jueves, 18 de diciembre de 2008

Tras el rastro de Lituma...


Rescaté de un baúl de fotos esta imagen. Fue tomada hace unos años durante un viaje al Perú. Para llegar a ese sitio hay que tomar un tren, luego caminar un día y al siguiente escalar una montaña de altura considerable. Al fondo se aprecian las ruinas de Machu Picchu. El libro que llevo no es la guía turística de Cuzco o de Piura, sino La Casa Verde de don Mario Vargas Llosa.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Fruta verde, autor maduro



El mundo está lleno de monstruos felices. La frase no es mía, es de Enrique Serna y forma parte de su novela Fruta verde. Con poco más de trescientas páginas, este libro se lee en un par de días, aún cuando hace falta mucho más tiempo para digerir todas las vitaminas que contiene. Porque esta Fruta cuenta los laberintos de tres vidas, pero en ese ejercicio cuenta mucho más que eso.
Los protagonistas de Fruta Verde son Germán Lugo, un joven aspirante a escritor; Mauro Llamas, un dramaturgo homosexual, y Paula Recillas, madre de Germán. La historia se desarrolla por tres líneas que se trenzan: el aparente equilibrio de la vida comienza a tambalearse cuando Germán pierde a su novia y Mauro, su compañero de oficina, se propone seducirlo. Paula, por su parte, intenta salir a flote de una crisis que desembocó en divorcio y en el trayecto se ve envuelta en una aventura con uno de los amigos de su hijo. El adolescente le escribe cartas, la corteja con atenciones y gestos caballerosos, y poco a poco la madre de familia va considerando los riesgos de asomarse al precipicio.
Nacido en el DF en 1959, Enrique Serna es uno de los narradores mexicanos más leídos y comentados en la actualidad. Ha publicado, entre otros libros, las novelas Uno soñaba que era rey, Señorita México, El miedo a los animales, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de literatura) y Ángeles del abismo (Premio de Narrativa Colima). En 2002, Gabriel García Márquez lo incluyó en una selección de los diez mejores cuentistas mexicanos del siglo XX.
Sin duda vale la pena pasar por todos los capítulos de Fruta verde, que cierra con un magnífico fragmento titulado ofrenda. En éste, Serna despliega sus dotes no sólo para crear imágenes y metáforas, sino para tocar las entrañas de lo humano. Aquí es donde su pluma nos receta cañonazos como la frase que abre esta columna: "el mundo está lleno de monstruos felices". Si así es, Fruta verde es la historia del nacimiento de uno, dos, tres de estas aberraciones cotidianas que es cualquiera de nosotros.
Lejos pues de las lágrimas fáciles que nos receta Azcárraga, Enrique Serna da una lección de lo que podemos llamar la ética del escritor. No hay temas prohibidos para quien pretende hacer literatura. Tampoco hay historias imposibles. Leyendo Fruta verde uno se cuestiona acerca del trabajo que debió implicar la construcción de personajes tan distintos como una mujer madura, un dramaturgo gay y un preparatoriano de clase media.
Una vez armados los personajes, viene un nuevo reto: hacer que interactúen sin hundirse o desmoronarse. Incapaces al mismo tiempo de comprenderse entre sí, Mauro, Germán y Paula (junto a otros personajes como Baldomero y Pável) declaran en algún momento una profunda necesidad de comunicación. Todos coinciden en que el amor debiera ser más un asunto de entendimiento que –para decirlo con las palabras de uno de ellos– "un capricho del culo".Formalmente, la novela exige del autor un dominio de las técnicas, pero los recursos están usados con tal tino que no distraen al lector, no le impiden entrar al mundo recreado en estas líneas. En resumen, Fruta verde es una excelente novela, escrita con honestidad y experiencia, que merece ser considerada más allá de un retablo de confesiones que atizan el morbo. Una fruta lista para hincarle el diente.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Intimidad masiva: Rabia, de Jaime Mesa


Durante las últimas semanas la lucha por la supervivencia me ha obligado a postergar mis comentarios sobre Rabia (Alfaguara 2008), ópera prima de Jaime Mesa protagonizada por un hombre adicto al Internet y a establecer relaciones conflictivas. Al fin ayer pude transcribir mis impresiones para subirlas a este espacio.
De acuerdo con la solapa del libro, Jaime nació en 1977 y estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Autónoma de Puebla, su estado natal. Además ha impartido talleres en la Casa del Escritor, y es actualmente coordinador de las ediciones de la Secretaría de Cultura de ese estado.
Rabia puede ser leída, en primera instancia, como una novela sobre el fenómeno de la masa en nuestros días. Nos han dicho hasta el cansancio que con el desarrollo tecnológico hemos mutado de los esquemas tradicionales de comunicación, que contemplan el uno a uno a esquemas que permiten el uno a muchos (periódicos, radio, TV) y de allí a formas que permiten la comunicación de muchos a muchos (Internet) Pero la dinámica ha trascendido y ahora se aplica a esferas que en otro momento se consideraron privadas, como el ámbito del amor y del sexo. Así, la masa ha trascendido la concentración de gente y se traduce ahora en flujos de mensajes (que no mera información) que van de un sitio a otro, o mejor, de un usuario a otro. La intimidad se ha convertido en asunto de las masas.
Sin embargo, más allá de la lectura inmediata de Rabia como testimonio de los nuevos fenómenos de la comunicación, podemos darnos cuenta de que esta novela aborda uno de los temas de siempre: la imposibilidad de conocer al otro con certeza. Somos lo que en un momento determinado creemos ser y lo que los demás creen de nosotros. Ante cada persona tenemos un perfil distinto, y se va formando una telaraña de expectativas y referencias con esas aportaciones colectivas. Podemos atisbar en la vida del vecino, pero al final nuestra concepción de ellos se basa en inferencias y suposiciones conectadas, y en muy pocos datos duros. Y eso lleva siglos ocurriendo.
Cuando, al inicio de la novela, vemos a Don y a su hijo en un juego de beisbol, tendemos a crear una bonita estampa familiar. Padre e hijo a la espera del gran juego. Más tarde, el autor nos hace caer en la cuenta de que las relaciones de todos los días no son ni más ni menos engañosas que las surgidas por el contacto en Internet. Don es un hombre depresivo, lleno de conflictos, que tiene una doble vida, pero sólo lo vemos cuando hemos traspasado la barrera de las apariencias.
Un poco a la manera del zapping, la novela de Jaime Mesa está construida como un cúmulo de historias distintas que sólo tienen a Foster como común denominador. No hay entonces un inicio, un desarrollo y un final, sino apenas momentos de mayor o menor tensión en la vida de los personajes. Y es que con Internet ha cambiado el sentido de la tensión, pues ésta no opera como en la TV o en el cine, espacios en los que la transmisión ocurre simultáneamente para todos los receptores. En Rabia, como en la red, la tensión continua proviene del un equilibrio que amenaza con romperse y que demanda la participación individual del receptor: no ocurre nada, todo existe simultáneamente. Precisamente por eso una de las premisas de la novela es también una de las premisas de la red. Aunque parezca que no hay reglas, las hay. Y en Internet, como en la mayoría de las relaciones que puedan establecerse hoy en día, la primera regla es no creer, no importa lo que se vea y lo que se escuche.

martes, 2 de diciembre de 2008

Descanse en paz Enriqueta Ochoa


Ayer falleció la maestra Enriqueta Ochoa, poeta esencial de México. Reproduzco aquí la entrevista que le hice en mayo pasado, un par de días antes de que le entregaran la medalla Bellas Artes, y que se publicó en Torreón -ciudad natal de la maestra, y mía también- el 18 de mayo:


Enriqueta Ochoa se interna en sus memorias
Por Vicente Alfonso


"Cuando vivíamos en Rabat, la capital de Marruecos, escondía los poemas porque tenía miedo de que mi esposo los rompiera. En ese tiempo se decía: ésta es mi mujer, es mía y no puede ser ni para la poesía ni para nada. A veces él me encontraba escribiendo y para que no se enojara le leía lo que había escrito, hasta que opté por ocultar en el jardín de la casa los poemas: cada vez que escribía uno lo arrugaba y lo enterraba. Se me quedaron muchos poemas enterrados en los jardines de Marruecos”, recuerda Enriqueta Ochoa en voz alta.Pausadamente, con la emoción salándole cada palabra, la maestra recuerda cómo literalmente ha sembrado poesía en al menos tres continentes. Con ochenta años recién cumplidos se interna en sus memorias. El pretexto, si se necesita un pretexto para conversar, es que el domingo 18 recibirá la Medalla Bellas Artes como homenaje a su brillante trayectoria. A los festejos se ha sumado el Fondo de Cultura Económica, que acaba de sacar de las prensas un volumen de más de cuatrocientas páginas que contiene la poesía reunida de la maestra, en una celebración en la que han brillado por su total ausencia las instituciones de Torreón.
Pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, viajera constante, estudiosa infatigable, Enriqueta Ochoa ha tenido una relación intensa con su ciudad natal. Fue en Torreón donde su primer poemario, Las Urgencias de un Dios, fue condenado por la Iglesia desde su salida en 1950: para muchos era difícil entender que una muchacha de 19 años se atreviera a hacer poesía a partir de misterios religiosos. Hubo incluso quienes llegaron a exigir que la edición completa de aquel libro se quemara públicamente, mismos que intentaron sobornarla para que se alejara de esos temas en la literatura. Pero la joven Enriqueta no se arredró y a ese primer trabajo le siguieron muchos otros: Los Himnos del Ciego (1968), Las Vírgenes Terrestres (1969), Cartas para el Hermano (1973), Bajo el Oro Pequeño de los Trigos (1984), Retorno de Electra (1987), Manual de Poesía (1992) y Asaltos a la Memoria (2005).Cincuenta y ocho años después, los homenajes y distinciones se multiplican y es ubicada por la crítica junto a Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño y Rosario Castellanos. Por las profundas reflexiones contenidas en su obra, ha sido emparentada con José Revueltas y hasta con Dostoyevski. Además es reconocida como influencia por poetas de la talla de Eduardo Langagne, Esther Seligson y Hugo Gutiérrez Vega, entre muchos otros.
Sin embargo Torreón, su tierra, parece negarle el lugar que por derecho tiene en la literatura mexicana: salvo sostener el Premio Nacional de Poesía que lleva su nombre, muy poco han hecho las actuales Autoridades de Cultura en el Ayuntamiento por promover su obra y por ayudar a la maestra a sobrellevar las dificultades de su edad.Doña Enriqueta comenta que jamás ha dejado de sentirse lagunera: “me siento muy feliz de haber nacido en Torreón, de tener todo lo que tuve, que es lo que tienen ahora ellos. Siento que Torreón me ha acogido siempre bien. Si me acogió mal, ya ha pasado mucho tiempo y está olvidado”. Tan es así, que la Comarca y el desierto han sido un disparador de su obra: “La luz de La Laguna fue para mí siempre muy importante. Antes de escribir cualquier cosa, el gran enigma, la gran interrogación era la luz que tenía Torreón. La luz y el desierto estuvieron siempre emparentados, en mi poesía, con Dios. ¿A dónde se van los que quieren santificarse? Pues hacia la luz del desierto. La luz es muy importante para adentrarse en uno mismo y en Torreón la luz es única”.
Arrugar hojas para no tirarlas
La invitación al homenaje de hoy muestra un retrato de la joven Enriqueta sobre un papel arrugado. Y es que además de aquellas que tuvo que enterrar en los jardines de Marruecos, han sido muchas las hojas que la maestra ha tenido que arrebujar con tal de salvar su obra. Recuerda sonriente una anécdota que le ocurrió en Jalapa: “yo me iba a trabajar y ya no me acordaba ni dé qué había escrito ni qué no, ni qué había dejado encima de mi escritorio. Cuesta mucho trabajo escribir un poema para que de pronto llegue alguien que ayuda en la casa, lo rompa y lo tire a la basura. Para que eso no sucediera se me ocurrió tomar los poemas, hacerlos bolita y mezclarlos con las bolas de estambre con las que estaba tejiendo en ese momento. Así salvé todos mis poemas. Recuerdo alguna lectura a la que llegué tarde y me senté ya frente al micrófono a deshacer mis bolitas de papel. Entonces alguien se me acercó y me preguntó: “maestra, ¿no puede leer poemas que no haya arrugado?”.
Por supuesto, aclara doña Enriqueta, no todos los poemas que se arrugan son valiosos: también han sido muchos los versos descartados, muchas las líneas que ha tenido que llevar al yunque para rehacerlas. Por eso asegura que la disciplina es muy importante para convertirse en escritor. Recuerda que su padre la ponía siempre a leer mucho, y que después Rafael del Río –quizá el maestro más influyó en su formación– terminó de forjarle esa disciplina. Con una sonrisa honesta, la autora de Retorno de Electra cuenta que Del Río le exigía que escribiera un soneto diario, y admite que no siempre salía bien librada de la crítica.Quizá por eso, a los jóvenes que aspiran a convertirse en escritores les aconseja que tengan siempre un maestro, alguien que los oriente, que les muestre las tradiciones: “Cuando yo me di cuenta de que para mí era muy importante escribir, que empecé a escribir, ya nunca volví a estar sin maestro. También les aconsejo mucho tesón, mucha disciplina en lo que sea”.
La referencia a los jóvenes no es infundada: a la maestra le gusta leer poesía de última generación. Asegura que se siente más cerca de los jóvenes que de sus contemporáneos. Tan es así que hasta hace muy poco sostenía un taller con cinco miembros que sesionaban en su casa: “antes lo estaba dando los sábados, luego lo cambiamos a los jueves. Estábamos trabajando con mucha intensidad. Tenía cinco elementos regulares, y nos enfocábamos únicamente a la poesía. Pero con la mudanza, como que se desmadejó”.
De La Laguna al mundo
Mientras se desarrolla la entrevista, el teléfono no cesa de sonar: son amigos que llaman para confirmarle que estarán allí el domingo. Amigos de Torreón, de Jalapa, de la Ciudad de México, de España, de Sudamérica. Y es que desde muy joven, Enriqueta tuvo que recorrer el mundo para encontrarse a sí misma: “Yo recorrí el mundo casi entero, y ahora pienso ¿sería que me estaban preparando para algo? Porque es muy raro: generalmente a esa edad uno busca los bailes, o estar con la familia. Yo viajé todo lo que podía. Quería conocer los lugares, encontrarme con la gente, con lo conocido y lo desconocido”.Otro de sus rincones preferidos en el mundo es Jalapa: “Jalapa es un lugar que yo quise entrañablemente. Lloré y sufrí mucho cuando tuve que dejarlo. El trabajo lo va a uno llevando por muchos lugares, y Jalapa fue como mi segundo rincón de cariño. Creo que es el único lugar al que le he escrito un poema. Para mí, ese lugar significó la renovación total, la alegría, el deseo de vivir”.
Con todo, no es Jalapa la ciudad que más evoca la poeta. Tampoco es Rabat, ni Tánger, ni Madrid: es Torreón. “Ése es mi talón de Aquiles. No soporto que hablen mal de mi ciudad. Siento mucha nostalgia por los atardeceres de allá”. De Torreón extraña, además, la comida. Sobre todo el cabrito y el menudo: “Torreón es un lugar que tiene mezclados platillos de toda la república. Allí la gente es muy feliz. Tengo un recuerdo muy grabado: cuando iba a La Laguna, recién llegaba y me invitaban a una carne asada. No había caminado ni tres o cuatro cuadras, me encontraba a otro amigo y me invitaba a una parrillada. Así, de invitación en invitación. Y me preguntaba yo por qué hacían tantas fiestas. Trataba de buscar en mis recuerdos y no hallaba por qué. Mis amigos respondían que siempre estaban buscando la manera de sentirse felices, de festejar algo, de tener invitados en casa ”. Hoy estamos invitados todos a su casa, porque su casa hoy se llama Bellas Artes.
Descanse en paz, Maestra.