a cambiar sus estrategias para contar historias, pero ver en eso un vaticinio de muerte sería lo mismo que pensar que la invención de los aviones derivaría en la extinción del automóvil.
Hay quienes señalan que el teatro de Hugo Alfredo Hinojosa tienta a pensar en una dramaturgia que apunta a la destrucción del teatro mismo. Sin embargo, mi lectura sugiere que la experimentación, las estructuras complejas y la frescura de estilo que caracterizan a Desiertos buscan exactamente lo contrario.

I

Un buen punto de partida es recordar que, cuando hablamos de literatura, ni siquiera la idea de renovación es nueva: la aparición y modificación de los instrumentos culturales y el papel de éstos en cada sociedad ha sido, históricamente, una cadena de crisis de modelos en los que las causas se vuelven consecuencias que son después causas, en un ciclo que comienza quizá con la aparición del lenguaje y al que se eslabonan la escritura, la imprenta y la invención de instrumentos audiovisuales.
Pero no sólo los cambios tecnológicos se ven reflejados en este campo: al cambiar nuestra forma de explicar el mundo, también sufren cambios las maneras de relatarnos a nosotros mismos. A comienzos del siglo XX, la revolución en las ciencias de la naturaleza es seguida por una revolución en las artes. No es coincidencia que casi paralelamente a los progresos que hace William James en la Psicología ―introduciendo conceptos como el de corriente de la conciencia― surjan escritores como Dorothy Richardson, Virginia Woolf y James Joyce que buscan retratar estos procesos en la literatura. Con ello queda al descubierto una nueva región de la vida humana: ¿quién no recuerda el capítulo final de Ulises, ese monumento de la narrativa al que muchos entramos con la mezcla de sorpresa y respeto con que visitamos las catedrales de París o Salamanca?
No es difícil reconocer en la obra de Hugo Alfredo las técnicas perfeccionadas por Joyce. Si el irlandés termina su novela con una mujer adormilada, Hinojosa arranca su libro con un niño que despierta. Si Joyce retrata el tránsito de la conciencia al sueño en la mente de Molly Bloom, Hinojosa plasma el despertar, en más de un sentido, de un menor que siente los primeros cosquilleos de la conciencia. En el plano formal, ambos textos son cadenas de palabras sin puntuación, que sitúan al lector en contacto directo con el caótico torrente del pensamiento humano. Su forma nos dice que la mente es demasiado compleja para ser vaciada en los moldes convencionales. Más adelante se verá por qué esta posibilidad que se establece de entrada no es un mero capricho ni una cabriola innecesaria.


II


En Desiertos, Hugo Alfredo emplea las herramientas cosechadas por otra crisis ocurrida a mediados del siglo pasado, cuando los herederos de autores como Kafka y Joyce se rebelan y surge el noveau roman: los creadores acuden a la forma de la novela policiaca con intenciones de renovación formal, de rebelión contra nociones que consideran no aptas para expresar su versión de la realidad, y sobre todo para cuestionar la literatura como tal, ya que es incapaz de interpretar en forma adecuada la realidad contemporánea. Si bien desde el siglo XIX Flaubert empleaba la organización temporal como un instrumento efectivo de la estrategia narrativa, fue hasta mediados del siglo XX cuando ésta adquirió mayor peso como instrumento para la manipulación de la recepción. Escritores como Nathalie Sarraute y Alain Robbe-Grillet buscan una literatura sin verdades absolutas. Si el mundo es complejo y contradictorio, como tal debe aparecer en la literatura.
Dos de las tres piezas que conforman el libro que hoy nos reúne son auténticos rompecabezas que exigen la participación del lector (o del espectador, pensando en las obras ya montadas) para armar una versión de lo ocurrido. Tanto en “Desiertos” como en “Equilibristas” a menudo conocemos antes las consecuencias que las causas, asistimos a la brutalidad del final antes de saber siquiera cuál es el conflicto. De este modo, la estructura temporal es un elemento clave para descifrar las piezas de Hinojosa. El lector-espectador no puede disponer de una interpretación cabal de la realidad. Su trabajo es una búsqueda que se realiza un poco a ciegas. Por eso el lector-espectador debe poner en tensión todos sus recursos.


III


La irrupción de la psicología no sólo cambió la forma de contar, transformó también la forma de concebir a los habitantes del relato. Por la misma época en que los autores experimentaban con la organización de sus textos, los filósofos llevaban los mitos universales al diván del psicoanálisis y demostraban cómo operan las mismas reglas en una historia relatada por un brujo africano, en una parábola bíblica y en la mitología griega.
Con una sólida formación en el terreno de la filosofía, Hugo Alfredo Hinojosa escribe con la conciencia de que relatamos siempre las mismas historias con variaciones mínimas de una versión a otra: cambian sólo los accidentes: los nombres, la comida, las formas de vestir. Hugo Alfredo sabe también que las anécdotas bien contadas siempre nos dejan con la impresión de que hay algo más allá. En todo el mundo y en todos los tiempos los mitos del hombre han sido básicamente los mismos. Cito a Joseph Campbell:

“No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas. Las religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del hombre primitivo e histórico, los primeros descubrimientos científicos y tecnológicos, las propias visiones que atormentan el sueño, emanan del fundamental anillo mágico del mito”[1].

La eficacia de los mitos reside en su sencillez. Con un ejemplo no exento de poesía, Campbell nos dice que la capacidad del mito para conmovernos se halla presente en el más sencillo cuento infantil del mismo modo que todo el misterio de la vida está en el huevo de una pulga. La razón es que los símbolos de la mitología no pueden improvisarse: existe una especie de “memoria biológica” común a todos los seres humanos en la que se hallan inscritos los mitos que determinan la conducta del hombre.
En los mitos de todas las culturas, los héroes atraviesan por un ciclo que podemos resumir en cuatro pasos: 1) el héroe es separado de la sociedad en la que vive, 2) viaja a una región en donde conoce prodigios sobrenaturales, 3) allí debe superar una prueba tras la cual obtiene conocimientos o poderes y 4) retorna a la sociedad para compartir esos dones con sus hermanos. Para superar la prueba, a menudo los héroes reciben ayuda de un auxiliar que se presenta en forma de sabio, de curandero o de doncella.
Aquí volvemos a Hugo Alfredo, obsesionado por el tema del héroe: no sólo porque en su área de trabajo suele tener un muñequito de plástico del Santo, ni porque con frecuencia viste playeras que exhiben estampados que representan a Batman, al oscuro casco de Darth Vader o a algún personaje de 300, versión cinematográfica de la Batalla de las Termópilas. Sabemos que el tema del héroe es una obsesión para Hinojosa porque está presente en prácticamente toda su literatura.
Ni Hinojosa, ni Joyce, ni Freud, ni Campbell, ni Jung, ni siquiera George Lucas se ufanan de haber descubierto el hilo negro: todos rescatan esta metamorfosis de los ritos de iniciación que ocupan un lugar tan prominente en la vida de las sociedades primitivas. Estos ritos –llevados a cabo en momentos clave en la vida de las personas– se distinguen por ser ejercicios donde la mente debe dejar un estado para adquirir otro: nacimiento, pubertad, matrimonio, muerte. Todo rito exige cortar en forma radical con las actitudes, ligas y normas del estado que se ha dejado atrás. Una vez que el iniciado ha pasado la prueba, vuelve a la sociedad con otro papel.
Prometeo ascendió a los cielos, robó el fuego de los dioses y descendió a compartirlo con los hombres. Teseo entró al laberinto, mató al Minotauro, salvó a sus compañeros y escapó con la ayuda de Ariadna. Si se leen bajo esta luz las tras piezas que conforman Desiertos, resulta muy claro que Hinojosa no atenta a destruir la literatura, más bien contribuye a perpetuar su función bajo nuevas fachadas. Dicho de otra forma, aporta sus variaciones al repertorio. No es casualidad que sus personajes encuentren en el viaje un parteaguas de vida, ni que todos se enfrenten a los rituales iniciáticos de nuestro tiempo: la salida de la casa paterna, la brutalidad del servicio militar, los laberintos del despertar sexual, la migración forzada. Bajo la posibilidad de convertirse en héroes, los habitantes de las obras de Hugo Alfredo se enrolan en el ejército y marchan a regiones inaccesibles a matar desconocidos, o se internan en territorio hostil burlando las linternas de la patrulla fronteriza.
Es el caso de Desiertos, la primera de las piezas contenidas en el volumen 348 del Fondo Editorial Tierra Adentro. Hugo Alfredo nos presenta a un grupo de indocumentados que atraviesan el árido territorio que separa a México de los Estados Unidos. Siguiendo las características del rito, estos prometeos contemporáneos se desprenden de sus familias y se dirigen a una zona de prodigios sobrenaturales llamados dólares, con la esperanza de arrancar las remesas que les permitan asegurar la supervivencia de su comunidad. Hay auxiliares en esta aventura: se llaman polleros.
Aquí, el dramaturgo tijuanense exhibe la dislocación de los elementos en la épica contemporánea. Los polleros, que de acuerdo con su etiqueta debieran ser auxiliares en la aventura, no lo son. Dieciocho héroes, entre ellos un niño, quedan atrapados en la caja de un tráiler. No daré muchos detalles de cómo termina la pieza, aunque me temo que los noticieros y los periódicos han contado ya la historia muchas más veces de las que desearíamos.

IV
(a modo de conclusión)

Experimentando con la forma, pero ceñido con fuerza a las características del mito, Hugo Alfredo Hinojosa obtiene en Desiertos una valiosa exploración de la épica contemporánea. ¿Significa algo ser héroe en estos días? Con una recreación literaria que permite atisbar dentro de la mente humana, el autor deja la conclusión a cada lector-espectador. Por eso, más que un retrato de exterioridades, un recuento de horrores o una colección de mórbidas imágenes, la literatura de Hinojosa es una continua exploración del inconsciente. Sea cual sea la conclusión, nos cimbra descubrir que dentro de nosotros hay mucho más de lo que alcanzamos a registrar. Nos cimbra descubrir algo que no alcanzamos a entender del todo bien: que para vivir necesitamos de los mitos y mientras eso ocurra nuestra cara oculta seguirá siendo capaz de transformar nuestro lado visible. Por eso difícilmente puede alguien ser el mismo luego de asomarse a la oscuridad de estos desiertos. Para concluir mi participación en este ritual sólo me resta desearle a Hugo Alfredo la mejor de las suertes reciclando una frase que quizá sea el último lema de nuestra generación: felicidades, amigo, y que la fuerza te acompañe.


[1] Campbell, Joseph. El héroe de las Mil Caras, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México,
2006. pp

Un cadáver viaja a Puebla...


La presentación de Partitura para mujer muerta en Puebla será este jueves 3 de agosto, a las 5 de la tarde, en la Casa del Escritor (5 ote. 201, Centro). La mesa estará integrada por Ignacio Sánchez Prado, Jaime Mesa y Alí Calderón. Organizan el Círculo de Poesía y la Secretaría de Cutlura del Estado de Puebla. Habrá, al final, buches de ron.