El viernes, poco después de las siete de la mañana hora local, la agencia EFE difundió que José Saramago acababa de morir en su casa de Lanzarote. La fundación que lleva su nombre indicó en un comunicado que Saramago murió acompañado de su familia, despidiéndose de una forma serena y plácida.
Si bien jamás conocí personalmente al maestro, sentí pesar y llamé por teléfono a Frino, mi hermano, quien sí charló un par de veces con el Nobel portugués y es además un asiduo lector suyo. Comentamos ese extraño fenómeno que ocurre cuando muere alguien que físicamente está lejos, pero cuya obra está cerca, mezclada con la memoria y con los principios de uno.
El primer libro que leí de Saramago es Levantado del Suelo, en una edición cubana que compré hacia 1998 en la isla caribeña, poco antes de que le fuera concedido el primer Premio Nobel de Literatura. El volumen me costó quince pesos cubanos, que entonces eran más o menos cinco pesos mexicanos. Se advierte desde la primera página la preocupación que el narrador siente por los desposeídos. Pero el estilo de esa novela, que narra la vida de una familia en el Alentejo, es mucho más seco que el de obras posteriores, y aunque la novela me gustó, la traducción reflejaba una parquedad que después no volví a sentir en la obra del maestro. Años después, por casualidad, cayó en mis manos un ejemplar de La Balsa de Piedra, y entonces sí me atrapó. Cuento la anécdota: en esa novela la península ibérica se separa de Europa debido a una enorme grieta en los pirineos, y entonces tanto España como Portugal comienzan a navegar en el atlántico, hacia Sudamérica. Eso cambia para siempre la composición geopolítica del mundo.
Leer el resquebrajamiento de los pirineos y al mismo tiempo verlos por la ventana fue apenas la primera impresión: observar de cerca las enormes diferencias sociales que existen en el interior de Europa me ayudó a comprender cómo funcionan las ficciones del maestro portugués: que los pirineos se partan y que la península ibérica emprenda un viaje por el atlántico es una metáfora del distanciamiento de España y Portugal con el resto de Europa.
Además llamó mi atención la habilidad con que Saramago construye la voz narrativa que usa en buena parte de sus novelas: una voz desenfadada, irreverente, muy divertida, que suele disfrazar como arrebatos y dispersiones las ideas que don José quiere incluir en sus libros. Una voz muy lejana a la solemnidad con que se cuenta la historia de Levantado del Suelo. Los personajes de Saramago dialogan con una mancha en el techo de su dormitorio, con un perro, incluso con su propio cerebro que se niega sólo a asentir a los caprichos de su portador.
La obra de Saramago es, así, un claro ejemplo de que se pueden combinar con éxito dos ingredientes que no suelen encontrarse juntos en la literatura: habilidad para narrar y compromiso social. La primera es esencial para mantener a los lectores atentos a lo que ocurre en la página, pues hoy día los libros compiten con el cine, con Internet y con otros estímulos. Leer DEBE ser divertido, y eso es responsabilidad de los autores.
El segundo, revela al autor como un intelectual congruente, preocupado por su tiempo, lejano a los charlatanes que saturan páginas y páginas de consignas revolucionarias y a la primera oportunidad se deshacen en lisonjas para los poderosos.
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