martes, 14 de septiembre de 2010

Enigma al estilo Pitol



Armada con recursos propios de la novela policial, El desfile del amor, de Sergio Pitol, parte de un hecho violento ―un crimen cometido el catorce de noviembre de 1942―, que desencadena una pesquisa. La policía cierra el caso, y el expediente permanece acumulando polvo casi treinta años, hasta que alguien decide retomarlo. Pero en esta ocasión las investigaciones no son realizadas por la policía, sino por Miguel del Solar, un historiador que vuelve a México después de vivir muchos años en el extranjero. El móvil que empuja a Del Solar a indagar lo sucedido aquella noche es personal: él vivía, cuando niño, en el edificio en el que ocurrió el asesinato.

Es enero de 1973 y la muerte de Enrich Maria Pistauer ha quedado por completo en la oscuridad, en el enigma. Del Solar recuerda apenas algunas atmósferas, vagos ambientes, casi nada. Decide entonces entrevistar a los testigos y se pone en contacto con los asistentes a aquella fiesta que terminó en tragedia. Como en un desfile, el lector asiste a una sucesión de voces que construyen distintas versiones de los hechos. Relatos contrastantes no sólo en su apreciación de lo ocurrido, también en el tono y en el ritmo con que desgranan las acciones. Son muchos los elementos que a lo largo de la novela Sergio Pitol siembra para apuntalar el carácter de novela-enigma en este libro. Pero desde un inicio se preocupa por dejar en claro que tanto el crimen como la investigación ocurren en México, lo que será determinante hacia el final de la novela.

En mi opinión, es precisamente en el final de esta novela donde se revela la maestría Sergio Pitol: si el artista quiere capturar la esencia de la verdad en sus trabajos, no puede reducirlos a un mero crucigrama o a un acto de malabarismo. Si la crítica que muchos han hecho a las novelas policiales de Conan Doyle es que los razonamientos de Sherlock Holmes son inverosímiles, entonces Pitol opta por abandonar la precisión del malabarista y asumir la estrategia del mago.

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